Un Lula sin brújula

El mandatario brasileño vive, por conveniencia o no, en medio de una peligrosa aventura, compartiendo valores con dictadores antioccidentales que violan derechos humanos y aborrecen las leyes republicanas

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El dictador Nicolás Maduro, y el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, gesticulan antes de una cumbre con presidentes de Sudamérica para discutir el relanzamiento del bloque de cooperación regional UNASUR, en Brasilia, Brasil, 29 de mayo de 2023.
El dictador Nicolás Maduro, y el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, gesticulan antes de una cumbre con presidentes de Sudamérica para discutir el relanzamiento del bloque de cooperación regional UNASUR, en Brasilia, Brasil, 29 de mayo de 2023.

Cuando decimos que alguien perdió la brújula nos referimos a que está descolocado, desconcertado, sin sentido de la realidad y, por ende, atrapado en un espiral de confusiones. Una ley elemental de la gerencia es tener claro hacia donde ir, un líder puede errar en los medios que usa, en los recursos que emplea, pero nunca en el objetivo que persigue. Por eso perder la brújula para un líder puede ser letal, puede significar su entierro político, pero también el de su causa.

Me ha dado la impresión de que el presidente de Brasil, Luis Ignacio Lula Da Silva, está en esa órbita. Vive, por conveniencia o no, en medio de una peligrosa aventura, compartiendo valores con dictadores antioccidentales que violan derechos humanos y aborrecen las leyes republicanas. Un Lula que durante años se ha declarado fiel defensor de las reivindicaciones laborales, cuya causa de los trabajadores lo llevó al estrellato político, recibe con honores al mayor hambreador del continente, quien ha desmantelado el ingreso de la familia venezolana al punto de ser hoy el salario más bajo del planeta. Pero ojalá hubiese sido solo recibirlo, lo más vergonzoso fue su posición sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela, reduciendo un tema tan grave a una simple narrativa impuesta desde afuera. Con eso no solo ofendió a miles de víctimas torturadas por la dictadura de Maduro, también a la señora Michelle Bachelet, al fiscal de la Corte Penal Internacional Karim Khan y a otras tantas organizaciones y personas que han documentado con la mayor seriedad del caso lo que es un patrón de un Estado que comete actos crueles y degradante de manera sistemática contra la población civil.

Lula incluso ha ido más allá. Y en su intención de blanquear a Maduro lo insertó a la fuerza en la Cumbre de presidentes sudamericanos, desafiando lo que había sido un consenso de la región de aislar a quienes se alejaran de los principios de la democracia y los derechos humanos. Y por si esto fuera poco, sabemos por información de inteligencia que Lula en su afán de tener a Maduro sentado en la mesa permitió que el dictador violara protocolos aéreos e ingresara al espacio brasileño con aeronaves no identificadas.

Lo extraño del comportamiento del mandatario brasileño es que pareciera responder a una visión mucho más holística sobre América Latina. Es una versión muy distinta a la del primer Lula. Este es un Lula que ya se pasó de acera, que brincó del medio a uno de los lados de la cancha. En otras palabras, pareciera que Lula compró la agenda antioccidental y que ya no es prestada, es suya, o eso es lo que parece delinear sus acciones recientes. Lula no recibió a Zelensky en la cumbre del G7 y culpó a Estados Unidos de fomentar la guerra en Ucrania, cuando el mundo entero sabe perfectamente que fue Rusia en cabeza del señor Putin quien inició ese conflicto armado. En una primera gira internacional como presidente, Lula aterrizó en China como primer destino con una comitiva gigantesca de funcionarios públicos. Allí firmó 15 acuerdos con el régimen de Pekín y declaró sin matices su interés de que la relación entre su país y el gigante asiático vaya más allá del plano comercial.

En el campo monetario, Lula se ha mostrado partidario de crear un nuevo sistema financiero no regido por el dólar, tampoco por el real brasileño, pero sí por el yuan chino, una muestra inequívoca de que está subordinado completamente a este proyecto político contra Occidente. Lo último que se ha sumado a este espiral de desaciertos es permitir que buques iraníes desembarquen en puertos brasileños, sin medir el riesgo que esto significa por los antecedentes que privan sobre el apoyo iraní a grupos extremistas por medio de estas embarcaciones.

Todas estas acciones denotan por un lado su perdida de foco, pero también su divorcio completo de los valores occidentales. Atrás quedaron los tiempos en los que Lula pedía democracia, respeto al Estado de derecho o desarrollo económico con inclusión social. Este es otro Lula, uno que decidió sumarse a la comparsa antioccidental y autoritarita, desmantelando el rol protagónico de Brasil como un actor de peso en el concierto internacional en lo que respecta a la resolución de conflictos. Es decir, Lula autoexcluyó a Brasil de una posible mediación en la guerra entre Rusia y Ucrania, también en la situación venezolana y me atrevería a decir que hasta en Nicaragua.

Lo peligroso de la coyuntura que se nos asoma es que no estamos hablando de un país pequeño, estamos hablando de la gran potencia del continente. Es un viraje no del todo inesperado, pero sí rápido, agresivo e inoportuno. Lula compartiendo valores con Putin, XI Jinping, Irán, Maduro, Diaz Canel y todo el mundo no democrático. Brasil acobijando el proyecto unipolar que se quiere construir bajo la falacia de un mundo multipolar. Porque sí, ese mundo que aspiran los autoritarios es un mundo donde no haya derechos humanos, tampoco libertad económica ni política, es un mundo de pensamiento único y quienes decidan no seguirlo, solo les espera la cárcel como en Venezuela o la guillotina como en Irán.

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