Libertad, el derecho a pensar sin hipocresías

Los extremistas de cualquier tinte representan en la actualidad un mayor peligro que en cualquier otro momento del pasado

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(REUTERS/Carla Carniel)
(REUTERS/Carla Carniel)

El disfrute de los derechos, la libertad, es un atributo tan esencial que hay quienes solo se percatan de su suprema importancia cuando la pierden. José Martí, la describió de un modo muy preciso, “Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía…Un hombre que obedece a un mal gobierno, no es un hombre honrado”.

Quizás, para algunos, estas afirmaciones del apóstol cubano son demasiado severas, pero él las hizo desde la estatura moral de quien entregó su vida en la defensa de sus convicciones. Una virtud que se aprecia mucho en falta, cuando vemos cuántas personas se pliegan calladamente a las corrientes de intolerancia que padecemos.

No es que se esté en contra de los cambios necesarios. Hay muchas injusticias que reparar, la corrección de los males es impostergable, sin embargo, el resentimiento y el afán de reivindicación de algunos, pasando cuentas que nunca pueden ser saldadas, solo acrecienta las diferencias y abre paso a la maldad en todas las riveras.

El pensador alemán, Thomas Man, dijo al respecto, “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”, criterio que comparto, porque estoy entre los que creen que subordinar mis derechos para que terceros disfruten privilegios, es una manera de tolerar la perversidad.

Tolerar y respetar son fundamentales para la concordia. No es racional aceptar la cohabitación con aquellos que quieren destruir los valores y las costumbres sobre los que se sostiene la sociedad que les acoge. Esa actitud es como abrir la espita del crematorio donde tendrá lugar la incineración de las convicciones de quien por propia voluntad dejó de ser libre para convertirse en esclavo.

La coexistencia exige aceptar las diferencias que se puedan tener con otras personas, superarlas y encontrar aspectos comunes sobre los cuales sostener relaciones de mutuos beneficios para evitar conflictos y crispaciones que conduzcan a situaciones críticas.

No obstante, el primer deber del individuo es defender sus valores y sus costumbres; en caso contrario, parafraseando al prestigioso pensador alemán, la tolerancia conduce al suicidio.

La libertad, por ende, nuestros derechos, siempre están amenazados, por consiguiente, es preciso estar alertas. La libertad de los otros es la obsesión de los depredadores ideológicos o de los fundamentalistas religiosos, los extremistas de cualquier tinte, representan en la actualidad un mayor peligro que en cualquier otro momento del pasado.

Incurrimos en un lamentable y grave erros si pensamos que el marxismo y el fascismo están extinguidos, son dos vertientes de un mismo mal con capacidad para impulsar y nutrirse de los errores de nuestras sociedades. Esas formas devastadoras de hacer política tienen una gran capacidad de reinvención. Mutan con rapidez y cuentan con la habilidad de apropiarse de propuestas justas que después deforman con los odios y resentimientos que les caracterizan.

Los enemigos acechan de forma diferente. Aspiran en las urnas electorales al poder político, sin descuidar otras actividades que pueden conducirlos a otras formas de dominio. Los medios de información, tradicionales o no, y la Academia, son algunas de las áreas donde mejor se desenvuelven.

Los depredadores y victimarios pueden residir en nuestro vecindario. No se crean en laboratorios, es una condición humana que tiende a primar en algunos de nosotros sin importar quién es carnívoro o vegetariano, como lo fue Adolfo Hitler.

La tolerancia y la identidad deben marchar juntas. El ciudadano de una sociedad abierta está obligado a tolerar las diferencias, aunque no sean de su agrado, pero ese mismo ciudadano está comprometido a conservar su identidad, no hacer concesiones en lo que cree.

La democracia es el respeto de las diferencias, una condición que sólo tiene sentido mientras la identidad y las concepciones propias no corran el riesgo de extinguirse por la actuación, incluidas las minorías, de quienes pretenden imponer las suyas. Es una particularidad que todos deben respetar con tal de alcanzar la sobrevivencia mutua asegurada; otra actitud conduciría a la inevitable destrucción de las creencias y las convicciones que hasta ese momento se hayan defendido.

La identidad, individual o colectiva, no puede ser negociable. Defenderla es proteger el pasado y garantizar el futuro. La pasividad ante quien la agreda es pura maldad.

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