La estanflación que viene: lecciones de los años setenta

El término es en cierto sentido oximorónico, pues en la teoría monetaria clásica la inflación es siempre un problema de demanda; o sea, resultado de demasiado dinero en la economía, no de lo contrario

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Un letrero al borde de
Un letrero al borde de la carretera en EEUU en 1974, luego del embargo de petróleo árabe que disparó los precios del combustible (Getty)

La pandemia y sus generosos estímulos fiscales, guerra en Europa, merma en la producción de alimentos e incertidumbre energética; así ha sido el año que concluye. Todo ello se traduce en inflación, al tiempo que se pronostica que al modesto crecimiento de 2022 le seguirá una severa contracción. En consecuencia, se infiere que estamos en vísperas de un 2023 con estanflación.

El término es en cierto sentido oximorónico, pues en la teoría monetaria clásica la inflación es siempre un problema de demanda; o sea, resultado de demasiado dinero en la economía, no de lo contrario. También es un fenómeno relativamente nuevo; de hecho, no hay literatura acerca de la estanflación anterior a los setenta, cuando a comienzos de la década las tasas de desempleo e inflación en las naciones de la OCDE se duplicaron.

Estados Unidos y el Reino Unido lideraron dicha tendencia entonces, inicialmente el resultado de la volatilidad causada por el abandono del Patrón Oro y el régimen de Bretton Woods. Ambos garantizaban el sistema internacional de tipos de cambio fijos. A ello se agregó una laxa política monetaria por parte de la Reserva Federal.

Sin embargo, el factor fundamental de turbulencia macroeconómica fue el shock de octubre de 1973. Durante la Guerra de Yom Kippur, los países exportadores de petróleo redujeron la producción; un embargo a los países industrializados por apoyar a Israel. Con ello el precio del crudo, que estaba a 3.75 dólares al inicio del conflicto, llegó a 12 dólares por barril, multiplicando por cuatro las utilidades de los exportadores en apenas un par de meses.

Los países industrializados recurrieron al racionamiento energético. Los aumentos de precios coincidieron con una marcada caída de la actividad económica. El embargo fue levantado en marzo de 1974, pero sus efectos disruptivos marcarían la era por venir. La estanflación continuó dominando el resto de la década y, de hecho, un nuevo shock de precios se produjo en 1979, alcanzando los 36 dólares por barril en 1981.

A partir de 1974, las extraordinarias utilidades comenzaron a ser recicladas en el sistema financiero; léase, los grandes bancos. Es la historia de los “petrodólares”, una excesiva liquidez en los mercados de crédito que deprimió la tasa de interés internacional. Es decir, un igualmente extraordinario incentivo para el endeudamiento imprudente. Así ocurrió en muchos países en desarrollo, pero también en varias economías socialistas, Hungría, Polonia y Alemania Oriental en particular. Tendría consecuencias para definir el orden internacional de fin de siglo.

Al llegar los años ochenta, Reagan en la presidencia y Paul Volcker en la Reserva Federal hicieron de la estabilización de precios su prioridad de política económica. La tasa Prime de la Fed alcanzó 20.50% en mayo de 1981, su máximo histórico. Los precios comenzaron a descender, pero la recesión se mantuvo resistente hasta mediados de 1982. Con ello, se duplicó el costo financiero de los créditos de los setenta. Esa fue la renombrada “crisis de la deuda”, la posterior década perdida en el mundo en desarrollo y la crisis del socialismo de Estado en Europa.

Con ello se inició una nueva era, una suerte de re-globalización que nos marca este tiempo: la expansión del capitalismo y el comercio internacional, la integración financiera y el creciente lugar que ocupan Estados que en los setenta eran poderes menores: China, India e Irán entre otros. Algunas tendencias de hoy van en dirección contraria. Si prevalecen los tribalismos, seguirá el proteccionismo comercial.

No obstante, varios de los ingredientes de aquella década están presentes, y con efectos sistémicos más profundos y más desestabilizadores que los de entonces. Las políticas fiscales y monetarias usadas durante la pandemia fueron tan laxas como aquellas que predijeron 1973, pero el nivel de endeudamiento per cápita y relativo al producto es significativamente más alto hoy, empezando por Estados Unidos. La tasa de interés ya va en aumento, como ocurrió a partir de 1980, y la inflación se desaceleró pero no es claro que el ajuste haya concluido.

La guerra de Yom Kippur duró 20 días y el embargo petrolero cinco meses; no obstante, sus efectos se sintieron durante años. La guerra y el petróleo también están en la ecuación de hoy, pero se trata de una guerra estratégica en el corazón de Europa y que se acerca ya a un año de duración. Lisa y llanamente, el embargo de hoy es una amenaza de congelamiento a Europa.

Putin es la OPEC de hoy, pero con armas nucleares. Agréguese que hay más jugadores con la capacidad de patear el tablero del orden internacional, la incertidumbre se multiplica por cada uno de ellos. La inseguridad alimenticia y energética de hoy es exponencialmente más alta, en parte por la estrategia de Rusia—la interrupción del suministro de fertilizantes, gas y petróleo—pero también por la irracional prensa que afecta a las energías convencionales.

Algunos países europeos están regresando a la energía nuclear para reducir la dependencia con Rusia, pero no a los fósiles. Con excepción de Irán, el resto del Golfo Pérsico hoy es aliado de Occidente. Podría garantizar un flujo estable de suministro energético, al igual que Canadá, Noruega y el mismo Reino Unido, pero la agenda verde aplica la censura en el discurso y en la estrategia energética.

No es posible agraviar a los inversores de gas y petróleo, desmantelar las plantas de carbón y demorar la puesta en funcionamiento de plantas de gas natural licuado sin contar con un plan de transición energética viable. La guerra en Europa, y la “weaponization” de la energía, no han hecho más que enfatizar, no disminuir, la importancia de las energías convencionales; al menos hasta tanto dicha transición verde esté encaminada, que no es el caso.

La prioridad es el invierno europeo. Por eso la guerra en Ucrania es una guerra en todo Occidente, como siempre nos recuerda Zelensky. Este año que se inicia nos presenta desafíos. Todavía no se ha materializado la estanflación pronosticada, pero no son pocos los que temen que sea peor. Las lecciones de los setenta no pueden ignorarse, pero nuestros líderes a veces se ocupan de temas triviales. Habrá turbulencias, a ajustarnos el cinturón. Lo mejor para 2023, estimado lector.

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