Después de la muerte de Nahel, un joven de 17 años, de padres argelinos y marroquíes, Francia ha vivido días de protestas, con predominio de la violencia contra el Estado y la sociedad. Quienes han expresado su enojo e ira son en general segunda o tercera generación de inmigrantes, tan franceses como Macron o Sarkozy, quien con padre húngaro llegó a ser primer ministro solo siendo la primera. ¿Problema francés? O considerando que hubo réplicas menores de este verdadero terremoto en Suiza y Bélgica, ¿es también un problema europeo?
No es la primera vez que ocurre, bastando el recuerdo del estado de emergencia que permaneció nada menos que tres meses el año 2005. Y así como la sangre africana les ha dado satisfacciones en fútbol, también ha sido motivo de división cuando enfrentan a los países de origen de los padres, y a veces de los mismos jugadores. No solo para Francia, como el Bélgica versus Marruecos que trasladó a las calles la rivalidad deportiva de Qatar 2022.
Sin embargo, lo vivido los últimos días en Francia corresponde a un nivel nuevo, más peligroso y mucho más preocupante. Y no hay un hilo único, sino una mezcla.
Para algunos, lo ocurrido fue no solo la reacción a la muerte de un joven en manos de la policía sino la expresión de “racismo sistémico”, como señaló nada menos que Erdogan en su tono de heredero del imperio otomano. Algo similar dijo el presidente de Argelia, aprovechando de repasar los excesos coloniales de la guerra del siglo pasado.
La palabra más escuchada es discriminación. Para otros, más que racismo, es un problema de abandono de los barrios periféricos, de falta de oportunidades y mejoramiento económico.
Tercian aquellos que insisten en el problema europeo, agregando la actual situación de Suecia, donde también se registra un sonado fracaso en integración, medido en situaciones de bandas étnicas y delitos varios, a lo que se agrega una especie de pacto de silencio en la prensa sobre su gravedad.
Las dificultades para reestablecer el orden público en Francia y las críticas a lo que sería un nivel de apoyo social y político insuficiente a la policía, refleja además un problema para la democracia en general, que es como estas se defienden cuando la violencia es aguda y descontrolada.
Otro antecedente es que lo que está ocurriendo en inmigración estaría beneficiando a ciertas agrupaciones políticas en Europa. No solo Le Pen, también países escandinavos. Mas aun, también ayudó al triunfo de Meloni en Italia y aparece en la comparación que se hace de como una violencia similar a la vivida seria improbable en Hungría o Polonia, y la diferencia radicaría en la negativa de esos países a recibir inmigración irregular o ilegal, que en la práctica se reduce a dificultar inmigración musulmana, árabe o africana. Es decir, cohesión cultural sobre fronteras abiertas, aunque esos gobiernos reciban críticas por ser iliberales.
Por donde se le mire, la tradicional superioridad moral europea en general y francesa en particular, ha recibido un duro golpe. Incluso, en comparación a EEUU, país que tiene malas relaciones raciales, pero su modelo de inmigración ha sido más exitoso que el europeo, que en general ha buscado integrarlos con peores resultados. El modelo de EEUU ha funcionado mejor que el planificado de los europeos, que incluye la radicación de los inmigrantes en la periferia de las ciudades, los “banlieus”.
El buenismo no ha funcionado y expresión de ello serían las criticas surtidas que hoy recibe una personalidad admirada por muchos como Angela Merkel, sobre todo, por la acogida dada a quienes huían de la represión y la guerra civil siria.
Por cierto, hay racismo en Francia como hay racistas en todas partes del mundo, incluyendo Latinoamérica, África y Asia. Pero ese no es el tema, ya que de otra manera no habría tanta gente arriesgando sus vidas para llegar a Europa. Llegan allí y al parecer no se les ocurre pedir asilo en aquellos sociedades o países bajo gobiernos que habitualmente los critican.
El problema es que Francia parece no tener respuesta al problema de intentar hoy una integración que tuvo éxito cuando llegaron a trabajar padres y abuelos en los 50s y 60s, pero a medida que se agotaron las oportunidades laborales, parece que más allá de las ayudas sociales del sistema de bienestar, no funciona ahora ni con recién llegados ni con los nacidos allí, y el problema de fondo es que no hay respuesta a la duda de si pueden ser integrados aquellos que no lo desean.
La pregunta es dura, pero aún más lo es la falta de respuestas en condiciones donde en algunos barrios de Francia y otros países europeos, se ha impuesto la sharía cuando el Estado no logra aplicar sus leyes, ni siquiera a todos aquellos familiares que cometen “asesinatos de honor”.
Especialmente duro para un país como Francia, con una ideología nacional de autoafirmación sobre la base de un republicanismo que poco dice a las nuevas generaciones, que, a diferencia de sus padres, no sienten que exista un espacio para ellos, y que, a cambio, se les empuja a la marginalidad.
Esta constatación supera con mucho al problema planteado por las protestas de los chalecos amarillos o a quienes cuestionan ya por meses que haya que trabajar más años para pensionarse, ya que son acciones dentro del sistema, y no un cuestionamiento radical y total a la idea de lo que es Francia y lo que constituye la esencia de lo” francés”.
Supera también con mucho si Macron es el líder que Francia necesita hoy, aunque haya hecho gala de insensibilidad máxima al permitirse ser fotografiado en un recital mientras ardía Paris.
