Sé que una frase como esa suena descabellada y hasta enfermiza, e imagino automáticamente lo que puede pasar por la cabeza de la persona que está leyendo esta columna. Sin embargo, en un país donde los perros y gatos sin hogar sufren abusos que podrían convertirse en el guion perfecto para una película de horror, créanme, es lo mejor que les puede pasar: que alguien esté junto a ellos en ese último momento. Afirmo, con impotencia, que ese es el mejor final al que pueden aspirar después de una “vida” donde solo conocieron el hambre y la soledad en un mundo que retribuyó con indiferencia su lealtad a prueba todo.
Durante más de 20 años como activista por los animales, he sido testigo de cómo muchos compañeros evitaban esa situación: la eutanasia de un animal abandonado. Confieso que hacía lo mismo. Me alejaba para llorar sin molestar a otros voluntarios ni poner nervioso al perrito o gato, me concentraba en mi dolor.
Así fue hasta que formé parte de un equipo de voluntarios que llegó a Bolivia para ayudar a animales víctimas de las inundaciones en El Beni. Una mañana soleada, en un mercado cercano, encontramos a un perro que casi no podía sostenerse en pie. Era, en realidad la sombra de un perro. En sus ojos ya no había esperanza, estaba flaco y casi sin pelo, tenía una fractura expuesta en una de las patitas y lo único que abundaba en él eran los parásitos. Nunca había visto a un animal con tantas pulgas.
El veterinario nos dio la peor noticia: no había nada que hacer y la única opción era darle una muerte sin dolor. “Yo lo sostengo”, dije casi inmediatamente, con la intención de consolar al perrito. Mientras lo abrazaba y pensaba en que, probablemente era el primer abrazo que recibía, él levantó la cabeza con sus últimas fuerzas y me miró hasta casi sonreír, así que le dije cosas bonitas al oído mientras descansaba por fin de tanto dolor. Jamás olvidaré esa carita.
Ese episodio cambió radicalmente mi forma de ver las cosas. El “llegué tarde” a la vida de cada animal, al que solo podía acompañar a morir de una manera digna, se transformó en un “llegué a tiempo” para que se vaya sintiendo el amor de alguien y no solo en una calle oscura siendo invisible para todos. Y, cada vez que me ha pasado, he dado las gracias por haberme cruzado en su camino.
He acompañado a muchos perritos como ese a morir cuando ya la medicina no podía ayudarlos, gatos también. He besado cabezas llenas de heridas y abrazado cuerpos golpeados por la crueldad humana. He visto a demasiados perros cariñosos y gatitos “amasadores” que lograron sanar sus heridas físicas y del alma, envejeciendo con la esperanza de esa adopción que nunca llegó. Dedico mi vida a ellos, aunque a menudo me pregunto ¿Por qué tiene que ser así?
El cambio necesario para que esto se detenga está hoy en manos del Ministerio de Salud, que está reglamentando la llamada “Ley 4 Patas”, un logro del movimiento de derechos animales en el Perú que nos costó más de tres años de un largo y complicadísimo camino. Solo los que trabajamos voluntariamente en causas que parecen perdidas sabemos lo que significa este paso histórico en la lucha contra el maltrato animal en el Perú.
La ley propone esterilizar a perros y gatos, sobre todo a los que no tienen casa, e impedir que vengan al mundo más animales para los que nunca habrá un hogar. Es una política de salud pública aplicada con éxito en países como Chile, Argentina y Holanda.
Lamentablemente, y por intereses que desconocemos, la comisión del Minsa encargada de elaborar la propuesta de reglamento de la norma, quiere desnaturalizarla excluyendo de las esterilizaciones a esos animales, para centrarse en aquellos identificados con microchips. El grupo de trabajo plantea también la creación de albergues, una idea que ha fracasado en el mundo como alternativa contra la sobrepoblación de perros y gatos dejados a su suerte, y sugiere la castración química pese a que no es 100% efectiva. Adicionalmente, no han tomado en cuenta la opinión de los representantes de las organizaciones de defensa animal que conforman también la comisión. Por eso levantamos la alerta pidiendo a la ciudadanía que nos ayude a impedir lo que significaría un enorme retroceso. Solo la voz de ustedes, unida a la nuestra puede lograrlo.
¿Cuál es el objetivo detrás de esta ilógica propuesta? No queremos sacar conjeturas y, en lugar eso, nos reunimos con la ministra de Salud, Rosa Gutiérrez, quien se ha comprometido a cambiar ese proyecto de reglamento que solo perjudica a los animales que debería proteger.
La “Ley 4 Patas” no es una norma de microchips ni de albergues, es una ley que recoge un pedido ciudadano: que no existan más animales abandonados. Es precisamente esa demanda la que ha sido plasmada por el movimiento de defensa de los derechos animales en esta norma.
Más del 60% de peruanos tienen una mascota en el país y, con toda seguridad, la crueldad contra ellas les preocupa a muchos más.
Confiamos en usted señora ministra, no defraude a más de la mitad del país.