Estoy en contra de la creación de albergues para perros y gatos. Pese a que muchos consideran que esta es “la salvación” para los animales sin hogar, la evidencia señala que son la peor opción y no debería crearse ni uno más para concentrarse en ayudar a que, los que ya existen, puedan dar la adopción de todos los animales a su cargo.
Podría dar cifras del fracaso de estos espacios para resolver el problema de la sobrepoblación de perros y gatos, en el Perú y el mundo. O podría contar el caso de “Amigos de los Animales”, aquella institución modelo que existió en el Perú hace muchos años y tuvo que cerrar cuando se descubrió que practicaban eutanasias a los animales que no eran adoptados después de un tiempo.
Pero, creo que una historia puede ayudar a explicar el tema mucho mejor.
Bubita, una perrita cruce de pastor alemán con los ojos más tristes del mundo, llegó al albergue del que fui voluntaria. Estaba a punto de ser mamá y sus ojos pedían ayuda a gritos sin hablar, como ocurre con todos los animales, las únicas víctimas que no pueden defenderse a sí mismas.
Nos volvimos inseparables. Luego de que dio a luz y adoptaron a todos sus cachorros (y a ella ni la miraban cada vez que visitaban el albergue), me concentré mucho en darle cariño desde que la descubrí un día dando vueltas sin parar. Esto se conoce como “conducta estereotipada”, un comportamiento repetitivo muy común en animales estresados por permanecer encerrados durante mucho tiempo. Buba vivía en un canil, algo lamentablemente recomendable en un albergue para evitar peleas.
Dicho en otras palabras, la perrita estaba perdiendo la razón.
Cuando convives con animales que han sufrido tanto, creas lazos muy fuertes con ellos y, por eso, trataba de acompañarlos el mayor tiempo posible. Cada 24 de diciembre me quedaba en el albergue hasta las 10 p.m. y regresaba el 25 a las 7 a.m. Lo mismo en Año Nuevo y feriados, además de ir a diario. Mi vida era estar con esos perros incluso el día de mi cumpleaños y hasta llegué a escaparme del trabajo para acompañarlos, aunque sea una hora.
Caí en la cuenta de que, por más que les diera la mayor parte de mi tiempo, mi dedicación y me esforzara por ponerlos guapos para que alguien los adoptara, la mayoría seguía allí por semanas, meses y años. Sus ojos diciéndome “llévame” me impidieron dormir varias noches.
Era un círculo vicioso. Si alguno salía en adopción, ese mismo día entraban tres o cuatro nuevos. Empezamos el albergue con todo el entusiasmo del mundo y caniles para seis perritos. Llegamos a tener 15.
Eso es lo que pasa en todos los albergues: pocos adoptan y muchos abandonan. En el resultado de la ecuación los animales nunca salen ganando. Con el tiempo la situación se vuelve inmanejable y casi todo el dinero se gasta en comida, vacunas, desparasitación y cubrir los gastos médicos de los perros o gatos que se enferman.
En estos largos años como activista por los derechos animales, he visto a personas de buen corazón, que crearon un albergue, comprobar en poco tiempo que la idea no resultó siendo tan buena. También he tenido pesadillas luego de conocer “albergues” donde no entraba ni un solo animal más y la comida nunca alcanzaba. No podía borrar de mi memoria esas patitas mojadas por su propia orina, ni los llantos rogando cariño. Tampoco lograba olvidar al perrito amarrado en la puerta de aquel lugar que más parecía un infierno, o las naricitas saliendo por los agujeros de las maderas mal clavadas del cerco improvisado.
En un albergue, el amor no alcanza para compartirlo con tantos.
Los albergues no son la solución porque atacan solo la consecuencia del problema, más no la causa. Por eso, en países como Chile, Argentina y Países Bajos, se esteriliza para evitar nacimientos de animales para los que nunca habrá un hogar. Esto, además de la promoción de las adopciones, la sanción al abandono y la crueldad, la educación en tenencia responsable y la prohibición de la venta de animales, son acciones que componen la estrategia que sí funciona. No es algo nuevo.
¿Es mucho pedir a las autoridades peruanas una solución real a la sobrepoblación de perros y gatos? Las organizaciones de defensa de los derechos animales tenemos el conocimiento y estamos dispuestos a compartirlo. Señores alcaldes, gobernadores regionales, funcionarios del Ministerio de Salud, solo hace falta verdadera voluntad y una llamada telefónica.
Para no dejar a nadie con la duda, la historia de Buba tuvo un final feliz. Cuando dejé de ser voluntaria del albergue la llevé conmigo y gasté todos mis ahorros en poner un aviso en el periódico para que consiga un hogar (las redes sociales aún no eran un auge). La única persona que llamó terminó adoptándola y hoy es una de mis mejores amigas.
Bubita murió hace algunos años, pero se fue rodeada del amor que no le debería ser negado a ningún animal. Ellos no merecen un albergue, merecen ser parte de una familia.
Te cumplí la promesa, gordita, nos volveremos a ver algún día.