Chile sigue tropezando con la piedra constitucional

Los votantes le habían solucionado al país un grave problema, pero los partidos volvieron a complicar una situación ya clarificada

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Gabriel Boric (Foto AP/Matías Delacroix)
Gabriel Boric (Foto AP/Matías Delacroix)

En 1980 una nueva constitución fue promulgada en dictadura. Contrario a lo que se piensa, no rigió con su redacción original, toda vez que hasta el año 1990, lo que se impuso fueron sus artículos transitorios y con ellos se gobernó.

En 1988 un plebiscito tuvo lugar para decidir la continuidad del General Pinochet en el poder y la mayoría fue por el rechazo. Chile pudo retomar el camino democrático y, a través de elecciones, Patricio Aylwin se puso en 1990 a la cabeza de una exitosa transición. Previamente, otro plebiscito había aprobado cincuenta y tantas reformas constitucionales precisamente para posibilitar este nuevo escenario.

En democracia se transformó en la constitución más reformada de la historia y en 2005 pasó a tener, en reemplazo de la de Pinochet, la firma del presidente Lagos junto con sus ministros. Probablemente, el mayor error fue no haberla sometido a referéndum para su legitimación definitiva.

El problema fue que, a pesar de todos sus cambios, en mucha gente se mantuvo su origen y el tema constitucional siempre reapareció cual espada de Damocles.

En octubre de 2018 una extrema violencia callejera se hizo presente, sobrepasando totalmente a la policía, tanto, que se temió que el gobierno no iba a sobrevivir. A pesar de tres décadas de progreso en prácticamente todos los indicadores, incluyendo la reducción de la pobreza, había mucha insatisfacción y la narrativa de que Chile era el reino de la “desigualdad neoliberal” se impuso.

Imagen de archivo: campaña para
Imagen de archivo: campaña para el referendo constitucional de septiembre en Chile (REUTERS/Pablo Sanhueza)

Ante esta situación la clase política creyó haber encontrado una solución, y sobre la base de una oferta de Piñera, quien sorprendió poniendo sobre la mesa una nueva constitución que no se le había pedido, se puso en marcha un proceso que consultaba plebiscitos de entrada y de salida y la convocatoria a una Convención Constitucional para que se redactara y propusiera una nueva Carta Magna. Ahí comienza a escribirse una nueva historia, y en momentos de desprestigio de la clase política, el 78% vota a favor de nuevos convencionales que no fueran parte de ella. El acuerdo era que, si el plebiscito de salida era rechazado, se mantenía la constitución existente.

La Convención fracasó y su propuesta fue rechazada por un contundente 62%, con récord de participación electoral.

Y sin hacerle caso a ese resultado apareció la clase política con una gran equivocación, ya que en vez de aceptar el principio de oro de la democracia que es respetar la voz del pueblo, se impuso la idea de” reinterpretar” esa decisión. Apareció la partidocracia, es decir, esa enfermedad de la democracia, donde son las directivas partidarias las que se adueñan del proceso en vez del soberano.

Y fue así como ese rechazo del 62% fue interpretado como una nueva oportunidad para darle “solución definitiva” al tema constitucional. El problema fue que ahora el país tenía otras prioridades, tales como una crisis socioeconómica de proporciones y un notorio aumento de la delincuencia.

Lo que correspondía era respetar la institucionalidad, ya que tanto la ley como la constitución mandan que el poder constituyente regresaba en plenitud al Congreso para que este cumpliera su obligación, a través de las mayorías necesarias para discutir y aprobar las reformas que fueran necesarias, si así se estimaba, todo sujeto a un plebiscito de aprobación o rechazo.

En vez de seguir ese camino, un nuevo acuerdo de partidos hizo oídos sordos a una votación tan clara para iniciar un nuevo proceso, uno que podría no tener fin conocido, si es que el producto final volvía a ser rechazado.

Uno de los lugares de
Uno de los lugares de votación del plebiscito (AFP)

El electorado chileno ha demostrado mucho mayor sentido común que sus representantes, y quizás prueba de ello es la verdadera lotería electoral en la que ha vivido recientemente el país, con resultados totalmente distintos de elección a elección. Al parecer, después de la lotería electoral, la partidocracia puso al país en camino de lo que podría ser una ruleta constitucional.

El riesgo es grande. Chile resistió bien los embates antidemocráticos, pero en condiciones de crisis, el país podría moverse hacia la radicalización. Los partidos tuvieron escasa presencia en la convención, pero ahora su huella se hace presente en todas partes. Y siguen teniendo muy mala imagen.

