El baño de sangre no ocurrió. Ni mucho menos: “Hemos perdido menos curules en la Cámara de Representantes que en las primeras ‘midterms’ de cualquier presidente Demócrata en los últimos 40 años. Y también hemos obtenido los mejores resultados de gobernadores en elecciones de mitad de término desde 1986″.
Pues así fue, las palabras son de Joe Biden en la noche del pasado martes 8 de noviembre. Se lo veía exultante, rejuvenecido. Inclusive dejó abierta la puerta para volver a ser candidato en 2024. Agregó estar preparado para trabajar con los Republicanos, y que la elección es un mensaje del pueblo a los Republicanos para trabajar con él.
Acertada lectura: de pronto, y contra la mayoría de los pronósticos, las fuerzas de la física cambiaron de dirección, se hicieron centrípetas. Al menos en este ciclo electoral, la polarización—la de Trump y la de mucho antes—se tomó un respiro. Regresó el insigne bipartidismo americano y nadie mejor que Joe Biden para representarlo en escena, tal vez el último de una raza de políticos en extinción: los centristas.
Debe quedar claro que el país sigue dividido, pero a diferencia de las últimas décadas—sí, décadas—el grueso del electorado se ha corrido al medio. El Partido Demócrata retuvo el Senado y los Republicanos ganaron la Cámara de Representantes, ambos por escaso margen y un puñado de distritos.
Queda claro que no ha ocurrido la tan pronosticada reedición del “Contrato con América” de 1994, ni el “Partido del Te” de 2010, ni la ola “MAGA” de 2016; todas abrumadoras victorias del conservadurismo radical. Y ello aún si el Partido Republicano hubiera terminado venciendo en ambas cámaras.
Es que en esta suerte de elección sin derrotados el vencedor más importante ha sido la moderación. Y si no que le pregunten a Trump. Él fue el factor decisivo, pero a la inversa, eligiendo candidatos de segundo nivel y situados en la derecha extrema, y transformando la elección en un plebiscito sobre sí mismo. Al final, ello sirvió para sacar a votar a los independientes, por definición moderados.
En todo caso fue Trump el gran derrotado; la conversación dentro de la máquina partidaria Republicana ya se centra en la necesidad de sacarlo del camino para ser viables en 2024. El voto negativo, típico de una elección de mitad de término, fue para él más que para el presidente en ejercicio, y ello a pesar de los bajos índices de aprobación de Biden. Alcanzan un par de ejemplos para ilustrar el punto.
La sentencia de junio pasado de la Corte Suprema derogando “Roe versus Wade”, la protección federal al derecho al aborto, multiplicó la importancia de esta elección, pues ahora la única manera de conservar dicho derecho es garantizarlo a nivel local. La participación del electorado femenino creció significativamente. Así sucedió en Virginia, Minnesota y Nuevo Mexico, donde el derecho al aborto fue el principal tema de campaña y otorgó la victoria a muchos Demócratas. Otro tanto en California, Vermont y el pendular Michigan, donde se votaron enmiendas para garantizarlo en las constituciones estaduales.
Otro caso, en la elección de Pennsylvania, John Fetterman derrotó al candidato de Trump, Mehmet Oz. Lo notable es que Fetterman no solo ganó en distritos urbanos, típicamente Demócratas, sino también en distritos rurales, tradicionalmente Republicanos, incluso en aquellos que dieron la victoria a Trump en 2016 al asegurarle los 20 votos en el Colegio Electoral.
Fetterman obtuvo diez puntos más que la tasa de aprobación de Biden, un patrón en esta “anómala” elección de mitad de término en la que se votó en positivo; o sea, propuestas concretas y cercanas que evitaron la reproducción del clásico gobierno dividido que tanto apetece a la sociedad americana.
En Florida el Republicano De Santis fue reelegido gobernador, y por veinte puntos de diferencia. El estado se ratifica como conservador, catapultando al archienemigo de Trump, en su distrito y con su mismo objetivo: la candidatura en 2024. En términos ideológicos, programáticos y retóricos Trump y De Santis nos son muy diferentes, pero este último es un político del partido, a diferencia de Trump que ha construido su carrera política como “outsider” y ergo ofendiendo de manera bipartidista, Demócratas y Republicanos por igual.
De Santis es por tanto pragmático y realista en su conservadurismo. Es el primer Republicano en vencer en Miami-Dade en dos décadas, triunfando en otros bastiones igualmente Demócratas como Palm Beach y Osceola, un mensaje para 2024. La convergencia hacia el centro de estas “midterms” es una buena noticia para De Santis, puede sacar a Trump de carrera y refuerza su capacidad de ganar en distritos Demócratas.
Al menos por ahora quedó suspendida la polarización. Se ha elegido una masa crítica centrista, lo cual genera incentivos a la formación de coaliciones legislativas proclives al compromiso bipartidista. Los extremos de ambos partidos han quedado, como el término indica, en los márgenes. Nótese el silencio del ala de izquierda Demócrata, los “socialistas” alineados con Bernie Sanders y Ocasio-Cortez.
Pues la sociedad ya está harta del woke, los latinos ignoran el “latinx”, las minorías rechazan toda forma de segregación y las mujeres de cualquier clase social, origen étnico, persuasión ideológica y religiosa no toleran que el Estado administre el derecho a ser—o no ser—madre. Esta elección es reflejo de todo ello, en hora buena.
La moraleja es que, en realidad, se trata de tres partidos, no de dos. Una suerte de Partido Socialista en la izquierda de Sanders; un Conservadurismo Social-Cristiano en la derecha religiosa Repúblicana, y en el medio el centro pragmático de ambos partidos, hoy reivindicado y convocado por Biden a trabajar juntos por el país. La democracia americana funcionaría mejor si el sistema de partidos estuviera institucionalizado así, sería un antídoto contra la polarización.
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