América Latina puede dejar de ser América

Quiero analizar los ingredientes de un cóctel tóxico conformado por violaciones de Derechos humanos, crimen organizado, autoritarismo global, ideologización extrema y desoccidentalización

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Fotografía panorámica de San Pablo, Brasil (EFE/ Fernando Bizerra Jr./Archivo)
Fotografía panorámica de San Pablo, Brasil (EFE/ Fernando Bizerra Jr./Archivo)

Quizás pueda sonar alarmista este título o quizás reduccionista, pero la noción que encierra es una idea que he venido digiriendo con bastante serenidad y cautela. Quiero analizar los ingredientes de un cóctel tóxico conformado por violaciones de derechos humanos, crimen organizado, autoritarismo global, ideologización extrema y desoccidentalización. Viendo los acontecimientos que se asoman en el escenario político de América Latina, donde peligrosamente nuestra región comienza a adentrarse en un camino espinoso que asemeja a la llamada paz de los sepulcros, me he preguntado qué será de nuestro futuro. Estamos transitando un camino con una especie de alfombra roja por donde desfilan con traje de gala los males que recién describo, los cuales están ingresando con todo su arsenal a socavar el funcionamiento del sistema democrático latinoamericano. Este trayecto amenaza la existencia de América como la conocemos: una trinchera occidental por sus valores, su visión del mundo, su idiosincrasia y su gente.

Hago esta primera introducción porque justamente hace unos días en el Foro de París sobre la Paz se anunciaba el relanzamiento de la negociación venezolana. Sentados en una mesa posaban para la foto el presidente de Colombia, Gustavo Petro; el mandatario de Argentina, Alberto Fernández; el jefe de Estado de Francia, Emanuel Macron; la canciller de Noruega, Anniken Huitfeldt; el representante de la oposición venezolana, Gerardo Blyde, y el representante de la dictadura de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez. Este último con su peculiar risa goebbeliana, con la que adormece a sus adversarios, haciéndoles creer que está preñado de buenas intenciones y que el resentimiento que los arrastra al vacío desde su infancia es solo una percepción equivocada de extremistas políticos.

De esta reunión hice varios apuntes reflexivos. Lo primero fue la insistencia de los presidentes Fernández y Petro en convencer al mundo de que lo que estaba ocurriendo era una hazaña política, porque dos fuerzas simétricas y pacíficas habían decidido dialogar sin complejos y sin tapujos para buscar soluciones comunes. Una interpretación errada de principio a fin. Como si el problema venezolano se tratara de dos visiones enfrentadas, como si habláramos de dos adversarios con fuerzas similares que son incapaces de ponerse de acuerdo, y no de una dictadura acusada de crímenes de lesa humanidad. Esta posición reduccionista del asunto venezolano es también insolvente desde el punto de vista moral. Porque intenta equiparar las responsabilidades, poniendo al secuestrado y al secuestrador en el mismo lugar en cuanto a la repartición de culpas, colocando al ladrón y a la víctima casi como corresponsables del delito. Sin ni siquiera preguntarse por qué ha fracasado la negociación en otras oportunidades: ¿no será porque Maduro le ha cerrado la puerta en la cara a la posibilidad de hallar una solución y ha decidido mantenerse en el poder a la fuerza, violando la Constitución y erosionando el sistema democrático y los derechos humanos?

El presidente francés, Emmanuel Macron; junto al presidente argentino, Alberto Fernández; y al presidente de Colombia, Gustavo Petro, en el Foro de la Paz en París, Francia (Christophe Ena/Pool vía REUTERS)
El presidente francés, Emmanuel Macron; junto al presidente argentino, Alberto Fernández; y al presidente de Colombia, Gustavo Petro, en el Foro de la Paz en París, Francia (Christophe Ena/Pool vía REUTERS)

La Misión de Determinación de los Hechos de las Naciones Unidas y la anterior Alta Comisionado de DDHH Michelle Bachelet, referente de la izquierda, han documentado la presencia en Venezuela de una maquinaria de guerra que tortura, secuestra y asesina a toda forma de disidencia política. Es decir, este aparato dictatorial instalado en Venezuela no es que solo niega los principios del sistema democrático como pulcritud electoral o el derecho al voto libre, es que además a quienes deciden luchar para cambiar esas condiciones se les someten a los más duros vejámenes. Actualmente, hay 300 presos políticos en los calabozos del régimen de Maduro, muchos de ellos militares que se negaron a apuñalar la Constitución, muchos de ellos sindicalistas provenientes de las luchas reivindicativas que tanto identifican a la izquierda, muchos de ellos allegados al ex presidente Hugo Chávez… En Venezuela se ha recreado la historia de persecución y tratos inhumanos de las viejas dictaduras de Chile, Argentina, Paraguay. Esas que los connotados dirigentes de izquierda enfrentaron con tanta vehemencia y beligerancia, esas que los exiliaron y los llevaron a muchos, por cierto, a encontrar cobijo en la patria venezolana.

