Paraguay es una estupenda noticia para la democracia en América Latina.
A partir del año 1990 el país ha avanzado en la construcción democrática de manera lenta pero sostenida. De una dictadura militar longeva, el país adoptó un marco institucional democrático, inició el difícil camino de la articulación de consenso y reinventó su economía.
Estos logros fueron alcanzados mediante debate público y elecciones sin violencia y sin arbitrariedades inaceptables. Pese a su tamaño y la traumática historia de las democracias que florecieron en la década de los años ochenta del siglo XX, la democracia paraguaya luce, 30 años después, más sólida y con mayor futuro que la de Argentina, Bolivia, Perú, Nicaragua o Guatemala.
En el año 2008 un independiente rompió la hegemonía del Partido Colorado que ya llevaba 60 años en el poder. Se trató de Fernando Lugo, ex obispo y personaje contestario que, sin embargo, supo cerrar una alianza con el partido Liberal para ganar las elecciones y alcanzar la gobernabilidad.
Hoy, luego de dos administraciones consecutivas del Partido Colorado, la ciudadanía está lista para un cambio. De allí que, de no mediar un hecho trágico, Efrain Alegre será el próximo presidente del Paraguay.
Como en el resto de América Latina, en Paraguay la población está molesta con el manejo por parte del gobierno de la crisis sanitaria provocada por el COVID 19. El decaimiento del ritmo de crecimiento económico (0,8% 2022) unido a la rampante corrupción (que ha llevado al gobierno de los Estados Unidos a declarar varios funcionarios del más alto nivel político como “terminalmente corruptos” y proceder a retirarles la visa de ingreso al territorio norteamericano) ha contribuido a fijar en la mente de los electores que llegó la hora del cambio.
La plataforma electoral de Alegre refleja los patrones del populismo Latinoamericano que favorecen el gasto público en programas sociales por encima de la virtud fiscal. Pero en el caso del Paraguay, el partido mayoritario en el Congreso continuará siendo el Colorado, cuya plataforma ha privilegiado a lo largo de estos tres decenios los equilibrios fiscal y comercial y la reducción de regulaciones. Esto explica el dinamismo económico que caracteriza los dos últimos decenios.
Ese dinamismo ha permitido mejorar la infraestructura y mejorar los servicios públicos. La desregulación y el caos de políticas públicas en países vecinos como es el caso de Argentina han hecho de Paraguay un atractivo destino de inversiones.
La estabilidad macroeconómica y el crecimiento han fortalecido la clase media paraguaya que se ha movilizado políticamente. Esa clase media no va a apoyar cambios radicales en las políticas públicas. Y menos aún un Congreso controlado por el partido Colorado.
Por lo tanto, Paraguay se apresta a ingresar en un nuevo estadio democrático mejor que el ya alcanzado y posiblemente con menores fricciones que las que hoy prevalecen en Chile y en Colombia. Definitivamente, buenas noticias.
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