El pasado 15 de febrero, el Consejo Europeo de Derechos Humanos publicó el informe Libres para crear: informe sobre la libertad artística en Europa, bajo la autoría de la especialista Sara Wyatt, sobre el estado de la libertad de expresión artística en el continente entre 2019 y 2022. Basado en reportes e informes publicados por la sociedad civil y en las reflexiones e impresiones de artistas y profesionales de la cultura reunidos en Liubliana en julio 2020, el informe presenta un estado de situación que permite un contrapunto con América Latina.
Una primera diferencia entre ambas regiones es la falta de entendimiento y de desarrollo del concepto “libertad de expresión artística” en Latinoamérica con respecto a Europa. Aunque en la región existe una tradición liberal desde el nacimiento de los estados que sostienen la libertad de expresión como valor, las particularidades de las expresiones artísticas dentro de ese campo son menos discutidas. La situación se ve reflejada en la falta de monitoreo y discusión tanto en el ámbito de la sociedad civil como en los gobiernos, lo cual implica la falta de datos que permitan políticas públicas y civiles que sostengan y defiendan la libertad de creación.
Una segunda diferencia puede señalarse en relación al rol del populismo como obstaculizador de la libertad de expresión artística. El informe señala que el populismo en Europa, entendido solo como representante de fuerzas políticas conservadoras, busca silenciar ciertas voces y expresiones. En nombre del nacionalismo y valores tradicionales como la familia y la religión ataca, al mismo tiempo, representaciones de la comunidad LGTBIQ+, la lucha por la igualdad de derechos por parte de las mujeres, las voces de migrantes y de minorías étnicas. Los ataques pueden tomar la forma de censura directa, como en los casos de Polonia y Hungría. Inclusive pueden ir más allá, hasta la criminalización de expresiones artísticas, como sucede en Turquía donde los artistas kurdos son usualmente enjuiciados por “apología del delito” al usar su idioma y defender su cultura.
En América Latina la situación es diferente. Los populismos de derecha operan sobre un universo de valores muy similar, pero los mecanismos utilizados son usualmente el hostigamiento online y offline que puede llevar a la condena pública y al llamado de “quema de libros”, el manejo de fondos públicos para homogeneizar voces, la persecución legal en juicios civiles. Este universo involucra tanto gobiernos como grupos de la sociedad civil con ciertos niveles de organización, como muestra la destrucción de obras de artes en Mendoza el lunes 20 de marzo, en la Universidad Nacional de Cuyo. El ejemplo por excelencia de populismo a la europea ha sido el gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil cuyos secretarios y ministros (e inclusive el propio presidente) han llevado verdaderas cruzadas contra artistas, representaciones, y narrativas que consideraban censurables, utilizando todos los recursos disponibles para ellos en cuanto funcionarios públicos.
La criminalización del arte en la región, sin embargo, es tarea, por ahora, de gobiernos alineados con discursos de izquierda. A la cabeza, el régimen cubano que en la actualidad mantiene a cuatro artistas bajo régimen carcelario común (los raperos Maykel Osorbo y Randy Arteaga, el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara, la poeta Cristina Garrido) y otros dos bajo prisión domiciliaria (el músico y estudiante Abel Lescay y el rapero El Radikal). Todos ellos condenados a varios años de prisión por expresarse abiertamente contras las políticas del gobierno. Leyes que criminalizan el arte, también, han sido aprobadas y utilizadas por los gobiernos de Venezuela y Nicaragua contra las voces disidentes de artistas, escritores y profesionales de la cultura.
Un último contrapunto puede plantearse en lo que la autora llama mecanismos de censura “bajo el radar”, formas de silenciamiento de baja intensidad que pueden incluir las presiones políticas sobre instituciones estatales de cultura, el control de los escasos fondos para el financiamiento, la amenaza de exposición pública si se abordan ciertos temas. El punto ciego en esta línea de argumentación es el rol de los propios artistas en la censura y la cancelación de expresiones desde una narrativa que se presenta como “progresista”. En América Latina, las delaciones, las denuncias, los pedidos de cancelación contra colegas que no comparten los mismos valores personales o políticos son formas de disciplinamiento que se repiten en diferentes ámbitos culturales. Los valores progresistas de defensa de derechos sociales se convierten bajo este sistema de vigilancia en un credo que no permite discusión.
Tal vez sea oportuno, tanto en Europa como en América Latina, recordar el histórico fallo de la Corte Europea de Derechos Humanos de 1976 (Handyside vs Reino Unido), que establece uno de los antecedentes jurídicos más relevantes en materia de libertad de expresión artística: la libertad de expresión es uno de los elementos fundamentales de las sociedades democráticas y no debe aplicarse solo a información o ideas consideradas favorables, inofensivas o irrelevantes sino también a las expresiones que pueden ofender, escandalizar o perturbar al Estado o a cualquier sector de la población. No es función del arte repetir lo que queremos oír.
*La autora es Coordinadora del proyecto “Defensa de la libertad de expresión artística” de www.cadal.org