Es importante diferenciar claramente los conceptos de creatividad e innovación, pues muchas veces son considerados sinónimos, aunque, en realidad, distan mucho de serlo.
Muchos emprendedores, e incluso grandes corporaciones, lanzan productos “innovadores” pensando que esta “innovación” está en la novedad y que, como es diferente o único, automáticamente seducirá a las personas para que lo consuman. Recordemos casos como los de La Moradita de Inca Kola o Hugo (el que le puso leche al jugo), en el caso peruano. Pues no.
La creatividad implica proponer nuevas ideas, adaptar propuestas de una industria y traerlas a otra. Sin embargo, es importante resaltar que la creatividad no asegura, de ninguna manera, que el mercado acepte nuestro ofrecimiento.
Los consumidores no van a comprar un producto solo porque representa una idea nueva. Si la propuesta no soluciona un problema del comprador, solo quedará en lo anecdótico.
En ese sentido, podemos afirmar que, en la gestación de los emprendimientos, la creatividad es de vital importancia y es un insumo indispensable de la innovación, pero no es innovación por sí misma. Para que una idea nueva sea realmente innovadora, esta debe ser aceptada por el mercado, cumpliendo con tres condiciones esenciales:
- La innovación debe ser deseada: ¿Solucionamos un problema del consumidor?
- La innovación debe ser factible: ¿Podemos llevarla a cabo?
- La innovación debe ser viable: ¿Debemos llevarla cabo?
La innovación es una de las 10 habilidades laborales más demandadas para el año 2025, según el World Economic Forum. ¿Y por qué es tan importante? Las empresas requieren innovar para ser competitivas. Hoy en día, este concepto deja ser una opción y se convierte en una necesidad para que las organizaciones mantengan su competitividad (pensemos en grandes empresas como Nokia o Blackeberry). Las nuevas necesidades, los entornos altamente complejos, competitivos y cambiantes requieren soluciones innovadoras y, por la velocidad en que aparecen, obligan a las organizaciones a buscar otorgar más valor a sus stakeholders.
La innovación no es solo incremental, es decir, no son solo mejoras al producto, sino que muchas veces viene de la mano de nuevos segmentos, productos radicalmente distintos, nuevos y mejores procesos, nuevos modelos de negocio. El cliente hoy está expuesto a muchas propuestas de valor y es capaz de comparar más, mientras que los problemas varían y las soluciones de ayer dejan de ser válidas rápidamente. Innovar implica validar, conocer al cliente y empatizar con él.
¿Por qué es tan difícil innovar?
Uno de los grandes problemas que existen para innovar es el miedo al fracaso. La posibilidad de fallar aterra a las organizaciones y esto, aunado a una mentalidad lineal de causa-efecto, hace que procesos no lineales, como los de innovación, sean poco comprendidos.
En conclusión, existe un riesgo inherente a la innovación. Es un proceso de largo plazo, que implica acciones de ensayo-error, constantes experimentos, no solo de exploración y conocimiento del cliente, sino de validación de muchos de nuestros supuestos, de propuestas, de prototipos y de productos.
Si bien en este proceso la creatividad es necesaria, esta debe ser complementada con optimismo, tolerancia al fracaso, equipos multidisciplinarios que trabajen con perspectivas distintas, apoyo de la gerencia o del equipo fundador, presupuestos y una cultura organizacional que permita el aprendizaje y la adaptación.