La verdad es que en Francia se enfrentan al menos tres modelos culturales, no solo políticos. Los dos primeros son el de las nuevas derechas del nacionalismo identitario y el de las izquierdas globalizadas, también con un resorte identitario. El punto es que hay un tercero, que recoge al islam en lo religioso y al componente étnico del pasado colonial, sobre todo del Magreb. No es solo el color de la piel de otras inmigraciones africanas, ya que la suma del problema es un modelo identitario, que además entra en conflicto en los barrios donde habita, al no sentirse ni respetado ni acogido, cuyos números crecen mientras que los franceses más antiguos pierden presencia y protagonismo.
En un aspecto particular de este problema, Oriana Fallaci fue condenada por un juez italiano por sus opiniones sobre el occidente y el islam después de los atentados del 11 de septiembre, acusada de islamofóbica.
Parte de su argumento era que la responsabilidad mayor era de la propia Europa, no tanto por perder la guerra demográfica, sino, sobre todo, por hacerlo en lo que hoy se llama “guerra cultural” y que ella lo reflejaba en el movimiento doble de renegar de su herencia cristiana y mantener el tradicional pecado del antisemitismo. Sin estar totalmente seguro, quizás ella pensaba en la forma como la Francia colaboracionista entregó a miles de judíos franceses para que los nazis los llevaran a campos de concentración o en los atentados habituales a edificios y cementerios judíos, con números que aumentan en vez de disminuir.
Con razón, equivocada o reflejando un tiempo distinto, Fallaci alcanzó a conocer otro fracaso en el rescate de la herencia europea, en lo que fue un último intento para incorporar al cristianismo como cemento constitucional. Fue así como siendo presidente de la Convención, el ex presidente Valéry Giscard d´Estaing presentó oficialmente el 13 de junio de 2003 la propuesta de Constitución para la Unión Europea. A pesar de haber sido firmada por los jefes de gobierno fue un fracaso, un tratado no ratificado, ya que no pudo cumplir con los requisitos de validación, al ser rechazado en plebiscitos que tuvieron lugar en Francia y los Países Bajos, por lo que la propuesta no logró entrar en vigor.
Desde entonces, Europa no ha logrado encontrar el rumbo en torno a lo que une, y, por lo tanto, el esfuerzo que les exige a sus inmigrantes. Europa es hoy un gran mercado, gigante en historia, pero poco relevante en lo estratégico y en lo militar, y, por lo tanto, socio menor (y cada vez más) de Estados Unidos, sin política exterior única. Tampoco en inmigración.
En este último tema, las presiones e influencias que recibe Francia tienen un origen diverso. Por un lado, Túnez, Marruecos y Argelia movilizan a sus descendientes en temas de su interés, lo que conduce a que los dos últimos se enfrenten por el Sahara español, lo que difiere de lo que ocurre en USA, ya que Paris no logra institucionalizar esta situación. Otra influencia es la patrimonialista de los países del Golfo y que, en el caso del wahabismo saudita, incluye un componente extremista y de financiamiento de mezquitas. La tercera influencia es la del África sur del Sahara que no es árabe y la cuarta, la del Caribe francófono.
Son influencias distintas por lo que también compiten. Sin embargo, la religión marca la diferencia y, de hecho, al igual que en el Reino Unido, la integración no es promovida y a veces es dificultada por algunos religiosos, que por el contrario buscan la radicalización, que, en el caso de Suiza, condujo a una legislación más dura sobre expulsión y cierre de mequitas. Lo sorprendente en este tema, es que, por necesidades electorales, algún gobierno ha querido promover un islam “francés” desde el Palacio Eliseo, supuestamente coincidente con los valores republicanos.
Sin embargo, por importante y trascendente que sea este tema, no parece haber predominado en lo vivido en las calles de Francia la última semana. Tampoco fue una simple anarquía y diferente fue a los estallidos espontáneos que se dan en USA, por ejemplo, ante un abuso policial de ciudadanos afroamericanos.
La clave de lo que ocurrió en Francia está en lo identitario y la forma particular que adquiere, ya que más que lo religioso, en esa multitud predominaba la rabia de no sentirse parte ni del proyecto europeo ni de Francia, rabia que en nada justifica la violencia insensata que se vivió y la dificultad para controlarla.
La raya para la suma es el fracaso del modelo republicano por el que Francia ha sentido orgullo durante largo tiempo al igual que un lema que ha perdido significado: libertad, igualdad, fraternidad. La tragedia es que Francia no ha logrado tener un debate sin cancelaciones ni acusaciones de “fascista” versus “globalista”, sobre lo que podría unir a las mayorías en este siglo XXI.
Tampoco la solución parece ser el documento firmado por más de 1000 militares en abril de 2021 alertando sobre la rendición del Estado, aunque no debió ser recibido con tanta sospecha. Por su lado, “Sumisión” de Michel Houellebcq debiera ser vista como obra literaria y no como instrumento de polarización.
La multiculturalidad ha sido el vehículo europeo para los inmigrantes de sus ex colonias, pero no está funcionando bien. Lo que ocurrió fue suficientemente grave para que Francia reaccione con la profundidad propia de su magnífica historia, ya que es una situación que tiene que ver con su concepto mismo de república. Francia no tiene respuestas quizás porque no se ha hecho todavía las preguntas adecuadas, solo está en el juego de tronos de buscar culpables.
@israelzipper
*Abogado, PhD. en Ciencia Política, ex candidato presidencial (Chile, 2013).