Pero además de refrescarse esa tragedia del Cono Sur, se le ha sumado un componente mucho más peligroso: el antioccidentalismo. Venezuela ha pasado de ser un país soberano a ser un país ocupado por fuerzas extranjeras y grupos irregulares, que han transformado a la nación en un santuario del crimen organizado, la corrupción y el terrorismo. Esta misma semana, este mismo medio de comunicación destapó una exclusiva donde se revelaba que un avión venezolano, que fue detenido en Argentina este año por tener implicaciones con fuerzas terroristas iraníes, fue usado también para el comercio ilícito de oro, con el fin último de financiar las actividades del grupo Hezbollah.

La presencia en Venezuela de China, Irán y Rusia es una visible y palpable amenaza para la seguridad del hemisferio. Paradójicamente, la izquierda en lugar de repelerla y exigirle a Maduro que no preste su vecindario para dañar la convivencia democrática y pacífica que tanto trabajo costó construir, decide guardar silencio en el mejor de los casos, o sumarse a la corriente política y también abrirle las puertas de su casa a estos actores en el peor de ellos.

Relativizar una de las peores crisis de Derechos Humanos que haya conocido este planeta, equiparar las responsabilidades, comprar de cierta forma la narrativa de un supuesto bloqueo como causante de los males de Venezuela, apadrinar la presencia de los antioccidentales y esconderse detrás de disfraces ideológicos para no llamar las cosas por su nombre y no militar en la misma acera que los Estados Unidos, demuestra el lastre que arrastra al vacío a una buena parte de la izquierda latinoamericana.

Existe un cierto romanticismo izquierdista con todo lo que huela a la llamada revolución cubana (EFE/Ernesto Mastrascusa)
Existe un cierto romanticismo izquierdista con todo lo que huela a la llamada revolución cubana (EFE/Ernesto Mastrascusa)

No sé si esta posición subyace de solidaridades ideológicas como algunos dicen, posiblemente sí. La herencia cubana ha sido nociva para la izquierda latinoamericana. Me explico mejor, existe un cierto romanticismo izquierdista con todo lo que huela a la llamada revolución cubana. Algunos intelectuales dicen que la izquierda latinoamericana se cree hija de la revolución cubana. Siente devoción por todo lo que encarna ese proyecto dictatorial, que ha sometido por más de medio siglo al pueblo cubano. Es como si aquella toma del Cuartel de Moncada, comandada por aquel revolucionario antinorteamericanista, les hubiera apagado la memoria. Aquella gesta desató pasiones irracionales en la izquierda y condujo a una anestesia general de la conciencia de algunos, al punto de llegar incluso a justificar desde fusilamientos hasta que una misma persona permanezca en el poder por más de 50 años, sin permitir partidos políticos, prensa libre, ni elecciones directas y secretas.

Sin duda alguna, que este episodio revistió más ese antinorteamericanismo que durante siglos ha manoseado la izquierda. Esa idea anacrónica de que los males del continente están asociados a una especie de imperialismo norteamericano, sin preguntarse siquiera qué hemos hecho mal a lo interno para merecer el subdesarrollo. Una idea que el gran escritor venezolano Carlos Rangel masticó bastante y la condensó con el nombre del “mito tercermundista”. Una idea que lleva a muchos izquierdistas a militar en el mismo equipo con la barbarie, el crimen organizado y el autoritarismo, con tal de no compartir valores con los americanos del norte. Una idea que conduce a abrazar a un tirano antioccidental como Maduro, solo porque se levanta contra el Tío Sam.

Es una carga muy pesada esta mochila que lleva la izquierda. Es tan pesada que no les permite ver el peligro que está frente a sus ojos: la posibilidad de que América deje de ser América. La posibilidad de que esos actores antioccidentales que encontraron refugio en Venezuela se sigan expandiendo, tomando cada centímetro del espacio continental, para dar al traste con nuestros valores fundacionales de democracia, soberanía y libertad y sustituirlos por otros. Existe un proyecto, del cual Maduro es protagonista, que persigue desoccidentalizar a Latinoamérica. Para ello, se emplean instrumentos políticos, culturales, económicos, tecnológicos y sociales. No quiero ser fatalista, pero si este proyecto cristaliza nuestra cultura se puede extinguir y lo más importante, esa idea de la América pacífica, independiente y democrática podría convertirse en un simple recuerdo. Solo una refundación de la izquierda puede detener esta hemorragia.

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