El 2021 terminó con un estrago monetario en la región. Mientras que en el 2022 comenzó a darse un proceso que vio apreciarse las monedas de Brasil, México, Perú y Uruguay aun cuando el resto de la región sufrió descalabros monetarios. Pero el 2023 ha sido el año de la apreciación monetaria en otros países como es el caso de Colombia, Republica Dominicana y Chile.
Una explicación sencilla de este fenómeno incluiría los siguientes factores de apreciación: política determinadas y agresivas por parte de los bancos centrales de combatir la inflación manteniendo las tasas de interés altas; el aumento de los precios de las materias primas (commodities) y el traslado de eslabones de la cadena de suministro fuera de China. Pero cuando uno analiza el impacto de estos tres factores ellos solo explican el crecimiento de los últimos doce meses no el continuo crecimiento que se evidencia hoy.
Para comprender a fondo lo que está ocurriendo es necesario ver el curso que está tomando la globalización. Hasta ahora la economía mundial se ha alimentado de dos fuentes: los Estados Unidos, cuyo sistema económico es la fuente de generación de innovaciones mayor del mundo, y China, país que ha completado un proceso de urbanización rápido y sin traumas para convertirse en la tienda por departamentos más grande del mundo, produciendo todo lo que un hogar clase media necesita para disfrutar de confort y para insertarse en los eslabones superiores de la cadena de producción. Esto fue así durante los últimos 30 años. Ahora luego del trauma causado por el COVID-19, la economía mundial está en proceso de reordenamiento desarrollando varias cadenas de suministro de alcance global pero de fuentes regionales. El esfuerzo económico será ahora organizado regionalmente siguiendo las directrices de las ventajas comparativas cuando China ingresa en la segunda etapa de su industrialización y Estados Unidos en la era de la inteligencia artificial. Y en América Latina se viene la hora del desarrollo agrícola. La región es vista como el posible granero de buena parte del mundo ya que cuenta con plenitud de tierras fértiles; cierta infraestructura, buen acceso a las más avanzadas tecnologías de producción y mano de obra cualificada para las tareas del campo.
Esta evaluación es lo que crea demanda por las monedas de la región que ahora es apenas perceptible. Pero cuando los fondos de inversión inicien su demarche sobre la región para adquirir tierras y empresas agroindustriales, el futuro se verá con mayor claridad. Y se producirá el mismo proceso que se produjo en Estados Unidos en los años sesenta: la demarche del talento urbano hacia las regiones agrícolas. En este siglo, sin embargo, ese asunto tendrá mayor fuerza y volumen porque las nuevas generaciones que ocuparan los diversos peldaños del proceso productivo en este siglo XXI creen firmemente en las bondades de vivir insertos en el medio ambiente. En el siglo pasado ir de New York a Des Moines era visto como una degradación. Hoy los jóvenes que ingresantes en la fuerza de trabajo ven la opción del campo como un ascenso que les permiten gozar de una vivienda mas amplia, pagar menos por mejor educación para sus hijos y tener la posibilidad de ahorrar.
El único nubarrón en este auspicioso panorama es la inmensa carga de la deuda que han acumulado los países de la región como consecuencia del COVID-19 y de la dislocación de la cadena de suministro. Y es esto lo que debería ser la máxima prioridad tanto para las autoridades económicas de la región como para los organismos multilaterales de finanzas. Los bancos regionales como el BID y la CAF, por ejemplo, deberían dejar por un rato sus actividades de investigación y dedicarse de manera integral a producir una solución a este problema en coordinación con las autoridades financieras de Estados Unidos y los inversores privados. De no hacerlo, América Latina perderá una vez mas una oportunidad de desarrollo como la perdió cuando no usó sabiamente la Alianza para el Progreso y rechazó la Iniciativa de las Americas.
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