En el año 2005 cuando Latinoamérica giraba bruscamente hacia la izquierda, el intelectual venezolano Teodoro Petkoff escribió un libro que se convertiría, al final, en una descripción bastante precisa de lo que ocurrió: Las dos izquierdas.
Petkoff sabía de lo que hablaba, pues su vida había sido un constante aprendizaje: en los años 60 fue parte de la guerrilla venezolana, pero entendió que ese no era el camino y se integró a la política siendo fundador del Movimiento al Socialismo (MAS). Durante los 40 años de democracia (los mejores de la historia venezolana), fue un duro crítico de COPEI y Acción Democrática, los partidos que gobernaron ese tiempo. También fue candidato presidencial de la izquierda a finales de los 90, sin embargo, abandonó su partido cuando éste apoyó la candidatura de Hugo Chávez Frías. Sabía lo que venía. Siempre se opuso a quien terminó destruyendo a Venezuela.
Después de la Guerra Fría, (tiempo que también describió Petkoff en otro libro), muchos partidos denominados de “izquierda” en Latinoamérica hicieron una reconfiguración de sus doctrinas para correr a un lado ciertas prácticas socialistas y ser más democráticos. Planteaba Teodoro que “la izquierda no es homogénea”. No lo es ninguna ideología, seguramente. Sin embargo, para el momento en el que este libro fue escrito, gobernaba un Tabaré Vásquez en Uruguay, un Hugo Chávez en Venezuela y un Fidel Castro en Cuba. Todos eran de izquierda (o eso decían), pero ¿todos eran iguales? El primero, una democracia a carta cabal; el segundo, una autocracia que se cerraba cada vez más; y el tercero una dictadura que, para la época, ya llevaba casi 50 años.
¿Qué pasó después de eso?
En los países donde la democracia continuó, hubo cambios. Los nuevos Gobiernos de Argentina, Chile, Perú, Brasil, Uruguay, entre otros dejaron momentaneamente atrás la llamada “marea rosa”, que hoy pareciera volver a reconfigurarse. Es normal, porque los procesos se agotan y los ciudadanos pueden modificar sus intenciones de voto cuando sus necesidades no son resueltas por los gobernantes de turno, o cuando las expectativas no son cumplidas. Lo que no es normal es que, aun cuando la mayoría de un país desee cambio, este no ocurra. Eso puede tener varios nombres según la ciencia política: autocracia, dictadura, tiranía… pero lo único seguro es que no hablamos de un sistema democrático.
Hoy en la región hay tres autocracias claramente identificadas: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Entre estos tres regímenes, a la fecha, suman casi 1.500 presos políticos, la mayoría de ellos torturados física y mentalmente todos los días, tal y como describió el último informe de la Misión Internacional de Determinación de los Hechos de la ONU sobre Venezuela. Estas son algunas de las torturas que sufren los inocentes confinados en calabozos venezolanos por decisión política:
● Posiciones de tensión denominadas la “crucifixión” (brazos extendidos y esposados a tubos o rejillas) y “el pulpo” (un cinturón metálico con cadenas atadas para inmovilizar la muñeca y los tobillos).
● Asfixia con bolsas de plástico, sustancias químicas o un cubo de agua.
● Golpes, a veces con un palo u otros objetos contundentes.
● Descargas eléctricas en los genitales u otras partes del cuerpo.
● Amenazas de muerte o de violencia adicional.
● Amenazas de violación contra la víctima y/o sus familiares.
● Desnudez forzada incluso en habitaciones mantenidas a temperaturas extremadamente bajas.
● Encadenamientos durante largos períodos de tiempo.
Lo mismo ocurre en Nicaragua y desde luego, lo mismo ocurre en Cuba, que es el centro de aprendizaje de todas estas barbaries. Petkoff hablaba de una izquierda que no aprende, de una izquierda que lejos de haber modernizado sus prácticas y buscar más justicia y más democracia, siguen caminando bajo el tutelaje cubano. Es, como la bautizó, “la izquierda borbónica”, esa que “como los Borbones no aprende ni olvida”.
Y hablo de izquierda porque eso son, o dicen ser, los “hijos” del castrismo, el chavismo y el sandinismo que hoy son las cabezas de los regímenes más crueles que haya visto Latinoamérica en décadas: Miguel Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega.
También hablo de la izquierda, esa izquierda cómplice, que por afectos ideológicos, tal vez, mira a un lado o todavía peor, aúpa tales atrocidades. Porque ser demócrata no significa decirlo, sino practicarlo, y esto es, también, condenar cualquier práctica que atente contra la democracia así sea ejecutada por alguien que, discursivamente, hable parecido a mí.
Salvo honrosas excepciones que saltan a la vista, como ha sido el caso del presidente chileno Gabriel Boric condenando el fraudulento proceso “electoral” en Nicaragua del pasado domingo 6 de noviembre, son pocas las voces de la izquierda latinoamericana que presionan con dureza por recuperar la democracia en Cuba, cuyo pueblo está siendo masacrado desde el 11 de julio del año pasado; o en Venezuela donde ha habido más de 120 mil protestas en dos décadas; y ni hablar de la olvidada Nicaragua.
Gustavo Petro en Colombia, Alberto Fernández en Argentina, Pedro Castillo en Perú, Andrés Manuel López Obrador en México, Xiomara Castro en Honduras, y próximamente Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil. Todos tienen la oportunidad de no seguir siendo cómplices de tres regímenes torturadores y profundamente antidemocráticos, de no seguir siendo una “izquierda borbónica”. La historia juzgará a los opresores y también a quienes hicieron silencio.
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