La respuesta es Sí y No. Sí en el sentido que se ha preparado desde el término de la guerra civil en 1949, donde la victoria comunista condujo a dos millones de chinos nacionalistas a la isla de Taiwán, la Formosa portuguesa. Sin embargo, la respuesta creo que es No, si es que lo desea o lo va a hacer ahora.
Tal como lo demostró el bloqueo a la isla durante la vista de Nancy Pelosi en agosto del año pasado, su actitud actual incluye todo tipo de presiones, pero no el ataque militar. Fue -al menos para el Pentágono-, un antes y después, ya que Estados Unidos se mostró impotente para detener la escalada que hizo Beijing, y quizás por eso había desaconsejado el viaje de la destacada política.
Para China lo que ha cambiado es lo siguiente: en 1949 era un gran país, pero con intereses locales y con Mao preocupado de consolidar su revolución. Su aspiración era ser potencia regional y además de su intervención en la guerra de Corea, los escenarios donde estaba dispuesta a utilizar sus fuerzas armadas eran la consolidación de la revolución comunista y la mantención de Taiwán y del Tíbet como territorio chino, lo que condujo a la ocupación total del segundo, en contra de la voluntad del pueblo tibetano.
Desde el punto de vista de Estados Unidos todo comienza por tener una buena caracterización de lo que está ocurriendo, es decir, de un diagnóstico correcto, toda vez que se ha equivocado, más de una vez en el pasado reciente.
La primera equivocación fue que la integración de China a la economía mundial y una notable creación de riqueza que permitió que cientos de millones salieran de la pobreza, iría a fortalecer el sistema democrático, y, por el contrario, se transitó desde una dictadura colectiva a una personalista, la de Xi Jinping.
En esta nueva etapa, donde la legitimación del partido comunista no solo se basa en un capitalismo de estado que les ofrece un mejoramiento constante de la situación personal a los habitantes, se agrega ahora la promesa implícita de Xi para esta nueva etapa: disputarle a Estados Unidos el cetro de la principal superpotencia. Y aparentemente hasta hay una fecha para ello, el 1 de Octubre del 2049, es decir, al cumplirse el centenario de la proclamación de la República Popular China.
En la lucha por la legitimidad histórica, Taiwán lo celebra el 10 de octubre y hace nacer la república en el Dr. Sun Yat Sen, padre de la China moderna para ambos y primer presidente en 1912, aunque efímero.
Es tal el nivel de la relación económica entre China y Estados Unidos y la presencia (y simpatía hacia el régimen) en sectores empresariales y universitarios, entre otros, que a Estados Unidos le ha costado mucho entender cuán importante es para el Partido Comunista el desafío de destronarla como la principal superpotencia, superando incluso a los intereses comerciales.
Nueva etapa, que por lo demás coincide en esta nueva fase de la globalización, donde la invasión de Ucrania es una muestra de que la historia y la geopolítica se han (re)incorporado del todo a una globalización que no parecía considerarlas.
Después de un etapa donde China fue parte de la polarización interna y donde hubo fuertes críticas demócratas al ex presidente Trump por su política hacia China, acusándolo incluso de “racista”, hoy, quizás por primera vez, China ya ha sido integrada a todas las directivas de seguridad nacional, a los testimonios militares y de inteligencia en el Congreso, e incluso, con alguna tardanza, en que el FBI reconozca la posibilidad de que el virus del COVID-19 se haya originado en un laboratorio de Wuhan, algo que se dijo desde el inicio, pero que por primera vez parece recibir credibilidad en organismos de seguridad, aunque todavía se insiste que no hubo nada intencional.
En todo caso, basta revisar que en la prensa china oficial en inglés y en la de Hong-Kong (mientras hubo libertad de prensa), para ver que, desde hace años, se acepta algo que puede parecer chocante, pero que es absolutamente cierto, que, para los chinos, el modelo para reemplazar a Estados Unidos, es lo que EEUU hizo con Gran Bretaña en el siglo pasado.
