Lo que tuvo lugar en Beijing es la comunicación pública, urbe et orbi, que la República Popular China inicia una nueva etapa, donde se propone no ser un país más, sino la superpotencia número 1 del mundo, y ha decidido trabajar para ello, sin complejos y sin pausa.
Creo que este objetivo hasta tiene fecha: el 1 de octubre de 2049, día en que se cumple el centenario de la República Popular China, la versión moderna del milenario imperio chino, después de que los comunistas derrotaran a los nacionalistas en la guerra civil que culminó en 1949.
Pero vamos por partes. El 16 de octubre, en la inauguración del XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), estuvieron presentes los 2.296 delegados oficiales seleccionados para representar a sus 91 millones de miembros, de los cuales 204 fueron electos para el Comité Central, 25 para la Comisión Política, 7 para la Comisión Militar y 7 para el muy poderoso Comité Permanente, con nombres de jerarcas que se repiten en más de un organismo.
China no es una democracia, pero hay política a su interior: es decir, lucha por el poder, selección entre alternativas, conflicto, imposición de autoridad. En este siglo, los Congresos habían seguido un libreto parecido cada quinquenio, con un discurso de inauguración que anticipaba el rumbo que tomaría China en los próximos años, discusiones internas posteriores sin publicidad y una clausura que entregaba los nombres de quienes compartirían la Comisión Permanente y las decisiones estratégicas con el presidente. También el resultado de la competencia interna de las fracciones y, según los nombres anunciados, quienes avanzaban y quienes retrocedían.
Pero este 2022 todo iría a cambiar, ya que en la retina de muchos va a quedar la forma en que Xi Jinping anunció su nuevo estatus de poder, a través de un acto violento, al purgar a Hu Jintao y expulsarlo del recinto.
Era no solo un cambio en la forma que se ejerce el poder sino también, probablemente, marca una nueva etapa, un antes y un después. Hu no solo lo había precedido, ya que fue por una década secretario general del Partido y presidente de China, sino también había representado para Deng Xiaoping una transición hacia dirigentes entonces de menor edad en la conducción del país.
No era uno del montón, sino alguien que fue seleccionado para que se les marcara a todos la nueva etapa, una donde Xi Jinping declaró que dos reglas establecidas por Deng pasaban a ser obsoletas, ambas vinculadas a la institucionalización del poder, necesaria según Deng para que no se repitiera algo tan destructivo como la Revolución Cultural del siglo pasado.
La primera regla era que las posiciones de gran poder como la de la propia presidencia eran solo por dos periodos continuados de cinco años. La otra era una regla de edad para evitar la repetición de la experiencia de gerontocracia que antecedió a Gorbachov y al fin de la URSS. De esa experiencia histórica, el PCCh aprendió también que, para sobrevivir en el poder, necesitaba legitimarse con progreso económico y consumo, como también que el poder no debía ser compartido con ningún otro grupo político o religioso, y que, por el contrario, el monopolio del partido único debía ser fortalecido, ya que, sin ese cemento, el régimen podría derrumbarse.
Xi Jinping inició un inédito tercer periodo en la cima de poder y es el único que supera el límite de edad. Con sus 68 años puede quizás pensar en otros 15 años en el poder, ya que Mao Zedong gobernó hasta su muerte a los 83 años, y sin un cargo formal, el propio Deng estuvo en la cúspide hasta su retiro voluntario a los 85.
Xi pasó a ser el ciudadano chino con más poder desde Mao, algo anticipado, cuando al igual que Mao su pensamiento había sido incorporado nada menos que a la Constitución, un ascenso a la cima, donde la “lucha contra la corrupción” fue utilizada para neutralizar, y luego derrotar, a sus rivales.
El triunfo político de Xi fue total, ya que en la Comisión Permanente los cuatro nuevos miembros fueron puestos por él, lo que le asegura no tener oposición. Además, nadie del grupo conocido como “meritocracia tecnocrática”, aquellos que ocupaban cargos más por sus logros que por lealtad ideológica, pudo retener presencia. Tampoco, nadie que dudara que la confrontación fuera buena para China pudo salvarse, por lo que sin duda habrá un mayor verticalismo en los cuadros partidarios, amén de mucha verdad oficial. La humillación de su antecesor fue una forma de comunicar el significado de esta nueva etapa, en la que sólo Xi resplandece en la jerarquía.
