En el mundo de las inversiones, la estrategia de exclusión implica no tomar en cuenta a ciertas compañías o sectores cuyo core de negocio está vinculado con actividades poco sostenibles. Si bien la exclusión puede parecer la manera más simple de hacer que los portafolios de inversión sean “sostenibles”, no mitiga los riesgos ni soluciona los problemas estructurales que conlleva el no considerar los impactos sociales y ambientales de las empresas en las que se invierte. Por ejemplo, las empresas más contaminantes, como las productoras de energía con carbón, siguen existiendo incluso cuando muchos fondos han decidido excluirlas de sus políticas de inversión. Dado que el cambio climático es un riesgo sistémico, este sigue avanzando y afectando a las inversiones de todos los fondos, incluso aquellos denominados sostenibles. Este es un ejemplo de cómo la exclusión no generó ningún cambio y menos aún tuvo el efecto esperado de disminuir la contaminación. ¿Hay alguna alternativa? Sí, tomar la ruta opuesta: la integración.
El sistema financiero tiene aún la oportunidad (y necesidad) de canalizar la importancia de integrar los factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo (ESG en inglés) en la estrategia de las empresas. Si realmente queremos generar un cambio, es necesario para los inversionistas entender los temas más relevantes para el negocio y mantener una comunicación constante. En esa línea, la integración y el rol activo son herramientas que permiten un mejor acercamiento que la exclusión ante empresas que no operan como nos gustaría.
Con adoptar la integración nos referimos a incorporar temas ESG en el proceso de decisión de inversión. En este momento es clave el concepto de materialidad, porque no todas las industrias se ven afectadas por los mismos riesgos y oportunidades. En otras palabras, hablamos de tomar en consideración los factores que puedan tener un impacto en el desempeño financiero de las empresas en las que invertimos. Por ejemplo, una empresa productora de energía tiene la oportunidad de explorar energías limpias, mientras que, por otro lado, los bancos deben mitigar los riesgos de ciberataques, entre otros.
En el caso del rol activo, el relacionamiento es una de las herramientas más valiosas, pues nos permite acercarnos a las empresas a través de un dialogo abierto y dinámico. Buscamos que conozcan nuestras expectativas y prioridades en cuanto a la sostenibilidad de sus operaciones, al mismo tiempo que nos comparten su estrategia y los retos y oportunidades encontradas.
Con el relacionamiento, no buscamos imponer a la empresa lo que nosotros pensamos que son las mejores prácticas ESG, sino, abrir un canal de diálogo que nos permita entender cómo piensan abordar los retos de hacer negocios de manera sostenible, buscando generar nuevas oportunidades de negocio y mitigando riesgos. De esta forma, queremos construir de manera conjunta los objetivos de relacionamiento que nos permitan medir el nivel de avance y el impacto que se ha generado.
Dejo aquí algunos puntos a considerar para aquellos fondos que buscan empezar su camino hacia la integración y el rol activo. Primero, es clave definir los temas prioritarios en los que se quiere hacer relacionamiento, estos pueden ser específicos para un sector basados en marcos internacionales, como SASB (Sustainability Accounting Standard Board) o GRI (Global Reporting Initiative), o sobre un tema específico, como el cambio climático y diversidad. En segundo lugar, se debe determinar el tipo de relacionamiento que se quiere realizar, individual o colaborativo, y la manera en que la información del relacionamiento es compartida con el equipo que toma la decisión de inversión. Por último, es muy importante reconocer que, si bien es un proceso que toma tiempo, requiere constancia y perseverancia, los resultados pueden generar un impacto muy positivo en las inversiones y el mundo en el que vivimos.