Una de las fechas más esperada por las familias peruanas es la Navidad. En general, las fiestas de fin de año son un motivo especial para reunirse en casa, reflexionar por lo doloroso, brindar por lo bueno, y hacer los votos o promesas necesarias para el año venidero.
Paradójicamente, la clase política peruana parece haber decidido utilizar esta misma temporada para llegar al capítulo final de una innecesaria crisis desatada desde el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, que enfrenta al Ejecutivo y al Legislativo en una improductiva lucha de poderes. Esto solo ha causado daño, atraso y decepción al país.
El claro afán de Pedro Castillo por cerrar el Congreso como única y última herramienta para mantener su gestión, gravemente acusada de corrupción, ha quedado al descubierto al conocerse una de las actas del Consejo de Ministros. En este documento oficial se sobrepasan las funciones estructurales y constitucionales. Y se interpreta, antojadizamente, como una primera denegatoria de la cuestión de confianza la decisión de la Mesa Directiva del Legislativo, que devolvió el pedido presentado por el ex primer ministro Aníbal Torres. De esta manera, para el Gobierno, quedaría el camino expedito para un posible cierre del Parlamento.
Como catedrático de postgrado en Gestión Pública, me es absolutamente inconcebible encontrar sustento técnico, legal y moral a la actitud del Ejecutivo, que se contrapone, en todos sus ángulos, al quehacer de la función pública, constituida por el respeto a la estructura y normas del Estado, y a los valores del servicio ciudadano.
En contraparte, lo que ofrece la dispersa y laxa composición del Congreso dista mucho del compromiso y responsabilidad con que debe asumirse el análisis y diseño de las políticas públicas y las decisiones legislativas que permitan el sano y adecuado equilibrio de poderes en una democracia.
El Congreso, integrado por agrupaciones sin liderazgo y capacidades, abona al fétido olor que emana de la desintegración del Estado. Y hace inviable, por ahora, la valiente intervención de la Fiscalía y la justicia peruana para terminar con el sacrilegio que comete el gobierno de turno contra nuestro país. Curiosamente, ‘en nombre del pueblo’.
Lo cierto es que hoy el pueblo se debate entre el hambre y la necesidad. Entre el desempleo y la esperanza. Tras dos años de pandemia, millones de peruanos se han volcado a llenar la olla con lo que se pueda y como se pueda, mientras otra parte de la sociedad está entregada al consumismo sin la conciencia de la profunda crisis económica por la que atravesamos, y que ponen nuestros votos y propósitos para el año 2023 en un lejano y gris horizonte.
Gratificarse de esta situación y fingir que no pasa nada por parte de quienes tienen asegurado un puesto de trabajo en la función pública es tan hipócrita e inmoral como el despilfarro sin un ápice de responsabilidad social de quienes disfrutan de la robustez que ofrece la actividad privada. La salida a la crisis requiere de un fraterno y desideologizado compromiso del tejido social de una Nación. Ese es un reto que tendremos aún los peruanos y al que debemos abocarnos, cualquiera sea el desenlace venidero.
El desarrollo de la Nación necesita de la unidad de los que hacen política y de los que ejecutan las políticas públicas. Los primeros deben tomar decisiones trascendentales para la salud económica y social del país, mientras que, a los otros, los ejecutores de la gestión pública, les corresponde actuar con diligencia y responsabilidad para que se cumpla con los presupuestos y las obras del Estado antes de fin de año, sin ideología o intereses políticos que interfieran con la total transparencia, neutralidad y eficiencia con la que se debe ejercer el servicio público.
Por la crisis económica, muchas familias peruanas tendrán que optar entre el panetón o el pavo en la cena navideña, mientras que los parlamentarios tienen en sus manos decidir si la Nochebuena será con o sin Congreso. Con o sin presidente. Tendrán que apurarse, pues todo parece indicar que en el palacio de Castillo ya han afilado bien los cuchillos para comerse el banquete antes de quedarse sin cocinero. ¿O sucederá lo contrario? Veremos.
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