En el Perú, nuestro estado natural es la crisis. Parece continua e interminable. En 2016, el presidente Kuczynski ingresó al poder y, junto a él, el fujimorismo- fuerza de oposición también de derecha- copó la mayoría en el Congreso unicameral. En marzo de 2018, el presidente renunció. Los peruanos inocentemente asombrados solo nos preparábamos para un caos mayor. Asumió Vizcarra, vicepresidente sin presencia en el Legislativo. El partido oficialista ya debilitado, no era tal y Vizcarra no tenía presencia (ni partido) en el Congreso. En septiembre de 2019, disolvió el Congreso de la República y llamó a elecciones parlamentarias complementarias. No fue suficiente con ello, pues el nuevo congreso, tras escándalos de corrupción, decidió vacar a Vizcarra por “incapacidad moral permanente”. Asumió Manuel Merino, quien duró seis días en el cargo. Y tras una serie de marchas nacionales y la muerte de dos jóvenes, Sagasti asumió como nuevo presidente y complementó el mandato presidencial de 5 años.
Asumió un maestro sindicalista y novato político, Pedro Castillo como nuevo presidente del Perú, nuevamente con una presencia minoritaria en el Legislativo, pero, a diferencia de Kuczynski, con una oposición fragmentada. Castillo se enfrentó a tres intentos de vacancia y resultó exitosa la última cuando decidió realizar un auto-golpe de Estado y quebrar el orden constitucional. Asumió la vicepresidente, Dina Boluarte, como la primera mujer presidente peruana y, así como Vizcarra, ella no cuenta con presencia en el Legislativo. Debido a que fue expulsada del partido de Gobierno. Tras una serie de protestas que exigen el adelanto de elecciones y con más de una veintena de fallecidos. El último martes, por fin, el Congreso ha aprobado en primera instancia el adelanto de elecciones para el 2024. ¿El Perú enfrenta una maldición en la que los villanos -representados en el Legislativo y Ejecutivo- se destruyen mutuamente hasta la eternidad?
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Diversos analistas y catedráticos buscan recetas para quebrar esta maldición. Dentro de las que se destacan la implementación de la bicameralidad; el fortalecimiento de las elecciones internas de los partidos; la simultaneidad de elecciones parlamentarias con la segunda vuelta presidencial; la eliminación de la cuestión de confianza obligatoria (investidura); entre otros. Y es que, en términos institucionales, existen diversos elementos que dificultan la gobernabilidad. Uno de los principales problemas se encuentra en la poca claridad para vacar un presidente. Había mencionado la “incapacidad moral permanente”, como un término que responde al artículo 113° de la Constitución. El cual ha sido utilizado por los congresistas como una razón poco clara para sacar al presidente del cargo. Otro elemento en común es la dificultad de los presidentes para tener una mayoría parlamentaria. Mientras que la debilidad de los partidos políticos genera un incremento en la fragmentación y el ingreso al poder de políticos neófitos y con visión cortoplacista.
El 62% de la población ha indicado que quiere nuevas elecciones con reforma política, según la encuestadora Ipsos Perú. Sin embargo, son los legisladores -en parte, responsables de la continua crisis- quienes modifican las reglas. El resultado de estos cambios puede ser peor. No obstante, más allá de las reglas que impacto tienen y son importantes, está por encima el comportamiento de las y los políticos. Hay que reconocer el límite de las reformas, incluso si son bien intencionadas. Antes del 2016, los presidentes no alcanzaban mayorías aplastantes en el Legislativo. En promedio, el oficialismo ha tenido 29% de presencia en el Legislativo (2001-2021). Todos, con excepción del gobierno aprista, ha perdido presencia en el Congreso, pero lograban generar coaliciones -más o menos fuertes- que les permitía sobrevivir. Por otro lado, no hubo un cambio en las reglas de juego que hayan generado un cambio en el balance entre poderes. Han sido los actores quienes han decidido auto-destruirse.
Dina Boluarte se presenta así misma como la líder de un gobierno de transición. ¿Logrará incluso este propósito, mientras que los congresistas van modificando las reglas a su antojo? Este pequeño artículo no termina con un final esperanzador. La política peruana es impredecible, pero pareciera que lo único continuo es nuestra agonía democrática.
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