Mientras enfrenta el menor crecimiento económico desde el lanzamiento de las reformas de Deng Xiaoping en 1978, China parece ofrecer pruebas de un intento de distensión en su traumática relación con los Estados Unidos.
De acuerdo con observadores, tras haber conseguido un tercer mandato sin precedentes al frente de la República Popular, Xi Jinping podría estar dando muestras de una búsqueda de estabilización del vínculo con los EEUU y sus aliados occidentales.
La designación del nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, sería parte de ese dispositivo de repliegue de la confrontativa “Wolf War Diplomacy” desplegada por Beijing en los últimos años. Nacido en 1966, Qin es un diplomático experimentado que sirvió hasta ahora como embajador en los EEUU y que anteriormente se había desempeñado como vicecanciller.
Otro cambio de personal en la cúpula respondería a los mismos propósitos. Agudos observadores sugirieron detenerse en la remoción de Zhao Lijian, hasta ahora vocero de la Cancillería. Quien, en su rol de “spokerperson”, fue la cara visible de una diplomacia asertiva y combativa. Su desplazamiento a un cargo técnico -subdirector de asuntos marítimos y oceánicos- fue entendido como un signo de una nueva táctica tendiente a disminuir las tensiones, aunque ello no implique una modificación sustancial de las ambiciones de largo plazo de Beijing.
Acaso los jerarcas del PCCH estarían respondiendo a un prudente ejercicio de restricción temporaria de su poder. Sin que ello signifique un abandono de sus planes de colocar a China en las primeras filas de los acontecimientos globales. Dejando en el pasado el largo siglo de humillación que siguió a las Guerras del Opio a comiezos del Siglo XIX y que se extendió hasta la llegada de la Revolución de 1949.
Esta interpretación sostiene que los astutos gobernantes chinos están manipulando magistralmente sofisticados mecanismos de relojería para ajustar temporalmente sus políticas de largo plazo. Y que, en rigor, Qin es, esencialmente un cuadro leal a Xi perteneciente a una generación de diplomáticos relativamente jóvenes capacitados para transmitir el mensaje del líder supremo y proteger los intereses nacionales conforme a las diferentes modalidades que la hora exige.
Eternos lectores de la realidad de los hechos, los líderes chinos no ignoran que pese a la elevación espectacular de su economía en las últimas cuatro décadas, el país mantiene persistentes limitaciones objetivas.
En los hechos, China mantiene conflictivas relaciones con la mayoría de sus vecinos. Una realidad que se adiciona a un dato imposible de ser soslayado. Porque a diferencia de los EEUU -acaso la nación más bendecida por la geografía de toda la Historia- China vive en un vecindario complicado, rodeada de potencias nucleares. Y mientras los EEUU tienen dos fronteras sencillas con México y Canadá y gozan de una hegemonía indiscutida en el hemisferio occidental -protegidos por dos inmensos oceános que los separan de los conflictos europeos y asiáticos- los chinos deben convivir con una geografía decididamente adversa.
Un informe de Inteligencia australiano, filtrado en los últimos días, señaló que Beijing está “tratando de hacer nuevos amigos” y “recuperar influencia” en algunas capitales del mundo desarrollado. Y que para ello debe demostrar su capacidad de proyectar una imagen menos amenezante para contrarrestar el impacto económico negativo de su draconiana política de COVID-cero. Una postura que pudo insinuarse en el tono conciliador empleado por Xi en su encuentro con Joe Biden en la cumbre del G20 en Bali (Indonesia).
Una visión similar la ofreció un reporte del Financial Times, según el cual el intento de “reseteo” responde a una “confluencia” de tensiones sociales, económicas y diplomáticas advertidas por el liderazgo del país. Y que -una vez consolidado su poder en el XX Congreso del PCCH- Xi se ha entregado a una política de corrección de curso.
La expectativa de alcanzar el 6 por ciento de crecimiento en 2023 -una cifra superior al estimado por el Fondo Monetario Internacional- se encuentra en el centro de esas aspiraciones. Al tiempo que en el campo diplomático, obligará a Beijing a procurar morigerar los costos de la asociación con Rusia a partir del respaldo a la invasión a Ucrania.
Es en éste plano en que comienzan a advertirse cuestionamientos -por ahora subterráneos- a la alianza con el Kremlin. Lo que en otras palabras puede sintetizarse en la idea de que los costos del endoso a la “Operación Militar Especial” lanzada contra Kiev podrían superar los beneficios de la misma, obligando a una “reevaluación” de la “amistad sin límites” entre Beijing y Moscú.
Lo cierto es que cualquiera sean las intenciones de Beijing, al otro lado del mundo persisten naturales inquietudes respecto de China. Una nación que es señalada -junto a Rusia- como la mayor amenaza para la seguridad del que sigue siendo el país más poderoso de la Tierra.
Es en éste plano en que deben leerse las acciones norteamericanas en la región del Indo-Pacífico, la más relevante del mundo de hoy. Una geografía donde los EEUU buscan fortalecer sus vínculos con potencias como Japón, India y las naciones del Sudeste asiático.
Una expresión concreta de dicha política tuvo lugar en la segunda semana de enero cuando los EEUU y el Japón suscribieron un acuerdo de defensa que reafirma la alianza que los enlaza desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial.
Una amistad de ocho décadas que fue ratificada durante la visita del premier Fumio Kishida a la Casa Blanca, en la que el nipón buscó el apoyo para su nueva estrategia de seguridad nacional. Una política que refleja la comprensible inquietud de Tokio ante el ascenso de Beijing. De pronto una demostración de las limitaciones de los intentos de apaciguamiento ensayados por la República Popular.
*Mariano A. Caucino es especialista en relaciones internacionales. Ex embajador e Israel y Costa Rica.
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