“¿De qué lado estaría Simón Bolívar en esta guerra que desató Rusia contra Ucrania? ¿A quién apoyaría José de San Martín? ¿Con quién simpatizaría Miguel Hidalgo? Creo que no ayudarían a alguien que solo está saqueando un país más pequeño como un típico colonizador”.
Volodymyr Zelensky preguntó y respondió él mismo. Ello por medio de un video presentado ante la Asamblea General de la OEA reunida en Lima. Fue útil y pertinente ponerlo en términos de las luchas por la independencia del continente, donde se forjó el ADN de una identidad americana. Pues ello expone las miserias intelectuales y políticas de la región.
Subrayando las similitudes, antes había dicho: “Rusia envió este ejército a nuestro país para convertirnos en su colonia, como en la época de los imperios. Pero millones de ucranianos defienden su libertad y su país, y no permitirán a Rusia que regresen esos tiempos injustos. No tenemos dudas de que vamos a ganar la guerra, victorias diarias y docenas de ciudades liberadas lo prueban”.
Temática muy cara al pensamiento latinoamericano hasta nuestros días, Ucrania va a la guerra para liberarse de la dominación colonial en pleno siglo XXI, una lucha que se remonta al siglo XVIII. A propósito, ello lo confirma el propio Putin cada vez que se equipara a sí mismo con Pedro el Grande. En todo caso el paralelo con la lucha por la independencia en América quedó claro.
De ahí que el gobierno de Guatemala introdujera en el plenario una propuesta de declaración titulada “Continuo apoyo para el fin de la agresión rusa en Ucrania”. El texto reafirma una “renovada y enérgica condena de la invasión ilegal, injustificada y no provocada de Ucrania”, siendo aprobado con la adhesión de la mayoría.
Sin embargo, la convicción anti-imperialista es selectiva en este continente de hoy, donde tantos hablan del tema con pomposa retórica y sin embargo no son capaces de expresar empatía cuando se les convoca. Pues allí presentes, no firmaron Argentina, Bolivia, Brasil, El Salvador, Honduras y México. En el caso de Brasil, su abstención debe leerse en clave de fertilizantes, pero los mandatarios de los otros cinco países suelen disertar enfáticamente sobre el “imperialismo americano y sus lacayos”. La incoherencia, por su parte, es en clave de hipocresía.
Estaban ausentes Nicaragua, Venezuela (Maduro) y, por supuesto, Cuba, quienes también habrían votado en contra o en abstención, a juzgar por votaciones anteriores y posteriores; por ejemplo la ocurrida la semana siguiente en la Asamblea de Naciones Unidas para tratar la anexión de cuatro provincias ucranianas (Oblasts) a Rusia. Allí Europa votó unida condenando a Rusia, con excepción de Bielorrusia, pero incluyendo a Serbia. Tradicionalmente alineada con Rusia, Serbia también expresó palabras condenatorias en Lima en su carácter de Observador Permanente de la OEA.
Entre los latinoamericanos, sin embargo, varios votos en la ONU fueron contradictorios con los de la Asamblea General de la OEA, así como con anteriores votos sobre el tema; específicamente, la declaración de febrero pasado condenando la invasión y la resolución de marzo suspendiendo a Rusia de su status de Observador Permanente de la OEA. Bolivia, Cuba y Honduras volvieron a abstenerse en Nueva York, pero Argentina, Brasil y México condenaron a Rusia tan solo siete días después de sus respectivas abstenciones en Lima. Nicaragua, por su parte, votó con Rusia y Venezuela perdió el derecho al voto por adeudar sus contribuciones al sistema.
La hipocresía es el patrón, allí reside la incoherencia de las Américas. De hecho, el tema del imperialismo como tal constituye una contradicción histórica en el debate político de la región. Nótese, la lucha contra la dominación colonial en Hispanoamérica fue inspirada por la Revolución Americana y la Ilustración Francesa. El diseño institucional de nuestras nacientes repúblicas, presidencialistas y en algunos casos federales, está calcado de la Constitución de 1789. Pero en la narrativa de la supuesta izquierda latinoamericana es Estados Unidos el único imperio que alguna vez ha sometido esta parte del mundo; ni el soviético, ruso, chino y mucho menos el cubano con su nutrida historia de desestabilización democrática.
Maduro habla de imperialismo, pero además de miles de oficiales de inteligencia cubanos tiene tres bases militares rusas, en Valencia, estado Carabobo, y Manzanares, estado Miranda. Otro tanto Ortega. En su discurso él sigue en guerra con los contras, pero en junio pasado la Asamblea Nacional de Nicaragua autorizó el ingreso de equipamiento y personal militar ruso al país en base a su petición. La presencia militar rusa en Cuba, a su vez, se remonta a la era soviética y continúa.
López Obrador condena a la OEA, supuesto “lacayo” del imperialismo de Washington, pero no condena con firmeza ni coherencia al viejo expansionismo imperial ruso. Ni mucho menos, acaba de firmar un acuerdo de cooperación con Rusia para la instalación en México de tecnología satelital rusa GLONASS, competidor del sistema GPS americano y el Galileo europeo, y para desarrollar de manera conjunta actividades de exploración espacial.
Es que el anti-imperialismo latinoamericano es adolescente, sus voceros son solo repetidores ad nauseam de un script viejo y gastado escrito en La Habana. El castrismo resultó ser una patología, una verdadera enfermedad infantil de la izquierda de la región. Mientras esa izquierda siga atada a dicha condición, la región seguirá incoherente y sin capacidad de empatía.
Pero, sobre todo, la región seguirá siendo poco creíble por hipócrita, por carecer de principios y valores y, como hasta ahora, seguirá siendo ignorada a la hora de los grandes temas que definen el orden internacional, no importa cuántas veces Zelensky invoque a los libertadores de América. Esa es la enfermedad que sufrimos todos.
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