Haití, una tierra “cubierta de tinieblas” (Isaías 60:2-3)
Una cosa es ser testigo del horror; otra muy distinta es tener que relatarlo. Aún si se lo enfrenta con coraje, no se lo puede desentrañar. Se enumeran hechos, detalles, mas no se puede descifrar su impacto o dimensión real en la vida de las personas. Tampoco es fácil encontrar una escucha activa, empática, comprometida con la transformación.
Haití fue, luego de los Estados Unidos de América, el primer país del continente en declarar su independencia, mediante una revolución de esclavos y mulatos que en 1804 vencieron a los ejércitos de Napoleón. Sin embargo, en el último siglo esta nación pasó de ser conocida internacionalmente como la perla de las Antillas, a la más pobre de la región.
Hoy “vive” aterrorizada. El crimen organizado controla el poder. Supera a la fuerza policial y militar.
La capital, Puerto Príncipe, está asediada. Barrios enteros atrincherados. No hay Estado. Es muy marcado el deterioro creciente, en especial en el último mes.
Refucilos de armas pesadas atormentan cada noche. Balas perdidas dejan un tendal de cadáveres en las calles. La gente duerme debajo de sus camas. Queman personas. Violan mujeres. Incendian iglesias, autos, casas. Secuestran a mansalva. Saquean sin parar. Extorsionan escuelas que se ven obligadas a cerrar. Imponen restricciones a la libre circulación. Las familias se dividen, dejan su hogar. Se fractura la comunidad. La devaluación de la moneda y los precios de la canasta básica asfixian a los que menos tienen. El tráfico ilegal abunda en las fronteras.
Los participantes y socios territoriales de los proyectos de la Fundación América Solidaria Haití alertamos sobre la impunidad con que operan estas pandillas: en los colegios dejan sobres con cartuchos de bala y un mensaje amenazante “pidiendo” una contribución. Jóvenes que logran salir de sus barrios por la mañana para ir a estudiar o trabajar se enfrentan a una odisea feroz, y tienen pánico de regresar. Si son varones, los detienen e interrogan por ser considerados presuntos informantes de las bandas enemigas o de la autoridad.
El testimonio cotidiano de los sobrevivientes es escalofriante y abrumador. Así como la parsimonia y la falta de determinación, o tal vez complicidad, de la comunidad internacional.
Que sea nuestra conciencia, y no la vara de la historia enterrada, quien determine las consecuencias de nuestras acciones, u omisiones, individuales y colectivas, frente a este pueblo, que es nuestro hermano.
*La autora es directora ejecutiva de la Fundación América Solidaria Haití