El futuro no es lo que era

La reciente quiebra del Silicon Valley Bank (SVB) encendió las alarmas en la economía global

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Tim Berners-Lee (REUTERS/Simon Dawson)
Tim Berners-Lee (REUTERS/Simon Dawson)

En 1993 Kevin Kelly fundó la revista Wired, la biblia gráfica de las noticias tecnológicas. Durante esos días, en simultáneo al inicio de la gestión presidencial de Bill Clinton, su vicepresidente Al Gore encabezaba el equipo del gobierno que articulaba la transformación de la entonces llamada “Autopista de la Información” con la “World Wide Web”, diseñada en 1989 por el ingeniero británico Tim Berners-Lee en el Instituto Europeo para la Investigación Nuclear (CERN).

El 30 de abril de 1993 Berners-Lee, junto a un equipo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y de la Universidad de Stanford, permitieron el uso libre de la flamante web que hasta ese momento había sido concebida y desarrollada para que los científicos que trabajaban en universidades e institutos de todo el mundo pudiesen intercambiar informaciones en forma electrónica.

De esta manera se llegó al éxito en el desarrollo global de internet que se había iniciado en 1969 con la creación de la ARPANET (Advanced Research Projects Agency Network) a instancias del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Su misión principal era interconectar a cuatro universidades norteamericanas. En esos agitados días, en plena debacle de la guerra de Vietnam y en simultáneo a la llegada del Apolo XI a la luna, el presidente republicano Richard Nixon sucedía al demócrata Lyndon Johnson al frente de la Casa Blanca. La Guerra Fría determinaba la agenda diplomática y geopolítica, y el mundo comenzaba entonces a tomar nota sobre la ecología y el cuidado del medio ambiente a partir de la publicación del informe producido por el MIT a pedido del Club de Roma en 1972.

Kelly había sido un lector agudo de la obra de Alvin Toffler (1928-2016), un académico que predijo varias transformaciones radicales en materia tecnológica y su impacto en el ámbito económico y social de las naciones. El autor de “El shock del futuro” (1970) había afirmado hace muchos años que “la tecnología avanzada y los sistemas de información harán posible que mucho del trabajo de la sociedad pueda realizarse en casa por medio de telecomunicaciones por conexiones de computadora”.

Alvin Toffler (AFP)
Alvin Toffler (AFP)

Tanto Kelly hoy en día, como Toffler en su momento, alzaron sus voces sobre los riesgos de las predicciones de los “futurólogos”. En este sentido, Kelly señala que “los escenarios tienen menos que ver con predecir exactamente lo que sucederá y más con imaginar el rango de futuros posibles para que no haya sorpresa cuando ocurra uno de ellos. Esto permitiría elaborar planes de contingencia y preguntarnos qué haríamos si el mundo se dirigiera en esta dirección”.

El mes pasado Berners-Lee calificó públicamente a las criptomonedas como “peligrosas y similares a los juegos de azar”, y agregó además otra definición negativa al compararlas con la burbuja de las puntocom que estalló a principios del nuevo milenio cuando las empresas, en su mayoría de venture capital, inflaban sus ingresos para lograr grandes aumentos en su cotización bursátil.

La reciente quiebra del Silicon Valley Bank (SVB), una importante entidad financiera de California con unos 200.000 millones de dólares en activos, encendió las alarmas en la economía global y la sola lectura de las noticias sobre su derrumbe nos trasladan a las crisis de las hipotecas subprime producida hace quince años y que llevó a la desaparición de históricas compañías financieras encabezadas por Lehman Brothers. El fallido SVB proporcionó financiación a casi la mitad de las empresas tecnológicas y sanitarias estadounidenses respaldadas por capital riesgo.

El diagnóstico sobre las causas de la crisis de 2008, coincidente con el inicio de la primera gestión presidencial de Barack Obama, es unánime: gravísimas fallas en los controles sobre las entidades financieras. Las consecuencias políticas también son conocidas: las condenas judiciales a los responsables brillaron por su ausencia.

Tras la salida de una pandemia que superó los dos años y produjo alrededor de 15 millones de muertes en todo el mundo, sumada a la invasión de Ucrania ordenada por el presidente Vladimir Putin que provocó la mayor alteración del mercado energético, es dable esperar que a la cuarta ola imaginada por Alvin Toffler le siga un tsunami en las finanzas globales que llevaría a millones de personas a la pobreza. Una fotografía para nada deseable que socavaría aún más la debilitada creencia en la democracia capitalista como el sistema más justo para alcanzar el desarrollo social con equidad.

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