Así ha pasado que China ha seguido pasos muy similares: inversiones masivas en el extranjero, búsqueda de materias primas, transformarse en actor principalísimo del mercado mundial, mercado para la mejor distribución y uso de recursos, pasar de una definición de su territorio como intocable a una actitud crecientemente agresiva hacia otros, utilización de la deuda como arma de obediencia política. Parte de este proceso es la transformación de la marina en una que aspira a ser la más poderosa del mundo.
A China sólo le estaría faltando una mayor presencia financiera, ya que todavía es un actor menor, por ejemplo, en bancos internacionales, y una importancia mayor de su moneda en el intercambio mundial, donde sigue predominando el dólar, y sin contrapeso, aunque Beijing es y por lejos, el mayor poseedor de deuda pública norteamericana del mundo. Y como la experiencia indica para todos, cuando llega una situación de crisis económica, todo país ha descubierto que las deudas se pagan.
También ha coincidido esta expansión con la última de las cuatro modernizaciones que estableció Deng el siglo pasado. Ya cumplidas las tres primeras (Agricultura, Industria, Tecnología), Defensa se ha transformado en la última misión, y se está cumpliendo con grandes inversiones, no solo en las ramas de tierra, mar y aire, sino también en espacio exterior, nuevas tecnologías, ciberespacio y otras.
Todavía Estados Unidos sigue siendo la primera potencia militar, y con comodidad, pero la inversión china y sus progresos son notorios, tanto que la distancia se ha reducido y mucho. Probablemente, quizás por su necesidad de pensar el mundo en términos de amenazas, el Pentágono ha advertido antes que el Departamento de Estado hacia dónde se dirige China.
Quizás la última equivocación de Estados Unidos fue pensar que China podría ser una especie de intermediario, ejerciendo presión para restringir a Rusia en su invasión a Ucrania, y al parecer, nada más lejos de los intereses de China.
Para confrontarla, lo que más le cuesta entender a Estados Unidos es la existencia de un nuevo escenario, donde más allá de sus beneficios o perjuicios económicos, a China lo que más le interesa hoy es su meta nacional de transformarse en la primera potencia del mundo, distinción que para ellos se limitaría a recobrar un sitial que creen haber tenido por milenios, y que sólo había sido frustrado en siglos anteriores por las potencias coloniales, que es exactamente lo que su propaganda en chino y para consumo interno en una dictadura nacionalista, sigue propagando, incluyendo por cierto al propio Estados Unidos.
La historia probablemente va a recoger que uno de los grandes cambios, consecuencia de la invasión de Ucrania, fue esta alianza novedosa (no había existido nunca antes) entre China y Rusia. Y para el proyecto de dominación mundial de esta nueva China, rica y poderosa, Rusia es visto como una especie de “regalo”.
En esta nueva etapa, Rusia va a ser para China el socio menor, un equivalente de Europa para Estados Unidos. Para China, Rusia aporta ser el rival atómico de Estados Unidos y un gran productor de materias primas, es decir, una sociedad donde China aporta capital y tecnología, transformándose en el socio dominante.
Es por lo demás, un estilo de sociedad que ya puede ser vista en Siberia, con una creciente presencia china y también en un gran proyecto en el Ártico para beneficiarse del cambio climático, donde el deshielo y los recursos chinos permitirían crear allí una nueva ruta de comunicación, que se agregaría a la nueva Ruta de la Seda, sin duda, y por lejos, el mayor proyecto de infraestructura (y de adquisición de deuda) del mundo.
En ese sentido, a China le conviene lo que ocurre en Ucrania, ya que de prolongarse la guerra, sobre todo, si no hay un vencedor claro, el propio Estados Unidos podría ser arrastrado a una situación de creciente involucramiento. Ocurra o no, por ahora, China observa el desempeño de la OTAN, que recordemos, ha decidido, sin que existan o se conozcan los planes, agregarla a sus adversarios potenciales.
