El conflicto bélico que se desarrolla en la frontera ruso‐ucraniana, como consecuencia de la invasión rusa llevada a cabo el 24 de febrero pasado, tiene la curiosidad de ser, si no el único, tal vez uno de los pocos en que hay dos ganadores y ningún perdedor.
Intento explicarme: lo que Rusia imaginó como un paseo, similar a la anexión de Crimea en 2014, se convirtió rápidamente en la actual pesadilla con más muertos en pocos meses que todos aquellos que murieron en la invasión a Afganistán en los setenta y ochenta; con un costo aún disimulable pero que a la larga afectará gravemente a la economía rusa; con una acentuación de la dependencia rusa de sus exportaciones primarias y, en especial, de la dependencia con China e India (actores que, vale la pena destacar, se apresuraron a comprar lo que antes del inicio del conflicto pagaban a precio de mercado, ahora a precio con descuento); con Europa, que es el espacio natural de Rusia, cerrada. Y, en definitiva, con una guerra proxy, que EEUU y la OTAN llevan a cabo por medio de Ucrania y que, de continuar, amenaza la estructura de poder actual de Moscú. Todo lo anterior es ganancia de Ucrania. A lo que se suma que hoy, Ucrania, también ganó, o está a punto de ganar, si sabe jugar sus cartas, su independencia de Rusia.
Por otra parte, Rusia ganó los territorios del Donbas y un poco más. Va a ser muy difícil, sino imposible, que Rusia deje esos territorios, tradicionalmente rusos, sin que el conflicto escale aún más, incluso con el uso de armas tácticas (léase, nucleares).
Así las cosas, vale destacar que no tiene sentido traer la historia para definir problemas actuales. No importa, a los efectos de encontrar una solución a esta guerra, que Ucrania sea antecesora del estado ruso, o que tras cortos periodos de independencia y con territorios muy variables, haya pasado la mayor parte de su tiempo bajo un poder extranjero. Tampoco importa si Catalina la Grande anexó estos territorios hace 200 años o si realmente fue en la URSS que se inventaron las fronteras actuales de la Ucrania que hoy pelea.
Lo que importa son los intereses estratégicos de los dos actores. Para Rusia, recuperar el control del mar Negro y la mayor parte de las generosas inversiones hechas durante la URSS desde Moscú (algo que Ucrania parece olvidar). Para Ucrania, lograr que Rusia se perciba segura y así poder decidir desprenderse del abrazo ruso.
En este sentido, al día de hoy ambas partes han logrado aparecer victoriosas: Rusia, con gran pena y mucho más esfuerzo, ha consolidado su posición en la cuenca del Donbas, la mayor parte de la costa del Mar Negro, Crimea y, especialmente, que Europa acepte, por el bien de toda la humanidad, que no quiere ni merece un holocausto nuclear, una Ucrania con una cierta neutralidad en el futuro cercano (por lo pronto, nada de emplazamiento de misiles en su territorio y partenariado con la UE pero no inclusión en la OTAN). A su vez, Ucrania ha demostrado su valor y ha humillado a Rusia ahí donde más les duele a los rusos, su incapacidad de demostrar su fuerza, su poderío y su independencia de otros actores (para no colapsar, Rusia ha tenido que negociar y depender de la ayuda de China, India e Irán). Si Ucrania juega sus cartas bien y acepta, con más o con menos, sus pérdidas territoriales actuales, podrá garantizar su independencia de Rusia y de la esfera de interés ruso, para sumarse a Europa y empezar a florecer como una nación realmente independiente. Hoy ambas partes pueden firmar nuevos límites y dedicarse de lleno a la reconstrucción de sus economías sabiéndose victoriosas, ambas. Si Ucrania permanece (relativamente) neutral, no solo a Rusia le va a costar mucho encontrar legitimidad para cualquier otro avance, sino que materialmente por varios años no va a estar en condiciones de hacerlo sin desprotegerse en otras partes. A ello se le debe sumar que en varios años la actual cúpula del Kremlin podría ya no ser la misma. Por otra parte, la aceptación ucraniana puede ser táctica o condicional, como lo fue la aceptación de una Taiwán autónoma para China o de Argentina para con las Malvinas ‐finalizar un conflicto bélico no significa necesariamente aceptar una pérdida territorial, sino reconocer su tenencia temporal por otra fuerza, a la espera de mejores condiciones para negociar (énfasis en la palabra negociar, único camino aceptable).
En otras palabras, hoy nos encontramos ante una situación en la que las dos partes pueden mostrar que, perdiendo algo, están ganando y así poner fin de una manera más o menos honorable a esta guerra sin sentido. Rusia ha perdido miles de hombres, armas y por sobre todo, ha perdido el mito de su eficiencia bélica. Hoy no quedan dudas de que es una potencia regional, no global, y que su intento por volver a las grandes ligas, con una mentalidad del siglo XIX, falló estrepitosamente. Ucrania ha perdido, al menos momentáneamente, la cuenca del Donbas y algo más de costa del mar Negro, es decir, todo aquello que no supo ganar negociando entre 2014 y la invasión rusa (Crimea nunca fue de Ucrania, salvo por la ficción generada por Krushev en la década del 60 del siglo pasado).
Rusia gana control del Mar Negro y, por sobre todo, seguridad estratégica al evitar que Ucrania sea base de la OTAN.
Ucrania gana si mantiene su neutralidad garantizada tanto por Rusia como por la OTAN y formaliza acuerdos de libre comercio con la UE y Rusia, la posibilidad de generar las condiciones para consolidar su independencia y una base sólida para crecer económicamente.
No ver esta realidad solo puede llevar a que la guerra se prolongue en el tiempo y desgaste más aún a ambos bandos, significando solo costos para ellas y ganancias para los que miran de afuera (China, Europa, EEUU), y, en el peor de los casos, nos acerque a un conflicto nuclear, tal vez de baja intensidad, pero terrorífico y de consecuencias imprevisibles. Es hora, entonces, de renegociar las fronteras que no se negociaron tras la disolución de la URSS, y frenar una guerra que no tiene sentido más allá de la inseguridad del oso ruso.
* El autor es un diplomático argentino de carrera habiendo cumplido dos períodos en Rusia, 1995‐2003 y 2016‐2020.