Mao habría representado la primera fase, y a pesar de sus muchos abusos, es venerado como el fundador de la China moderna, una especie de padre de la patria. La segunda fue la de Deng y la portentosa transformación experimentada por China después de la muerte de Mao y la implementación del acuerdo con Nixon-Kissinger, que mucho contribuyó a su actual poder económico, además de que ya culminaron sus cuatro modernizaciones (las de agricultura, industria, ciencia- tecnología y defensa-militar).
Ahora China le está comunicando al mundo que en esta nueva etapa busca ser la principal superpotencia del siglo XXI, desplazando a Estados Unidos de ese sitial, tal como lo hiciera Estados Unidos con Gran Bretaña en el siglo XX.
Con un agregado, ya que desde un mundo supuestamente en camino a la multipolaridad, repentinamente se regresa a la bipolaridad, y a partir de este Congreso, hay una extrema personalización del poder, reflejado en el sitial de Xi, quien da por superado el paradigma del poder institucionalizado de Deng, por lo que el cambio no es desde o hacia una democracia, sino desde una oligarquía tecnocrática a una autocracia nacionalista, donde hay un mayor control a todo nivel, desde la población en general hasta los propios millonarios chinos, reflejado en el incremento del control del régimen sobre las grandes empresas tecnológicas.
También es quizás la jubilación política definitiva y no solo por edad, de quienes fueron objeto de escarnio y persecución al interior del propio PCCh por las fuerzas lanzadas contra ellos en la Revolución Cultural, y sin la cual, incluyendo sufrimientos, no se puede entender la historia reciente de China como tampoco la personal de Xi u otros jerarcas de cierta edad.
Por último, clave para entender lo que ha ocurrido es comprender que el futuro está también en un pasado más bien remoto, y que una fuente importante es no solo la revalorización de la tradición confuciana, sino también el orgullo que representan grandes emperadores, toda vez que así se recoge el hecho de que China fue más rica y poderosa que occidente durante buena parte de la historia, aunque fuera dominada en siglos recientes.
Esa historia es reivindicada para esta nueva etapa, ejemplificado por el hecho de que parte del “pensamiento” de Xi que lo hizo merecedor del honor de ser incorporado a la constitución, era su valoración del partido como los nuevos mandarines, es decir, la clase burocrática que había hecho funcionar al imperio, sobre la base de su lealtad y conocimientos.
Por cierto, una versión muy arreglada y maquillada, casi de película, pero una versión del pasado para acomodar el futuro que se espera. No es original, pero es la narrativa que emana desde el poder.
En cierto modo, algo que tiene semejanza con la Rusia de Putin, donde el futuro se entiende mejor como una repetición del pasado remoto, y no la del comunismo reciente. En el caso de Rusia en el zarismo y los zares, y en la China que anuncia al mundo Xi, la del imperio, donde aspira a ser visto y reconocido como un nuevo emperador.
¿Cómo ver entonces a la China a la que aspira Xi Jinping?
A mi juicio, sin duda alguna, bajo el prisma del nacionalismo, por lo que el marxismo o el capitalismo no son lo más relevante de esta nueva narrativa. Al mismo tiempo, debe verse dentro de un mundo bipolar, aunque en caso alguno es una nueva guerra fría, ya que el poder económico de China la pone en categoría distinta.
La llamada “Trampa de Tucídides”, expresión usada por Graham Allison (2015), ayuda a entender lo que se avecina. Describe lo que pasa cuándo se confrontan el poder en ascenso y el poder dominante, tal como ocurrió con Atenas y Esparta en la antigüedad. Para entender ahora a Estados Unidos y China, el recorrido de Allison por 16 casos en cinco siglos, muestra el predominio del conflicto, y en los pocos casos donde se hizo en paz, hubo necesidad de muchos y dolorosos ajustes.
¿Existirá en Estados Unidos la voluntad para uno u otro escenario? No lo sabemos. Por ahora, China parece tener voluntad y claridad, y Xi Jinping parece querer rescatar una idea de Mao, quien decía de país y partido, que, a los cuatro puntos cardinales (norte, sur, este y oeste) China le pedía al Partido Comunista que se transformara en un quinto punto cardinal para unirlos, su centro.
¿Exageración de poeta (tal como Mao aseguraba era) o simple ideología?
Seguir leyendo: