Putin tiene suficiente poder para hacer lo que quiera y los países occidentales con los que se enfrenta no tienen iguales recursos aunque posean mejores tecnologías. Y Putin obtuvo la posibilidad de hacer lo que quiera en Ucrania desde que puso la carta nuclear en la mesa, y Occidente respondió con debilidad y dudas.
La ilusión de una OTAN se desnuda ante un interrogante simple ¿Qué pasa con la alianza si Moscú invade, por caso, Polonia? La historia reciente marca que dos soldados de potencias nucleares no se encontrarán en el campo de batalla, el motivo es simple: la escalada tras esa decisión lleva a una guerra nuclear.
Estados Unidos fue claro que eso no sucederá, el presidente francés declaró que su país está primero y si hubiera alguien a cargo en Londres los mensajes serían similares. Las potencias nucleares de Occidente ven las armas nucleares como monedas de cambio, no como recursos bélicos.
Rusia, desde hace pocas semanas cambió la naturaleza de la discusión, cambió todas las reglas de la Guerra Fría, y nadie hizo nada. Las declaraciones del presidente Joe Biden fueron palabras, casi parecían las quejas de un indefenso anciano en el geriátrico porque la sopa estaba fría. No encarnaba al líder de una superpotencia.
La OTAN existe para los socios premium, que venden sus productos de defensa entre los miembros, y un rejunte de naciones bien intencionadas por las que nadie levantará un dedo a la hora de frenar los tanques con una gran Z pintada en sus flancos. Se repetirán escenas de heroísmo, el mundo admirará a los polacos, y seguirá preparando la salsa de los ravioles mientras cambia de canal para ver la novela. Esta hipotética vez, sería la tercera vez que se “regala” esa tierra en las últimas décadas, la primera fue en 1939 y la segunda en 1945.
Sin armas nucleares los países que no son potencias son sólo moneda de cambio y con amenazas concretas de su uso, esa realidad sólo se acentúa.
De hecho, en el actual conflicto en el este europeo, se perdió de vista cuánto estómago demuestra tener el invasor: los cadáveres rusos se apilan y Putin sigue siendo el mandamás. Para poner esto en contexto, Estados Unidos perdió 2461 hombres en las guerras de Irak y Afganistán. Rusia llevaría 25.000 bajas, según calcula el espionaje británico, y nadie se inmuta. Para explicarlo mejor: Putin perdió diez veces más soldados en nueve meses que Estados Unidos en 20 años, y el esfuerzo bélico no mella al gobierno o al país.
Volviendo al punto central, el Kremlin cambió todo y no hay nadie al otro lado para frenarlo. Nadie estaba dispuesto a correr el riesgo de usar bombas atómicas, y eso era uno de los pilares conceptuales detrás de estas armas de aniquilación masiva. Eran objetos de colección, pero no de uso.
En cuanto el Kremlin amenazó con usarlas de verdad -y encontró un Occidente sin el temple para responder adecuadamente- la ecuación para Moscú cambió para siempre.
La ley, la única ley que existe, es la ley del más fuerte. Putin le recordó al mundo que el derecho es, a fin de cuentas, un criterio que se hace cumplir con fuerza. Si no hubiera policía y cárceles, no habría jueces. De la misma manera, Rusia tiene una fuerza, tanto convencional como atómica, que Occidente no tiene: está dispuesto a usar ambas hasta las últimas consecuencias ¿quién tiene igual poder en la cuenca del Atlántico? Nadie.
Simplemente no hay leyes, porque no hay policía que pueda aterrizar en Moscú y detener a la cúpula rusa. La ilusión de que hay un marco normativo limitando el accionar ruso en su campaña ucraniana se pisotea con cada anexión territorial, con cada “crimen de guerra” impune y con cada amenaza de uso de armas nucleares desde la capital rusa.
Hay que admitir que las democracias no están listas para una amenaza de este tipo y dado el actual estado de las sociedades occidentales, preocupadas por el precio de la lechuga o la temperatura del termostato en el dormitorio, los pronósticos de largo plazo no se inclinan por una victoria de la OTAN. Y todos los actores lo saben.
Occidente no puede hablar de esto porque demostraría inmediatamente su debilidad ante electorados sin capacidad de digestión de este tipo de análisis simples y crudos; sin embargo, esta parece ser la aritmética del Kremlin. Las cosas como son.