Brasil: el asalto a la democracia y las tendencias nacional-populistas

El intento de golpe de estado que impulsaron grupos bolsonaristas constituye una tendencia que recuerda a lo ocurrido en el Capitolio de los Estados Unidos en enero de 2021

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Partidarios del expresidente de Brasil
Partidarios del expresidente de Brasil Jair Bolsonaro intentan tomar el Palacio de Planalto en Brasilia, Brasil, este domingo 8 de enero de 2023. (AP Foto/Eraldo Peres)

El 6 de enero de 2021 en Washington, una horda trumpista armada y con una lista de gente a ajusticiar, entre ellos al vicepresidente Mike Pence, tomó el Capitolio con el propósito frustrado de llevar adelante un golpe de Estado que permitiera a Donald Trump permanecer en el poder. Esto no fue hecho por la ultra izquierda, sino por quienes se consideran representantes del poder conservador y que como dogma han repetido que Trump ganó las elecciones de 2020 contra toda evidencia. Las ganó porque él dice que las ganó y porque lo que dice él, según muchos de sus seguidores, es la voz del mismo Dios.

Ese día Estados Unidos estuvo a punto de desaparecer en su aspecto más importante, como señalaba la filósofa Ayn Rand, como concepto, como idea de una sociedad estructurada a partir de la libertad del individuo, para pasar a rendirse a la voluntad de una persona y a su programa nacionalista y teocrático, proclamándose en los hechos emperador por derecho propio. El proyecto de poner a una persona por sobre la ley y las instituciones sigue amenazando a ese gran hito histórico de la libertad, único en la historia, que es Estados Unidos. En un largo proceso histórico, fue cuando triunfaron el rule of law, el Estado de derecho, el derecho penal liberal y la separación de la Iglesia y el Estado cuando se dejó de quemar gente a la que llamaban “hereje”.

Dicho esto, el bolsonarismo y sus fanáticos tomaron ayer las sedes del Congreso, la Casa de Gobierno y la Suprema Corte de Justicia, exigiendo un golpe de Estado militar, y destruyendo las instalaciones, pero por sobre todo intentando quebrar la democracia. Brasil tuvo su propio “January 6th”.

Pues esto es la llamada “alt-right”, una derecha anti-democrática que no respeta los resultados electorales, que es nacionalista y que, curiosamente, es defendida por personas que se llenan la boca al grito de “viva la libertad”. Por supuesto, la libertad de ellos para imponer modelos de vida y renegar con el Estado de derecho (pero ojo, parece que todo vale por proponer “bajar algunos impuestos”…). A veces los grandes enemigos de la libertad aparecen disfrazados como amantes de la libertad. Esto debe ser una advertencia.

Aquí encontramos otro fenómeno: en algún momento un interesante número de “libertarios” o “liberales” giraron hacia la extrema derecha, coquetearon con ella y ahora parecen abrazar una causa de identidad nacional, condenar al multiculturalismo, mostrar un amor por una “batalla cultural”, exponer una fijación con la defensa de “la familia” (una específica) o la necesidad de controlar el cuerpo, el sexo y la vida de los demás, tergiversando al liberalismo, y expulsando a todo liberal del mismo.

Influenciados por movimientos religiosos extremistas, rendidos ante el canto de sirena de los populismos de derechas, movilizados por sumas de dinero o simplemente nunca liberales, estos académicos, políticos y personalidades que dicen abrazar la libertad, en realidad solo se quedan en una alianza de un “antimarxismo” que se enlista en las filas de los movimientos más rancios y arcaicos, como los de Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Donald Trump, Victor Orbán, Santiago Abascal (con quien muchos ex liberales, que quizás vale preguntarse si alguna vez lo fueron, construyen relaciones a través de foros, viajes internacionales o sumas de dinero), y el mismísimo Jair Bolsonaro y demás miembros de su familia que incursionan en la política.

Este último representó un populismo de derecha de inclinación autoritaria concentrado en la “batalla cultural” contra la izquierda desde una perspectiva con tinte religioso fuertemente influida por los evangélicos que apunta contra las libertades individuales. Un personaje no muy amistoso con el Estado de Derecho y reconocido por sus nefastos dichos en contra de la diversidad sexual y las mujeres, sumado a sus declaraciones racistas a lo largo de su carrera. En 1999, cuando era diputado por el Partido Progresista Reformador, aseguró en el programa de televisión Camera Aberta que él era “favorable a la tortura”. También podemos sumar sus dichos misóginos contra la diputada Maria do Rosário en 2014 (y otros tantos) o sus expresiones constantes en contra de los homosexuales, como en noviembre de 2010 cuando dijo en vivo en un programa de debate que “si un hijo empieza a mostrarse medio gay, hay que darle una golpiza para cambiar su comportamiento”.

Todo esto es también un componente de la particular obsesión con la “pérdida de la masculinidad”, justamente porque la sociedad avanza y, para las nuevas generaciones, el modelo masculino de la imposición y la superioridad pierde fuerza y sentido. Una parte de la homofobia está vinculada a la enorme falta de seguridad en la propia «masculinidad». Pues lo que hoy se denomina “crisis de la masculinidad” es en realidad es una crisis del machismo, uno de cuyos alimentos es la homofobia. Ejercerla, justamente, aleja las sospechas de padecer esa “inferioridad” de cualquier signo de femineidad, razón por la cual toda manifestación de apertura, de salida de la visión segregacionista, es vivida como una contaminación y una amenaza. De aquí que estos líderes populistas de derechas quieran presentarse como los “machos alfa”.

La derecha te promete que te va a salvar de un socialismo, pero en realidad te lleva hacia él, producto de sus propuestas nacionalistas que generan el rechazo de una gran parte de la sociedad. Los populismos de izquierda y derecha se retroalimentan permanentemente.

El caso de América Latina lo expone con claridad: un caso como el de Chile el cual atraviesa un proceso de quiebre social, dividido aún por quienes insisten en repetir alabanzas y reivindicaciones hacia el dictador Augusto Pinochet y los candidatos políticos que se presentan como los portadores de su “legado”; casos como el de Perú, Colombia y otros tantos que ingresan en el modelo político pendular, de extremo a extremo, de izquierda a derecha, donde la culpa del retorno al socialismo no la tiene únicamente el votante, sino por sobre todas las cosas la alternativa al socialismo: una propuesta de derechas que se abraza a un nacionalismo, formando parte de un fenómeno global que se extiende a lo largo de Europa, América y otros territorios del mundo, donde el peligro del nacionalismo populista se asoma con fuerzas, rechaza de manera abierta los ideales de la Ilustración, muestra su tribalismo, sus tendencias autoritarias y su nostalgia por un pasado idílico, siendo una amenaza para la democracia, la libertad y el progreso.

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