En 1966, el periodista Gay Talese, una leyenda viviente, se dirigió hacia un lujoso club privado con el propósito de conseguir una entrevista con Frank Sinatra para Esquire de ese mes.
“Frank Sinatra está resfriado” fue el título y el resultado de la frustración: con la nariz colorada, de un humor horrible, muy resfriado. Bebía y fumaba, trataba mal a los mozos y a otros socios. Se había proyectado un documental sin su anuencia que mencionaba la relación de siempre con la mafia. Con los amigos de la infancia y los juegos en la calle en Hoboken, New Jersey luego capos de gran dimensión. Cómo él.
La charla fue imposible, pero lo visto con Sinatra y alrededor de dos mujeres, había filmado una película que terminó detestando, le esperaba una gran gala con su voz llegada desde los cielos y con esa garganta. En ese momento, contó Talese que su flota de aviones y compañía era muy importante, inversiones de todo tipo fortalecían cuanto dijera, tenía llegada directa al presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy, influía en la política local, en la internacional solo por ser quien era. Después de un ocaso prolongado, un dios renacido venerado y admirado en cualquier parte. El periodista vio y contó que, ese día, con talante peleador, con mucho bourbon y un moquillo constante y quizás algo sospechoso, era el hombre más poderoso del mundo. Setenta y cinco profesionales formaban el conjunto de hombres para su seguridad
Messi
Hoy a mucha distancia y en un marco muy diferente en cualquier aspecto, Messi es el hombre más poderoso del mundo. Abre cualquier puerta, cifras de asombro lo llaman a firmar una vez terminado su paso por el Paris Saint-Germain y la agresividad inexplicable de los ultras en la hinchada. Todos y a cualquier precio quieren a Messi.
Su vida, biografía y novela, que se escribe a sí misma, contribuye a ese poder que pasa por encima de líderes encumbrados y tiránicos, mega millonarios y conflictos de una severidad que pone a temblar.
Él, tranquilo. Jorge, el padre, es su estratega fantástico -había un elegido al verlo jugar con poquísima edad. Con poquísima edad y poquísima estatura-. El genio salió de la botella, pero no conseguía centímetros de altura.
Se trasladaron a Barcelona cuando a Leonel le daban los doce. Fue probado, y aceptado pero debió actuar un tratamiento para el crecimiento prolongado y doloroso que tuvieron que costear. El pequeño y prometedor fuera de serie pasó a vivir en La Masía, donde viven los pichones del club hasta ver qué pasa. Una Masía es, en catalán, una gran casa de campo con una arquitectura muy particular, donde trabajan y hacen techo los “payeses”, la gente de la tierra, esquiva para expresarse en español.
Ahora, es el hombre más poderoso del mundo, pero la altura se tomaba el asunto con calma y años. Las inyecciones producían sufrimiento, experiencias que al final consiguieron el metro setenta deseado.
El chico asombró sin demora. Nacido con la voz y al áurea claroscuro de Frank Sinatra, que llevó al cantante a sufrir por amor- Ava Gardner como amor ardiente y doloroso-, a la depresión, a la idolatría, a los casinos de Las Vegas, a saber secretos de Estado, a manejar Mónaco, un buen tiempo asido de la manito de Grace Kelly, hasta ser el ser de mayor poder en los Estados Unidos, lo que equivalía a serlo del mundo. El deportista y genial capaz de unir inteligencia y cuerpo en un segundo a la velocidad de la luz, su opuesto en cualquier aspecto, ocurrió con Messi la otra cara de la moneda.
Al romper con el Barça, algo que parecía imposible, una concatenación de hechos lo llevó a la cima del poder sin proponérselo, con su sonrisa, Antonella y los chicos felices.
Como Sinatra, tuvo que pasar por las horcas caudinas: ser aceptado por los hinchas argentinos, él, que mantuvo su identidad contra todo viento, al principio el prodigio fue rechazado: “Pecho frio, vos jugás bien allá, jugás bien porque no te tocan, mové las piernas en lugar de caminar”. Así es la muchedumbre : con cambios bruscos, del odio al amor, de la adoración al desprecio.
En estos días el trío del mazo señalaron a Arabia Saudita, regreso al Barcelona Fútbol Club- más que club (está la catalanidad al máximo) o aceptar que el más poderoso del mundo fuera a los Estados Unidos, a la franquicia del Inter en Miami en gran parte de David Beckhan, el gran jugador, y con la parte del león Jorge Canosa, nacido en 1963 como primera generación de cubanos que huyeron o fueron expulsados por Castro. Familia multimillonaria por el padre, no es improbable que haya organizado o planificado acciones armadas contra la dictadura de La Habana.
Se dirá sin olvido, que Messi con su magia en todo el planeta podría intentar pacificar Oriente Medio, renovar la geopolítica, ser motor y Chat GPT del fútbol, el negocio más grande que existe si se lo considera legal después de la criminalidad en expansión.
Se dirá sin olvido que el fútbol no ha podido arraigarse en los Estados Unidos, desde el intento de Henry Kissinger, ya de 100 y en actividad imparable, con el Cosmos. Es posible cambiar con el poder inmenso de Messi, dios sin ateos.
En un libro el ahora en desuso pensador y sociólogo Guy Sorman, “Cómo entender a los Estados Unidos”, se abordan el racismo, la generación de industria, cómo funciona el capitalismo y cómo la competencia, la producción de ciencia y de alimentos y, vean, los deportes. Escribe sin textualidad que el béisbol es juego que surge del campo, el fútbol americano simboliza la industrialización, la gran fuerza y la potencia de una civilización guerrera, el básquet lo urbano. ¿Y el fútbol? Ahí está: los norteamericanos no digieren el empate. Y el fútbol lo contiene hasta el cero a cero deprimente.
Alguien tiene que ganar. Hacer goles y ganar o perder, nada de empates. Para eso, llevaron a Messi, el hombre más poderoso del mundo.
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