Para muchos, el presidente Richard Nixon sigue siendo un villano. Hasta el día de hoy, el periodista Carl Bernstein, que reveló por primera vez junto con Bob Woodward pruebas contra Nixon, nunca pierde la oportunidad de criticarlo, 50 años después.
Asimismo, las cintas de las diatribas paranoicas de Nixon y los testimonios de testigos confirman que el presidente caído en desgracia tenía sentimientos antisemitas. Creía que existía una fuerte influencia judía en el gobierno, en el Departamento de Trabajo y en las protestas contra la guerra de Vietnam en los barrios afluentes. Asimismo, Nixon parecía haber creído que los judíos eran desleales y poco fiables.
Era una persona volátil que despotricaba no sólo contra los judíos sino también contra varios grupos más, como los graduados de la Ivy League, los Afroamericanos, los hippies y otros.
Sin embargo, ¿debería juzgarse a un presidente de la envergadura de Nixon solo por sus palabras?
Hace unos años, el Washington Post expuso que el presidente Harry Truman hizo comentarios antisemitas en privado y en correspondencia con su esposa y amigos. Estaba particularmente molesto por la “presión indebida” que los líderes sionistas ejercían sobre él. Sin embargo, Truman reconoció a Israel 11 minutos después de que David Ben Gurion, padre fundador del estado de Israel, declarara la independencia del país pese las objeciones de colaboradores cercanos y confidentes como George Marshall. Truman admiraba tremendamente a Marshall pero no estaba de acuerdo con su Secretario de Estado porque creía en el alegato del pueblo judío y en el marco jurídico internacional definido por el principio del derecho de “autodeterminación”.
Asimismo, el presidente Lyndon Johnson era un demócrata del Sur que expresó repetidamente sus prejuicios contra la comunidad negra. Sin embargo, Johnson firmó la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965, poniendo fin efectivamente a las leyes de segregación racial (Jim Crow) de los estados del sur.
Richard Nixon era paranoico y prejuicioso. Sin embargo, también fue un pragmático que entendió lo que estaba en juego durante la Guerra de Yom Kipur.
Israel enfrentó una amenaza existencial en octubre de 1973, ya que sus líderes estaban cautivos de un concepto equivocado (Hakonseptzia), según el cual los Estados árabes no estaban preparados y no atacarían a Israel.
Semejante error de cálculo llevó a la desesperación, hasta el punto de que el entonces Ministro de Defensa Israelí Moshe Dayan dijo repetidamente en la primera etapa de la guerra que “el Tercer Templo está en peligro”, aludiendo a que Israel estaba en riesgo de extinción.
Esas palabras tenían significado no sólo para los residentes judíos del Estado de Israel sino también para los judíos del mundo, que veían y ven a Israel como un garante de la seguridad judía global.
El 10 de octubre, cuatro días después del comienzo de la guerra, Israel empezó a quedarse sin suministros militares. Solicitó entonces municiones que Estados Unidos no entregó de inmediato, pero como los soviéticos suministraron a sus aliados árabes equipo militar y municiones, la administración Nixon no lo pensó dos veces a pesar de la amenaza de un boicot petrolero árabe. Una actitud que contrastaba marcadamente con la de los países europeos que se negaron a permitir que los aviones de carga que transportaban suministros militares a Israel repostaran en sus bases. Incluso Alemania se rindió ante el boicot árabe.
Sin embargo, la administración Nixon finalmente presionó a la dictadura portuguesa para que permitiera que los aviones repostaran combustible en las islas Azores. La condición era que Israel aceptara un alto el fuego.
Durante la Guerra de Yom Kippur, la administración Nixon no quería que los árabes terminaran la guerra con una victoria que fortaleciera a los soviéticos en la región. Asimismo, el Secretario de Estado de Nixon, Henry Kissinger, no deseaba una victoria total de Israel que humillara nuevamente a los árabes y perpetuara así el conflicto. La estrategia también consistía en tomar la iniciativa diplomática y convertirse en el principal mediador de un alto el fuego y futuras negociaciones entre Israel y los árabes.
Así, Israel aceptó el alto el fuego. Sin embargo, el presidente egipcio Anwar Sadat decidió continuar la guerra para aliviar la presión militar que los sirios enfrentaban en los Altos del Golán y el sur de Siria por parte de los israelíes. Por lo tanto, a partir del 13 de octubre, bajo estrictas órdenes del presidente Nixon, Estados Unidos envió mucho más suministros y equipo militar a Israel que los soviéticos a sus aliados árabes.
