Burbujas psicológicas y las noticias falsas sobre nosotros mismos

El lenguaje transforma nuestra experiencia mental. Las palabras pueden calmar y sanar, pero también son capaces de crear estigmas y causar enfermedades

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(Ilustración Javi Royo)
(Ilustración Javi Royo)

“Estoy triste”, “tengo miedo”, “no puedo hacer esto”. Cada una de esas frases hace mucho más que describir una emoción. Las creemos como creemos en los cuentos. Y así resultan en acciones que influyen y condicionan el mismo universo que intentan describir: pueden ser noticias falsas sobre uno mismo. La etimología es reveladora: en cada frase, en español oramos y en inglés sentenciamos.

Ignoramos supinamente que los enunciados sobre lo que sentimos son necesariamente imperfectos. No hace falta mucha filosofía para explicar esto. Ya lo cantaba Aventura en su celebrado hit No es amor: “No, ¡oh!, no es amor lo que tú sientes; se llama obsesión. Una ilusión en tu pensamiento que te hace hacer cosas: así funciona el corazón”.

El asunto es peor aún. Cada frase sobre lo que sentimos hace mucho más que describir una emoción: influyen y condicionan lo que sentimos. Son noticias falsas sobre uno mismo que, una vez pronunciadas, se convierten en dictámenes capaz de producir una “burbuja psicológica”. Aunque en realidad nos sintamos frustrados, el solo hecho de pensar que estamos enojados termina por enfadarnos: la profecía autocumplida en el universo de la mente.

"El poder de las palabras"
"El poder de las palabras" de Mariano Sigman

La frase “hoy me siento enfermo” es una teoría que pretende describir de manera simple un cuerpo de datos complejos. Como cualquier otra conjetura, solo es parcialmente cierta y ha de ser afinada y clarificada. Quizás lo que sentimos en realidad es sueño, hastío o aburrimiento.

El lenguaje transforma nuestra experiencia mental. Las palabras pueden calmar y sanar, pero también son capaces de crear estigmas y causar enfermedades. “No me gusta esto”, “no sirvo para aquello”, “no voy a lograrlo”. Recitamos estas noticias falsas sobre nosotros mismos, en voz alta o en voz baja —da igual—, con gran liviandad, sin darnos cuenta de su fuerza decisiva para abrir y cerrar puertas. Una sola frase puede convencer a alguien de que es incapaz de pintar, de dedicarse a las matemáticas o de amar. También puede despertar entusiasmo, demoler miedos o convencernos de lanzarnos a gestas que parecen imposibles.

(De El poder de las Palabras)

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