En todo escenario, aumenta la necesidad de recibir ayuda de China, y lo que Moscú está dispuesto a dar a cambio de beneficiarse de su capacidad industrial, por ejemplo, en municiones. Sería un cambio, ya que, hasta hace pocos años, Moscú era el principal aprovisionador de armas y tecnología militar, situación que existe más o menos desde la década del 90, coincidiendo con el fin de la URSS.
Es así como hasta hace poco, la marina y la aviación se habían beneficiado de esta relación como también, combustible atómico para la energía nuclear. En la aviación fueron los Mig y la marina, tuvo hasta hace poco su único portaaviones de origen soviético, vendido por Rusia. Hoy, China ya no necesita, pero todavía se puede beneficiar de tecnología avanzada, como son, por ejemplo, los misiles hipersónicos y la estación espacial, por lo que es el inversionista natural de todo lo que Estados Unidos o Rusia no van a renovar en esta nueva etapa de confrontación.
Aún más, a China no le conviene que Rusia y Estados Unidos renueven acuerdos nucleares o de simple armamento, toda vez que una modificación de los actuales, serían en ventaja del propio Estados Unidos que está amarrado por aquellos que limitan el desarrollo de nuevos misiles de rango intermedio, pensados para el escenario europeo, pero que son exactamente los que se requieren para enfrentar a China en Asia y de los que Estados Unidos no dispone, por ejemplo, para esa agresiva militarización del Mar de China, que sin respetar fallos de la Corte Internacional de Justicia, Beijing ha convertido a simples rocas en islotes aprovechables para misiles y aviones.
Por eso el diagnóstico correcto y acertado de las intenciones de China es vital, y ello incluye entender que ya existe un nuevo escenario de alianza entre China y Rusia, y basta ver con las consecuencias, en la simple suma de ambos territorios, uno al lado del otro.
Ello quedó muy claro con el debut de Qu Gang, el nuevo canciller chino, el portavoz de Xi, en esta nueva etapa. Dijo que los lazos entre Beijing y Moscú eran “un ejemplo para las relaciones exteriores mundiales”, donde el fortalecimiento de ese vínculo era un “imperativo”. Habló de “alianza” y de una asociación que crecería y donde existía una “estrecho contacto” entre ambos jefes de estado.
Por último, pareció responderle a la petición de Washington de que no le entregan armamento a Moscú, diciendo que “nadie que le entregara armas a Taiwán” podía pedirles eso.
La agresividad demostrada es una indicación más de que la China pasiva ya no existe, y que va con todo por el primer lugar. Quizás, esta actitud es un reflejo de lo mostrado desde hace tiempo por la nueva generación de embajadores chinos, que no se limitan a asistir a ceremonias oficiales, sino que en América Latina son un actor activo en redes sociales y en la defensa de los intereses de empresas chinas, recordando su actuación a la de embajadores estadounidenses en el siglo pasado. Ocurre además en una etapa donde en general, los embajadores de Estados Unidos prefieren pasar desapercibidos, y jugar al poder “blando” de Estados Unidos más que al “duro”, o sea, gobierno y embajadores vienen de vuelta, en instantes donde los chinos van con todo entusiasmo, en el proceso de ida.
En todo esto, quizás lo que Estados Unidos, Occidente y el resto de nosotros va a descubrir, que a esta nueva China rica y poderosa no le gusta que del extranjero le “adviertan” y aún menos, la amenacen. En otras palabras, en esta etapa de regreso triunfal de la geopolítica y la historia, contrariamente a lo que todavía se piensa en Washington, la opinión de los extranjeros tiene cada vez menos importancia.
