Nicaragua, Venezuela y El Salvador son los tres países de América Latina donde más se ha deteriorado la democracia en los últimos 10 años, según un informe anual de la organización Freedom House. Los venezolanos especialmente hemos transitado 20 años de sobresaltos, donde hemos hecho todo para lograr recuperar la libertad y aun así no lo hemos logrado. Quizás en 2019 fue cuando estuvimos más cerca, pues la Asamblea Nacional electa en 2015 fue reconocida por el mundo entero como el último vestigio de democracia en el país y Nicolás Maduro fue señalado como lo que es: un dictador que viola Derechos Humanos. Eso ocasionó presiones sin precedentes en el seno de la dictadura, que llevó a muchos de sus personeros a contemplar seriamente la idea de abandonar el poder.
Ese proceso de máxima presión que tuvimos en el 2019 no surgió fortuitamente. Fue producto de un largo y arduo trabajo, de una combinación de esfuerzos y factores. Nosotros fuimos construyendo un edificio ladrillo a ladrillo, escalera por escalera, hasta llegar a la cúspide. En el medio de este proceso hubo dolor y sufrimiento, muchos compañeros terminaron en la cárcel, otros exiliados y otros como Fernando Albán asesinados. Más de 7 millones de venezolanos se vieron forzados a huir a causa de una sistemática violación de sus Derechos Humanos y de una emergencia humanitaria compleja.
Sin duda alguna, algo sucedió para que este camino recorrido se quedara sin sendero. Una serie de errores de la dirigencia política, acompañado de una profundización de la vocación dictatorial del régimen de Maduro, impidió que se cristalizara el sueño libertario. Por tal motivo, desde hace un año me propuse, junto a Paola Bautista de Alemán, labrar un libro que pudiera contar cómo fue que se armó todo ese rompecabezas que condujo a la mayor presión y deslegitimación de Maduro, qué errores puntuales se cometieron para que aquella embarcación no terminara en puerto seguro y, lo más importante, cómo podemos aprender de esas lecciones para estos nuevos tiempos.
El libro se llama “La patria que viene”, su nombre obedece a una connotación pedagógica y esperanzadora. Simplemente, nuestro interés es poner la lupa en aquellas decisiones que truncaron la dinámica que se había construido, para aprender de ellas y así forjar una visión política que nos permita transitar el momento actual que es muy complejo por la naturaleza de la dictadura que enfrentamos y el cambio en el escenario internacional. La patria que viene es una radiografía del ayer, el ahora y el mañana. Hay una realidad y es que la lucha no ha finalizado. Tenemos un compromiso todos, no solo los políticos, con el rescate de la democracia en el país. Solo con democracia podremos restablecer el Estado de derecho, la justicia, el crecimiento económico y las oportunidades para todos.
Este momento que vivimos es quizás el peor de los 20 años de lucha. El régimen de Maduro se ha empeñado en crear un clima ficticio de normalización para anestesiar la conciencia colectiva. De esta operación ha emanado una burbuja de corrupción y un relato prefabricado en laboratorios cubanos que dice que Venezuela se arregló. Un macabro intento de la dictadura que persigue un solo propósito: la claudicación de la lucha de los venezolanos y la aceptación por siempre del horror y la oscuridad. Buscan que tiremos la toalla y nos acostumbremos a una vida indigna, sin servicios públicos, sin acceso a la justicia, con las familias separadas, con salarios mendigos y con el hambre como vecino.
Ante esto, nos toca crear un plan para nuevamente reconectar, energizar y movilizar a la gente, con la finalidad de provocar un momento de clímax, que reúna las condiciones de presión necesarias para producir un cambio político. Evidentemente, este reto le corresponde al liderazgo político en primer lugar, el cual debe ser un referente moral y un testimonio firme de lucha para representar las aspiraciones de cambio de los ciudadanos. Pero esto también le compete a la sociedad civil. A ese país organizado que debe nuevamente acompañar a cada venezolano en sus exigencias y necesidades.
En lo internacional también se nos presenta un desafío: recomponer el apoyo del mundo. El totalitarismo mundial se ha instalado en Venezuela con una influencia inédita. Maduro se ha empeñado en abrirle las puertas del país a actores antioccidentales como China, Rusia, Cuba e Irán, quienes utilizan nuestro territorio como un patio para difuminar sus intereses políticos hacia el resto de América Latina. Este es un primer reto, porque se trata de que el mundo no vea a Venezuela como una crisis más, sino como una gran amenaza para la seguridad y estabilidad de la región. Por otro lado, nuestra región ha sufrido un viraje, proyectos de izquierdas recuperaron espacios de poder y eso nos coloca frente al desafío que significa que nuestra crisis no sea percibida con un filtro ideológico, sino como un asunto humano, donde millones de personas experimentan violaciones a sus derechos elementales.
Este y otros temas que no menciono acá son la base fundamental del libro “La patria que viene”. Es una obra que espero sirva para animar una discusión densa y profunda sobre el futuro del país y la necesidad de cambio político. Tenemos una responsabilidad histórica de recuperar la democracia en Venezuela cueste lo que nos cueste. Esta generación será juzgada por una vara muy sencilla: ¿fuimos capaces de sacar a Maduro del poder? De eso dependerá el futuro no solo de Venezuela, sino también de América Latina. Estoy seguro de que lo vamos a lograr.
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