Nixon vetó al Pentágono que temía molestar a los árabes y socavar la détente (distensión), una política mutuamente acordada entre Estados Unidos y la Unión Soviética de relajación en sus relaciones para preservar la paz global. Nixon pensó que los árabes se sentirían perturbados independientemente de si Estados Unidos enviaba suministros masivos o limitados.
Lo que importaba era desplegar firmeza frente a los soviéticos, que reabastecían a los árabes y tal vez incluso contaban con una falta de reacción por parte de Estados Unidos debido a la detente.
Nixon estaba en lo cierto. Efectivamente hubo un embargo petrolero pero el reabastecimiento militar masivo permitió a Israel cambiar el rumbo de la guerra a su favor, obligando a egipcios y sirios a aceptar un alto el fuego. Israel rodeó al Tercer Ejército egipcio y las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) cruzaron el Canal de Suez hacia el lado africano. Israel se encontró cerca de El Cairo y Damasco. Los clientes soviéticos estaban ahora a la defensiva y los israelíes se encontraban en sus territorios. Los árabes no tenían otra opción ahora. Esta vez pidieron un alto el fuego diez días después de rechazarlo triunfalmente.
Con el tiempo, la visión de Kissinger también tuvo éxito. Estados Unidos, que inició un diálogo con Egipto durante la guerra, se convirtió en la superpotencia más influyente de la región, reduciendo efectivamente el papel de los soviéticos. Kissinger no sólo alcanzó un alto el fuego después de la guerra, sino que logró un acuerdo provisional entre Egipto e Israel en 1975, en el que Israel accedió a retirarse de partes del Sinaí y devolver dos campos petroleros a cambio de una zona de amortiguamiento supervisada por la ONU en las zonas evacuadas. Estos logros mediados por Estados Unidos llevaron a la iniciativa de paz de Sadat de 1977 que terminó en un acuerdo de paz entre ambos países en 1979.
Las políticas de reabastecimiento de Nixon no sólo permitieron a Israel sobrevivir, sino que también le permitieron a Estados Unidos ganar una batalla política contra la Unión Soviética en medio de la Guerra Fría.
Nixon confirmó algo que hoy no se comprende del todo, particularmente en la actual izquierda progresista norteamericana: el valor de Israel como activo estratégico.
Esa no fue la primera vez que Nixon se percató de que Israel era beneficioso para los intereses estadounidenses. Durante la crisis de Jordania en septiembre de 1970, cuando la monarquía hachemita enfrentó la amenaza de un putsch por parte de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) contra su régimen, la ocupación siria de la ciudad jordana de Irbid y la amenaza de una invasión siria total, fue la movilización israelí de sus tropas que disuadieron a los sirios de atacar Jordania. Como resultado, los sirios se abstuvieron de avanzar hacia territorio jordano. Poco después, envalentonado por la actitud israelí, el rey Hussein, aliado estadounidense, pudo atacar a las tropas y tanques sirios apostados en territorio jordano y logró recuperar el control de su país. En aquel momento, Nixon reconoció públicamente el valor de Israel como activo estratégico.
Asimismo, fue bajo la presidencia de Nixon cuando Estados Unidos respaldó la política de opacidad nuclear de Israel. Israel desarrolló capacidad atómica con ayuda francesa. La razón por tal proyecto se justificaba por el hecho que Israel enfrentaba una amenaza existencial por parte de los árabes.
Algunos miembros de la administración Nixon estaban preocupados por el programa nuclear de Israel y presionaron para condicionar la venta de aviones Phantom a Israel a cambio de garantías satisfactorias por parte de Israel de limitar su programa nuclear. Nixon vetó tal demanda. Desde entonces, Israel ha adoptado una política de opacidad nuclear y Estados Unidos no ha presionado a Israel para que cumpla con el tratado de no proliferación. Es razonable suponer que esto se debió a que Nixon comprendía la importancia de las armas nucleares para disuadir a sus enemigos.
Las expresiones de antisemitismo de Nixon son indefendibles. Su degradación del personal judío en el Departamento de Trabajo basándose en meros prejuicios fue un acto despreciable. Su comportamiento paranoico, que acabó provocando su ruina, fue reprensible.
Sin embargo, dada la historia de persecución, genocidio e inseguridad del pueblo judío, las políticas de Nixon fueron una bendición. A pesar de todos sus defectos, Nixon merece un lugar especial en la historia judía.