Además, con rapidez, en pocos meses predomina la desilución con el gobierno del Frente Amplio- Partido Comunista, encabezado por Gabriel Boric, el que ha fracasado en prácticamente todos los indicadores, además de cansar con su soberbia y su supuesta superioridad moral. Se habla de ellos como un gobierno de “alumnos en práctica “.

El fracaso ha sido tan grande, que aparentemente ha logrado lo que se consideraba imposible, la reaparición de uno de los grandes responsables de la crisis chilena, el ex presidente Piñera.

Con el nuevo proceso, en pleno 2023 los partidos convocantes le dicen al país que Chile necesita pasar de la fase agonal (de la palabra griega que expresa lucha, conflicto) a la fase arquitectónica (de construcción) de la política. En condiciones normales esto le hace bien a un país, pero no cuando la partidocracia ha ignorado la voz de las urnas. Por su parte, el gobierno espera que este acuerdo constitucional sea el salvataje que necesita, ya que si es aprobada, la nueva Carta Magna tendría la firma del presidente Boric.

Lo que se propone es un camino raro, ya que en vez de tomar el camino simple y conocido de su radicación en el Congreso, se llamó a un nuevo proceso, extraño y lleno de amarres y recovecos. Es entendible que no se quiera repetir una experiencia traumática de predominio extremista, pero lo que ahora se intenta puede fracasar, siendo además muy difícil de entender.

Se llama a elegir un Consejo Constitucional de 50 miembros electos, pero que no va a decidir prácticamente nada importante, ya que va a estar rodeado de dos órganos no electos, pero con gran poder, ya designados. Por un lado, una Comisión de 24 “expertos” que van a ser los redactores del proyecto constitucional y un “Comité Técnico de Admisibilidad” cuyos 14 miembros van a ser el órgano contralor de los contenidos que se propongan. Este esquema no es solución definitiva para el tema constitucional, ya que solo le va a resolver a la partidocracia quién domina la interna de cada sector, sea la izquierda o la derecha

Y la verdad es que con esta estructura todo puede volver a salir mal, no esta vez por su contenido, ya que probablemente el resultado va a ser muy similar a la constitución hoy existente, sino por los cuestionamientos a quiénes han sido designados y a quiénes van a competir en las elecciones. De partida, por la fuerte presencia de cercanos al gran empresariado en comparación a otros sectores.

El camino adoptado repite algo de las peores conductas partidarias en la democracia chilena, y en vez de buscar a los mejores por trayectoria, independencia y publicaciones, también eligieron a personas que, aun cuando logren ser un aporte, va a resaltar la razón de su presencia, la que obedece mayoritariamente a su cercanía con quienes los designaron, lo que se conoce como el ¨cuoteo¨ político.

Además de que algunas personas valiosas lo son en otros campos y no en el difícil arte de escribir una constitución, se repite entre quienes van a ir a elecciones, dos tipos, aquellos que ya fueron, que tuvieron su paso como ministros o congresistas en un pasado a veces lejano, y que estaban en retiro, destacando uno que fue ministro en los 60s, seleccionados seguramente porque los nombres son conocidos. Por otro lado, muchos de los 348 candidatos de 5 listas se han presentado a otras elecciones, siendo, por lo tanto, candidatos seriales, profesionales de elecciones, que alguna vez esperan ganar alguna.

Y para un país que quiere superar sus grietas, un partido de derecha presenta a un ex senador, conocido defensor de la impresentable Colonia Dignidad.

Por último, lo más incomprensible, considerando el reciente fracaso de la Convención, es la postulación de gente muy parecida a aquella que fue una desilusión. Así es como el Partido de la Gente presenta a un candidato de 20 años, que no posee estudio alguno, que se autodefine como un “disidente” que busca encontrar la” mística” de la constitución, y otra, del Frente Amplio, egresada sin experiencia laboral o académica, pero que resalta lo que considera lo más destacado de su currículo, que fue “vocera de una toma feminista”.

¿Qué puede salir mal con este esquema de los partidos políticos chilenos?

La verdad es que mucho, consecuencia de no haber escuchado la voz del pueblo, el que había salvado con su votación al Chile que conocíamos.

Los votantes le habían solucionado al país un grave problema. Sin embargo, los partidos volvieron a complicar una situación ya clarificada, con un pronóstico nuevamente reservado.

Y con una duda no resuelta, ¿qué se hace si se rechaza el producto en el plebiscito? ¿se vuelve a intentar de nuevo o el proceso tiene algún final?

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