Conversar nos ayuda a tomar mejores decisiones. Pero otras veces nos lleva a perder matices y dispara el fanatismo. Las ideas, como la risa, el llanto, el miedo y el entusiasmo, son altamente contagiosas. ¿cómo puede ser que la acumulación de opiniones a veces converja a la sensatez y otras al delirio?.
La buena conversación ocurre en su hábitat natural. Aunque suene elemental, solo funciona en grupos pequeños. En una multitud se dispara fuego verbal, pero no se conversa. Y, la buena conversación ocurre solo cuando hay ánimo de descubrir y no de convencer; de escuchar e intercambiar ideas.
Michel de Montaigne se adelantó al humanismo con esta misma premisa: la buena conversación es el laboratorio principal de ideas y un semillero de prosperidad. Y así esbozó en sus ensayos los principios del arte de conversar:
– No ofenderse con el que piensa distinto y abrazar a quien nos contradice.
– No hablar para convencer sino para disfrutar. Apreciar el ejercicio del razonamiento.
– Hablar desde la voz propia y no de una repetición enciclopédica de citas.
– Dudar de uno mismo y recordar que siempre podemos estar equivocados.
– Usar la conversación como un espacio vital para juzgar nuestras propias ideas.
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– Valorar las ideas solo por el impacto que causan cuando las ponemos en práctica, igual que respetamos a un cirujano por sus operaciones o a un músico por su concierto.
– Conservar un pensamiento crítico vivo.
– No confundir lo bello con lo cierto.
– Evitar prejuicios, distinguiendo atentamente los ejemplos concretos de las generalizaciones.
– Encontrar el buen orden de nuestras ideas y revisar cuidadosamente nuestros argumentos.
– Reflexionar sobre lo que aprendimos del otro en la conversación.
Montaigne es el héroe de la conversación; un héroe atípico que, a pesar de no ser más fuerte ni correr más rápido, entendió que la palabra es la herramienta más virtuosa para moldear nuestras ideas y se sirvió de ella para resolver uno de los conflictos más violentos de su tiempo. Me gusta pensar que he retomado estas ideas, que siempre han estado en la intuición de los grandes pensadores, para convertirlas en ciencia.
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