Es una actitud profundamente enraizada en la historia y en el propio Confucio. Obedece también a un pasado donde a China casi no le interesaban productos o ideas extranjeras, a diferencia de la necesidad de las novedades chinas en el medioevo. Al final, se dio algo todavía no explicado adecuadamente, y que cambió la historia, cuando China, siendo más poderosa, literalmente destruyó sus naves, siendo en definitiva conquistada en vez de conquistarnos.
El descubrimiento de que la opinión del extranjero importa menos de lo que pensamos, tiene mucha relación con Taiwán y con el propósito de esta columna, ya que la ocupación militar permaneció durante mucho tiempo en un discreto segundo lugar, y no solo por insuficiencia militar china o por estar concentrados en crecer económicamente.
Ocurrió que Taiwán fue gobernado por los derrotados de la guerra civil, por el Kuomintang, con otra dictadura, una de derecha, encabezada por Chiang Kai-shek, el enemigo de Mao, pero siempre manteniendo la misma narrativa, que la isla era parte del territorio chino, sólo que los comunistas eran los ocupantes ilegítimos del continente.
Ello es así hasta el 2000 cuando el Partido Democrático Progresista triunfa en las elecciones y como partido liberal, logra transformar a Taiwán en un país democrático en los años siguientes.
El problema es que simultáneamente rechaza el “Consenso de 1992″ entre China y Taiwán que recogía la situación anterior de una sola China, y habla de la plena independencia de la isla, al ser muchos de sus dirigentes nacidos allí.
China siempre ha considerado “inaceptable” esa situación y sin este hecho, impecable desde el punto de vista de la autodeterminación (como Ucrania) de los pueblos, no se entiende bien lo que está ocurriendo, que por lo demás, figura poco en los análisis internacionales. El punto de fondo es que en 2024 hay elecciones presidenciales, y las últimas elecciones locales conceden importancia a un regreso al poder del Kuomintang, partidario del status quo con China.
En otras palabras, pocas elecciones tienen tanta importancia para Estados Unidos y el mundo como las próximas de Taiwán, no para intervenir en su política interna, sino que quien ocupe el gobierno, va a condicionar, al igual que en décadas anteriores, la respuesta china frente a la isla. Por supuesto, la salud económica importa en Beijing, pero paralelamente la opinión extranjera pierde relevancia.
Y si de conflicto se trata, Beijing tiene una serie de alternativas para una invasión que no parece ser prioridad, además de que la isla tiene importantes inversiones de la China continental, y donde una guerra para la cual Taiwán se ha preparado muy bien, podría crear un problema económico mundial, aún de mayor relevancia que la guerra europea, dada la importancia de Taiwán como un principalísimo productor de semiconductores, sobre todo, de alta gama, como quedó demostrado en los días del bloqueo de 2022. Una alternativa es que, al ser un archipiélago, además de la isla principal, Taiwán tiene un total de 168 islas o islotes, y como Penghu está solo a 50 kms del continente, su ocupación sería más fácil.
Estados Unidos le puede crear una situación económica difícil a China, pero también esta se la puede crear a Estados Unidos, y si no le alcanza para debilitarla, sí lo puede hacer con Europa, partiendo por Alemania, hoy con superávit en el intercambio.
La verdadera solución es complicada, ya que necesita iniciar el desenganche, un desacoplamiento estadounidense de China, en un doble sentido, como lugar de producción para tantas empresas de Estados Unidos partiendo por Apple, como también de destino de la principal fábrica del mundo, como se manifestó con los medicamentos en la pandemia, y de lo cual es testigo cualquier consumidor de Walmart u otra cadena similar en Estados Unidos.
Es un proceso difícil, pero que le ahorraría a Estados Unidos el problema de tanto agente económico que a diferencia de Rusia, no va a querer adherir a sanciones en contra de China, en caso de conflicto, dada su importancia como socio comercial.
En otras palabras, la fortaleza económica de China la transforma en un rival temible, distinto a lo que fue la URSS en la guerra fría.
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