Durante la campaña, las redes sociales popularizaron a un candidato que, al ritmo de rock, enfundado en chaqueta de cuero y con pelo frondoso, les aseguraba a sus partidarios que él había entrada a la política no para guiar corderos, sino para despertar leones.
Era Javier Milei. Fue y es excéntrico, contradictorio, anárquico en opinión y comportamiento, de aquellos que parecen decir que no tienen porque estar de acuerdo consigo mismo; por lo tanto, un vehículo para protestar con enojo contra el daño que en general los políticos, y en particular, el kirchnerismo le habría hecho a Argentina.
Ha sido comparado con muchos, pero sin duda, en él hay más del inglés Boris Johnson que de Trump. Al igual que Bukele, y al despotricar contra todo y contra todos, no es fácil ubicarlo en los casilleros conocidos. También, al igual que el salvadoreño puede dar origen a muchos imitadores, sobre todo si gana la elección de verdad en octubre.
Pero ¿ganará?.
No es fácil. Aunque aumente su votación, este tipo de candidatos tiene un techo, y las elecciones PASO demostraron tres cosas, a) que este sistema de primarias argentinos es exitoso para clarificar el escenario y dejar en carrera solo a los que tienen posibilidades reales, b) que es muy útil para abordar el problema de tanta elección donde las encuestas no leen adecuadamente lo que está ocurriendo, ya que todos los sondeos se equivocaron con su votación, y c) que los datos recogidos muestran que hay tres candidaturas con posibilidades de ganar y que aunque fuera el más votado, él es solo una de ellas, por lo que vienen otras dos elecciones distintas, la real de octubre, y como es probable que ninguno obtenga la mayoría necesaria, después vendría una segunda vuelta presidencial, otra elección diferente, que al ser solo entre dos, obliga a todo candidato, a moverse hacia el centro para poder vencer.
Y si gana esta carrera de postas u obstáculos, ¿podrá sacar adelante su programa, podrá cumplir lo que prometió?
Tampoco se ve fácil, ya que las propias PASO mostraron que no tendría los votos suficientes en el Congreso, además que es posible que tampoco tenga mayoría en muchas de las provincias que constituyen el sistema federal argentino.
Incluso, ahora, y solo ahora probablemente partirá el debate de su proyecto estrella, la dolarización de Argentina, que incluye elementos que van en el paquete como ser la desaparición del Banco Central. Es indudable que, para muchos efectos, en la Argentina ya dolarizada, el dólar es la moneda que determina el precio real del peso, que todo aquel que puede intenta adquirirlo y que un porcentaje de ciudadanos tienen también cuentas en el extranjero.
También existen experiencias para compartir. En el mundo, aquellos que se han dolarizado (o alguna equivalencia) suman 17 entre países y territorios, destacando como ejemplos, Panamá o Ecuador en la región, y Montenegro que es propuesto por el economista Steve Hanke como una referencia reciente.
La verdad es que no es la solución mágica ya que esta no existe, y hay experiencias exitosas y fracasadas. En lo que cumple su promesa, es en combatir la hiperinflación (aunque Israel lo logró en los 80s sin necesidad de dar ese paso) y en darle mayor estabilidad a las economías, sin devaluaciones tan traumáticas. Sin embargo, traen consigo sus propios problemas, y la situación actual de Ecuador es una invitación a ver las dos caras de la moneda para esta medida, con un diagnóstico más sobrio para una economía más compleja, como lo es la argentina.
Seguramente ahora se ingresará a este tipo de debates, con otros datos que la pura reacción emocional ante una situación desastrosa. De aquí a octubre, también Argentina podrá revisar sus propios fantasmas con recuerdos como la paridad cambiaria de Menem, donde en general, en América Latina, no han sido exitosas como medio para estabilizar la economía. En Chile no tuvieron éxito, ni bajo Pinochet con la crisis del 81 como tampoco lo tuvo en democracia bajo Jorge Alessandri en los 60s. El problema para Argentina es lograr tener una discusión racional, donde predominen hechos y no suposiciones.
Digo lo anterior no solo por Argentina, ya que el fenómeno Milei sintoniza totalmente con una característica de los actuales procesos electorales en la región, al predominar la emoción sobre la razón y al imponerse el relato sobre los hechos. Eso lo refleja bien un slogan de su campaña, “Milei, la única solución”.
¿Pasará lo mismo que esa masa de chilenos convencidos que todos los problemas del país se solucionaban con una Convención Constitucional llena de nuevos constituyentes o con quienes se convencieron de que Chávez era la persona providencial en Venezuela? En ambos casos, sabemos la desilusión que generó.
El discurso de Milei es contra la “casta”, el resumidero de todo lo malo que le ha ocurrido a Argentina en su historia. Pero no es solo eso, también es profundamente antipolítico, lo que explica parte de su atractivo y popularidad. Para su persona, todos los otros políticos (aunque también lo es hoy Milei) son “chorros” (ladrones) y mentirosos, es decir, su profesión es el engaño.
Y ahí surgen algunas dudas en torno a su candidatura y a sus propuestas, ya que un escenario es que no gane, pero si lo hace, es que necesite grandes acuerdos para poder implementar al menos parte de lo que ofreció. Ello requiere consensos y diálogos. Y la gran duda es cuanta disposición tiene a escuchar otras ideas y aceptar que, en democracia, lo más probable es que solo se pueda implementar parcialmente lo que uno desea.
