El dilema alemán

Berlín demora la entrega de tanques de combate a Kiev y expone las diferencias dentro de la OTAN

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En esta imagen de archivo, el canciller de Alemania, Olaf Scholz, se dirige a los soldados delante de un tanque Leopard 2 luego de unas maniobras militares en Ostenholz, Alemania, el 17 de octubre de 2022. (Moritz Frankenberg/dpa vía AP, archivo)
En esta imagen de archivo, el canciller de Alemania, Olaf Scholz, se dirige a los soldados delante de un tanque Leopard 2 luego de unas maniobras militares en Ostenholz, Alemania, el 17 de octubre de 2022. (Moritz Frankenberg/dpa vía AP, archivo)

Cuando se aproxima el primer aniversario de la guerra en Ucrania, la negativa alemana a suministrar tanques de combate a Kiev puso de relieve las diferencias que los aliados mantienen sobre la logística de la asistencia de la OTAN al gobierno de Volomidir Zelensky.

Los hechos quedaron a la luz en la reunión que tuvo lugar en la base militar norteamericana de Ramstein (Alemania), donde el Grupo de Contacto para Ucrania, volvió a debatir los insistentes pedidos de suministros formulados por Kiev.

Sobre todo a partir del convencimiento de que Rusia se está preparando para una nueva ofensiva a través de una nueva movilización y un incremento en la fabricación de armas y municiones. Una iniciativa que podría ser desplegada desde Bielorrusia, un país controlado desde hace casi treinta años por un aliado del Kremlin como el presidente Alexander Lukashenko. La posición de EEUU, en tanto, pareció alinearse con la de Kiev. El titular del Pentágono sostuvo que “tenemos una ventana de oportunidad de aquí a la primavera”.

Pero pese a las insistentes presiones, las autoridades alemanas adoptaron una posición de prudencia y resistieron los pedidos de envío de tanques de combate germanos Leopard 2, considerados de gran eficacia para la contraofensiva ante Rusia.

Frustrando esa pretensión, el flamante ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, explicó ante el secretario de Defensa Lloyd Austin que su país debía chequear los inventarios existentes y postergó una decisión al respecto.

Días antes, el propio canciller Olaf Scholz se había mostrado a favor del envio si Washington por su parte se comprometía a hacer lo propio con sus tanques de combate Abrams, un extremo al que la Administración Biden no parece dispuesto en forma inmediata. Lo que en otras palabras debe ser interpretado como un intento de Scholz por no ser señalado como quien lanzó una provocación contra Moscú.

Por supuesto, la actitud alemana despertó críticas internas dentro de la OTAN. Y aunque Berlín se ocupó de informar que tomaría una decisión próximamente, Alemania fue vista una vez más como el miembro de la alianza más reticente al suministro ilimitado que pretende Kiev.

Es en éste punto donde conviene detenernos en analizar el dilema que la hora presenta a Alemania, el país más poderoso de Europa, en esta instancia crucial que puso en tensión las estratégicas relaciones ruso-alemanas.

Desde Willie Brandt hasta Angela Merkel -con mayor o menor intensidad- todos los gobernantes alemanes buscaron alguna fórmula de entendimiento con su gigante vecino.

La invasión rusa a Ucrania significó un enorme desafío para Alemania. En especial a partir de su importante dependencia de las importaciones de gas ruso, una realidad que no escapaba a otros países de la Unión Europea.

Hasta la guerra, Rusia suministraba el 40 por ciento del gas utilizado por el bloque y el 27 por ciento de las importaciones de petróleo. Una angustiante realidad que aceleró un debate sobre su política energética. Al punto de poner en entredicho el legado histórico de Merkel.

La ex canciller, urgida por las realidades que la política doméstica de su coalición de gobierno, había limitado el uso de la energía nuclear. Una decisión a la medida de seducir a los “verdes” pero que inexorablemente implicó una mayor dependencia del gas ruso. Lo que pudo comprobarse con la construcción de los gasoductos Nord Stream, acaso la expresión más reciente de la complementariedad económica ruso-alemana.

Pero la política de Merkel no fue en rigor otra que la continuidad de una realidad de larga data.

Un punto de partida que podemos situar a comienzos de los años 70. En medio de la cúspide de la influencia de la Realpolitik de Richard Nixon y Henry Kissinger. Cuando en búsqueda de una Detente con la Unión Soviética y la República Democrática Alemana el carismático canciller socialista Willie Brandt exploró una aproximación pragmática a través de su Ostpolitik.

Otro socialdemócrata, Gerhard Schroeder (1998-2005) se convertiría en la cara más visible de esa política. Cuando casi treinta años más tarde sellaría los acuerdos con Moscú que luego perfeccionaría su sucesora. Al punto que comenzaría a hablarse de una “Sauna Diplomacy” entre Schroeder y Boris Yeltsin y luego Vladimir Putin, por la cercanía del líder del SPD con sus pares rusos. Una intimidad por la que sería severamente impugnado años más tarde, cuando fue premiado con un bien remunerado puesto de directivo de Gazprom al dejar el gobierno.

El eje económico ruso-alemán, basado en razones geográficas y económicas, y sustentado en las duras lecciones de las guerras del pasado, ha vuelto a ser puesto en debate una vez más. En tanto siempre ha despertado las inquietudes de las potencias atlánticas.

Es en éste marco histórico, en el que las presentes circunstancias muestran una creciente interdependencia entre los factores geopolíticos y el devenir económico, donde el liderazgo alemán enfrenta un dilema crucial.

En el que la principal potencia de Europa debe reconciliar la antigua máxima de Otto von Bismark que aconsejaba no ir nunca a una guerra con Rusia con los requerimientos de su pertenencia a la alianza occidental.

*Mariano A. Caucino es especialista en relaciones internacionales. Ex embajador en Israel y Costa Rica.

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