Mientras el mundo llora y los historiadores modernos pueden acentuar las horribles muertes y la devastación causada por estas dos bombas atómicas lanzadas sobre el pueblo japonés hace más de setenta años, no debemos olvidar que el efecto final de estos horribles acontecimientos salvó la vida de cientos de miles de personas. Se trataba de los prisioneros de guerra aliados de ascendencia asiática, australiana, neozelandesa, estadounidense, inglesa y europea, que se encontraban a las puertas de la muerte en los campos de concentración japoneses repartidos por toda Asia.
Entre estos prisioneros de guerra se encontraban muchos de nuestros abuelos, padres, tíos y hermanos. El trato que los japoneses dieron a los prisioneros estadounidenses y aliados es uno de los horrores más duraderos de la Segunda Guerra Mundial. Los prisioneros fueron rutinariamente golpeados, estaban hambrientos, fueron maltratados y obligados a trabajar en minas, ferrocarriles y fábricas relacionadas con la guerra, en clara violación de las Convenciones de Ginebra, y en algunos casos se experimentó con ellos. El lanzamiento de estas dos bombas atómicas acabó por doblegar a los japoneses tras provocar un Holocausto asiático que mató a más del doble de personas que los nazis.
Estos prisioneros de guerra eran poco más que esqueletos vestidos con harapos; piel estirada sobre hueso. Las cicatrices que llevaban contaban la historia de algunos de los campos de prisioneros japoneses más brutales de la Segunda Guerra Mundial. Mi padre fue uno de esos prisioneros en Japón. Gracias a las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki hace setenta y siete años, mi padre y sus compañeros prisioneros de Japón tuvieron una segunda oportunidad en la vida.
Mujeres de solaz
Al conmemorar estas dos importantes fechas, no nos olvidemos de conmemorar también el fin del uso de las Mujeres de Confort por parte de Japón. Estas eran las mujeres capturadas obligadas a prostituirse. Los militares japoneses aplicaron el eufemismo “mujeres de solaz” para describir a las mujeres de los países conquistados que eran obligadas a la esclavitud sexual y violadas por los soldados japoneses. El historiador Yoshiaki Yoshimi encontró pruebas irrefutables de que los japoneses construyeron unos 2.000 “centros de consuelo” por toda Asia donde los soldados japoneses podían violar a las mujeres nativas. Estos 2.000 centros de violación albergaron hasta 200.000 mujeres de Corea, Filipinas y otros países.
Nota personal de la autora
Este es mi padre, Friedrich W. Kluge, que fue hecho prisionero de guerra japonés mientras servía en el Real Ejército de las Indias Holandesas junto a las Fuerzas Aliadas en la Segunda Guerra Mundial en Asia. Fue prisionero de guerra durante más de tres años. Él y muchos otros como él fueron liberados del terrible destino que les esperaba a causa de las bombas atómicas. Tuvo la suerte de que, aunque con el cuerpo destrozado, pudo construir una nueva vida después de la guerra y darme la vida como su hija.
Escribo este artículo en su memoria y en honor de todos los que sufrieron, quedaron marcados de por vida y se vieron obligados a hacer el último sacrificio durante la Segunda Guerra Mundial.
*Artículo publicado originalmente en The Indo Project
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