La escena habla por sí misma. De manera sorpresiva, Zelensky ingresa al recinto de la cumbre del G7 en Hiroshima y es saludado con calidez por los lideres allí presentes. Por todos menos uno, el presidente de Brasil, quien con su mirada hacia otra parte se desentendía de la presencia del presidente de Ucrania. Justificó el desplante por no haber sido notificado por anticipado sobre la asistencia de Zelensky a la reunión.
Nadie lo fue excepto Macron—proporcionó el avión y la seguridad—y pocos más. Zelensky no telegrafía sus viajes. Es el presidente de una nación en guerra, invadida sin justificación ni provocación previa y víctima de innumerables crímenes de guerra. Ese es el punto fundamental que Lula ignora al proponer un armisticio con el status-quo existente. Es decir, que Ucrania acepte soberanía rusa de los territorios ocupados, incluidos Crimea y Donbas.
La idea de Lula amputa la geografía de Ucrania y fragmenta su soberanía. Kiev no lo aceptará, OTAN no puede permitirlo. Sería más de lo mismo, la naturalización de futuras invasiones. Ya ocurrió en Georgia en 2008, y en Ucrania en 2014 y 2022. La diferencia es que esta última agresión pone en jaque la integridad del propio sistema internacional como tal. Podemos hablar de “sistema” solo si se respetan las normas de convivencia entre las partes.
El New York Times calificó a Lula como “un estrecho aliado de Putin”. El Financial Times le endilgó haber recibido al canciller ruso en Brasilia “con la alfombra roja”. A propósito, en dicha visita Lavrov había afirmado que “Brasil y Rusia tienen una visión única” en relación al conflicto en cuestión. Ningún funcionario brasileño formuló objeción alguna al respecto. De ahí las dificultades en justificar la propuesta de Lula como una mediación neutral.
Para bien o para mal, el alineamiento con Rusia ha sido instrumental para el tan mentado “regreso de Brasil a la escena internacional”, en este caso a la cumbre del G7. El problema de Brasilia ahora es remontar el déficit de credibilidad con Europa y América del Norte. La necesidad de reacomodamiento se ve en recientes declaraciones del canciller Vieira ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Un experimentado diplomático, advirtió sobre los riesgos que supone aislar a Rusia para lograr una salida pacífica del conflicto, al tiempo que también condenó la agresión rusa y la violación de la integridad territorial de Ucrania.
“Esta guerra no es sólo europea”, manifestó Macron al inicio de la cumbre de Hiroshima. “Es una oportunidad de conversar, intercambiar y convencer aliados…India, Brasil, Indonesia y otros países del sur, quienes a veces no han tenido demasiado contacto con Ucrania”.
Esa es la médula del problema de Brasil y de la vasta mayoría de las naciones latinoamericanas: adoptar posiciones preconcebidas—en esencia ideológicas—y justificarlas en términos de neutralidad, los supuestos “no-alineados”. En otras palabras, prevalece en América Latina una lectura de siglo XX de este conflicto. Es en clave de Guerra Fría y en definitiva sirve para racionalizar la alianza con la Rusia de Putin; es el caso de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Bolivia, pero hasta cierto punto también Brasil. Pues si esta es una guerra de OTAN, el principal responsable de ello es Vladimir Putin.
Europa finalmente comienza a preocuparse por la ficticia neutralidad latinoamericana. Además de los gestos de Macron, la ofensiva diplomática europea incluye la visita de los secretarios de exteriores del Reino Unido y de Alemania, y de la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Llevan una extensa agenda, incluye la guerra en Europa, pero también comercio y medio ambiente.
En hora buena por el interés, pero lo peor que pueden hacer es incluir a Ucrania y China en la misma ecuación. O más específicamente, mezclar paz y seguridad internacional con comercio, o peor aún, negociar el uno con el otro. Nadie en América Latina aceptará tener que escoger entre comerciar con China o hacerlo con Occidente, el planteo es frecuente y erróneo. Es con los dos, China es el principal socio comercial en muchos países de la región.
Además, si el intercambio de América Latina con Europa y Estados Unidos ha quedado rezagado frente a China, solo pueden culparse a sí mismos. El acuerdo Mercosur-Unión Europea ya lleva casi 25 años de negociación y Estados Unidos ha puesto en la carpeta de pendientes la vasta mayoría de los acuerdos comerciales en el hemisferio. Y ello no únicamente por el proteccionismo de Trump entre 2017 y 2021.
Es llamativo lo de Brasil, su política exterior parece haber perdido su propia identidad. Me refiero a la Segunda Guerra. En enero de 1942 Brasil rompió relaciones con el Eje, declarándole la guerra en agosto siguiente. Con ello estableció bases en el nordeste, en las islas Fernando de Noronha, en cooperación con Estados Unidos. Aún más significativo, envió un contingente militar a luchar junto a los Aliados en Italia, la Fuerza Expedicionaria Brasileña.
El bautismo de fuego y heroísmo de “la cobra que fuma”, así fue apodada la Fuerza Expedicionaria, llegó en la épica batalla de Monte Castello, en los Apeninos septentrionales, en la cual las unidades de infantería y artillería brasileñas pusieron el grueso de los recursos humanos y materiales perdiendo más de 400 hombres. Dicha victoria facilitó el camino posterior hacia Bologna, consolidando la posición aliada en la península.
Los demás países latinoamericanos mantuvieron su neutralidad casi hasta que la guerra estuviera decidida, siendo además oportunistas e hipócritas. Brasil fue el único país de la región que se involucró directamente en el conflicto, un hito en la historia del país y de las relaciones internacionales hemisféricas. Actuó en base a principios y con ello consolidó por generaciones futuras su lugar como nación occidental. El presidente del país era Getúlio Vargas, padre del populismo.
Son los mismos principios que Occidente hoy le reclama a Lula en relación a Ucrania. Para los ucranianos esta guerra es existencial, una guerra plagada de crímenes. Crimen de agresión por la violación injustificada de la soberanía de otro Estado, pero racionalizado por un argumento que abre la discusión acerca de la ocurrencia del crimen de genocidio: la negación del derecho de la nación ucraniana, no tan solo del Estado, a existir separadamente de Rusia. Si Brasil se enfrentó al agresor en 1942, pues que lo haga otra vez y que las Américas lo acompañen. Estas dos guerras son casi idénticas.
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