Y ahí también aparece un peligro de lo que le ha hecho mal a la Argentina desde el General Perón en adelante, el populismo, donde la “casta” como ejemplo de todo lo malo de este mundo, es el equivalente a las “elites” de otros discursos, antiguos y actuales, o también lo que para otros es la “oligarquía “o el “imperialismo”, es decir, que la solución consiste en derrotar a un único enemigo. Si se reduce a eso, Milei se agregaría a la larga lista de quienes prometieron y no cumplieron.
A diferencia del populismo, la democracia no tiene enemigos, sino solo adversarios. El problema de Argentina es que hoy es ejemplo solo de lo que no se debe hacer, sobre todo, después de un gobierno tan desastroso como el actual de Alberto Fernández, donde, además, para todos fue evidente que el poder real se llamaba Cristina Fernández de Kirchner. El mandato recibido en las urnas fue falsificado por dos suplantaciones que a veces tienen lugar en democracia, la partidocracia, donde las directivas partidarias reemplazan la voluntad de los electores y también la kakistocracia, donde en definitiva terminan gobernando los más ineptos.
El tercer lugar del justicialismo, aunque dividido en dos candidaturas, es una de sus peores derrotas, pero es temprano para hablar de una tendencia detrás del primer lugar de Milei, que logró capitalizar el voto de protesta, el de la “bronca”, un resultado notable desde todo punto de vista, pero insuficiente para hablar de algo histórico. Para ello falta mucho, de partida la elección y la probable segunda vuelta. Por ahora, se aconseja cautela, ya que todavía permanece en el inconsciente colectivo lo que tuvo lugar después de la renuncia de Fernando de la Rúa el 2001, donde el grito era “que se vayan todos” para que, en definitiva, se quedaran todos, incluyendo Patricia Bullrich que fue ministra de ese gobierno.
Al fenómeno Milei también contribuyen sus adversarios con caracterizaciones totalmente inadecuadas para el personaje y su programa. Sobre todo, cuando se usan muletillas que no corresponden, como “fascista “(que no lo es) como tampoco “ultraderechista”.
No fue el candidato del gran empresariado, ya que esa parte del grupo de poder convive bastante bien con el kirchnerismo, acostumbrado a un capitalismo de amigos más que a la competencia, siendo más parte del problema y de la corrupción que de la solución, ya que igualmente viven del Estado rentista. Buena parte de los votos de Milei provinieron de los jóvenes y los sectores populares, incluyendo mucha gente de trabajo, de aquellos que no les alcanza para el mes.
Milei es lo que se llama anarcocapitalista como también se autocalifica como libertario, corriente político-filosófica que está representada en el Congreso estadounidense, país donde habitualmente presenta (sin posibilidades de ganar) candidato presidencial en toda la nación o al menos en los estados donde logra cumplir los requisitos.
Es un liberal extremo, aunque no calce con el liberal promedio o típico. Además, confunde a muchos con esas salidas que hacen dudar de su estado emocional. Sin ir más lejos, “El Loco” se llama la reciente biografía de Juan González.
Su personalismo lo lleva a vender soluciones instantáneas o mágicas, siendo estrambótico y coherente al mismo tiempo, ya que su relato tiene la mística de un pasado donde Argentina fue rica, grande. Es una historia triste y conocida, donde políticas erradas que tuvieron y siguen teniendo un respaldo masivo, redujeron a una potencia a la situación actual de país subdesarrollado, muy por detrás de las potencialidades de sus enormes recursos físicos y humanos.
Milei se identifica a si mismo con la Escuela Austriaca, la que surgió en Viena a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la de Carl Menger, Ludwig von Mises, la del premio Nóbel Friedrich von Hayek. Su base es el individualismo, el subjetivismo metodológico y la crítica a otras teorías como las neoclásica, marxista, keynesiana o la monetarista. Sus rasgos distintivos son la total identificación con el mercado y con el concepto que los fenómenos sociales son casi exclusivamente el resultado de las acciones de los individuos. Mas allá de la economía, estos postulados encontraron su lugar en la lucha ideológica de la Sociedad Mont Pelerin, nombre originado en la localidad suiza de su fundación.
¿Tocó techo Milei? No lo sabemos, entre otras razones por algo a lo que debiera prestársele mucha atención para entender realmente el escenario al que ingresó el país.
Se le ha mencionado, pero el análisis ha sido insuficiente para un problema mayúsculo, no solo la diminución de la participación en la votación, sino el respaldo que obtuvo la abstención. Un 30,38% no acudió a votar, porcentaje alto para Argentina, pero si le agregamos el 4,78% del voto en blanco, nos podríamos encontrar con un voto potencialmente antisistema, que representa más o menos el 35,16%.
Porcentaje que puede elegir o derrotar a Milei o sus rivales, dependiendo quien lo capitalice.
Pero como Argentina ha convivido en este siglo XXI, con llamados a “que se vayan todos” y no se va nadie, si no se entiende bien este fenómeno, se podría estar detrás de una bronca o enojo diferente, aún más difícil de canalizar y resolver, sobre todo si hay una nueva desilusión con promesas que no se concretan.
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