China celebra en estos días el XX Congreso del Partido Comunista (PCCh) que arrojará la nueva conformación de poder real y formal por los próximos 5 años. Desconocido, lejano y extraño para el análisis occidental, este hecho resulta de trascendental importancia para las relaciones internacionales y para los movimientos que pueden esperarse de la segunda potencia económica mundial. Entender la complejidad de dónde radican y cómo actúan los factores de poder en China es una tarea a la cual conviene dedicar un tiempo de análisis.
Por lo pronto, el presidente Xi Jinping se encamina a ser confirmado para un inédito tercer mandato consecutivo. La reforma constitucional que él mismo diagramó en 2018 le permitió acceder a ese privilegio y sitiarse en un lugar del que sólo Mao pudo gozar en la historia de la República Popular. De este modo, Xi materializará una consolidación de poder abrumadora y sin precedentes. La composición final del Politburó, órgano integrado por los 25 miembros más encumbrados del PCCh y de su exclusivo núcleo de poder de 7 miembros, el Comité Permanente, arrojará luz sobre la magnitud de esta consolidación. Las especulaciones están a la orden del día.
Como todo lo que ocurre en China, el acceso a la información es limitado y controlado por el Gobierno. El debate al interior del Partido ha resultado ser siempre un proceso por demás complejo donde las turbulencias en las disputas políticas internas no gozan de la publicidad y transparencia de los sistemas democráticos tradicionales de occidente. El rol del partido es esencial. No solo fuera de éste no hay vida política organizada sino que el poder central en China se encuentra concentrado y dirigido por el PCCh. Si no hay sorpresas, Xi Jinping ubicará fieles seguidores en los cargos más relevantes de su estructura y en la del Gobierno de un sistema político que fusiona Estado y Partido. La dirección central unificada fusiona el liderazgo del Partido, el Gobierno y las Fuerzas Armadas. Actualmente, Xi Jinping ostenta los 3 cargos máximos y se encamina a renovarlos.
La tercera China de Xi viene con novedades. A contrario sensu de sus predecesores (Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao) quienes han encarado gobiernos pragmáticos en lo ideológico que flexibilizaron algunos de los postulados de la doctrina con el objetivo de alcanzar el crecimiento económico, la llegada de capitales y el desarrollo del país (“no importa si el gato es blanco o negro siempre y cuando cace ratones”), Xi ha puesto fin a esa era de gobierno y abraza nuevamente la ideología marxista con particularidades chinas en la certeza de que los peligros que enfrenta el país en esta “Nueva Era”, tienen más que ver con la decadencia ideológica y consecuentemente, el crecimiento de fuerzas reaccionarias internas y externas como las que condujeron al colapso del comunismo soviético.
Convertido en potencia económica y en línea para convertirse en potencia mundial global disputándole la hegemonía a Estados Unidos, los temores son otros. Ahora los apuntados son el sector privado sin control, ONGs de influencia occidental, los movimientos étnicos y religiosos y los países extranjeros (con Estados Unidos a la cabeza) que intentan interferir en el desarrollo chino y a los cuales el partido debe disciplinar y combatir para asegurar la revitalización de la nación. “La desintegración de un régimen a menudo comienza desde el área ideológica”, dijo Xi. “Si se rompen las defensas ideológicas, otras defensas se vuelven muy difíciles de mantener”.
Este pensamiento fundamenta un nuevo nacionalismo que modela toda la política interna, la economía y la política exterior de China. Cuando en su discurso por la celebración del centenario del PCCh Xi expuso que la apertura de futuro con la historia como espejo debe reforzar la conducción ideológica y política (”quien forja el hierro ha de estar bien forjado”) no hacía más que puntualizar este pensamiento guía fundamental del Partido. Para ello, Xi Jinping ha encarado medidas enérgicas contra cualquier tipo de “disidencia interna” exigiendo a los 93 millones de miembros del PCCh demostrar lealtad no solo al partido sino también a su persona. Premios y castigos (“limpiezas”, purgas, depuraciones, encarcelamientos, ejecuciones y retiros) cobijadas bajo supuestas “campañas anticorrupción o de rectificación”, ocurren cada vez que se aproxima una reunión importante del PCCh. Recientemente se han visto algunos movimientos en ese sentido con encarcelamientos y condenas de altos funcionarios que despejaron el camino de Xi.
Como sostiene Kevin Rudd en un trabajo reciente publicado por Foreign Affairs, “Xi ha llevado la política a la izquierda leninista, la economía a la izquierda marxista y la política exterior a la derecha nacionalista”. En otro pasaje de su trabajo, Rudd sostiene que “estas tendencias ideológicas no son simplemente un retroceso a la era de Mao. La cosmovisión de Xi es más compleja que la de Mao, mezclando pureza ideológica con pragmatismo tecnocrático. Los pronunciamientos de Xi sobre la historia, el poder y la justicia pueden parecer impenetrables o irrelevantes para las audiencias occidentales. Pero Occidente ignora los mensajes ideológicos de Xi bajo su propio riesgo. No importa cuán abstractas y desconocidas puedan ser sus ideas, están teniendo profundos efectos en el contenido del mundo real de la política china y la política exterior y, por lo tanto, a medida que continúa el ascenso de China, en el resto del mundo”.
Xi se propone ser reconocido no como el presidente que gobernó el mismo tiempo o más que Mao, sino como el héroe nacional que logró finalmente la unificación total del territorio resolviendo de manera definitiva la cuestión Taiwán. En otro pasaje de su discurso por los 100 años del PCCh expresó: “La resolución de la cuestión de Taiwán y la materialización de la reunificación completa de la patria constituyen una tarea histórica inalterable del PCCh y un anhelo compartido por todos los hijos de la nación china. Hay que persistir en el principio de una sola China y en el Consenso de 1992, e impulsar el proceso de reunificación pacífica de la patria”. Es dable esperar, con la consolidación del poder de Xi luego del XX Congreso, un aumento de ese “impulso” y una mayor presión a la isla ya se trate de cuestiones económicas y/o diplomáticas. Seguramente asistamos a una aceleración en procura de vaciar a Taiwán del apoyo internacional de los 14 países que aún le reconocen independencia y soberanía. China tiene el poder, capacidad de negociación, tiempo y dinero suficiente como para torcer algunas de esas voluntades.
Los ejercicios militares intimidatorios se volverán más habituales sin que ello signifique que China tenga intensiones reales de embarcarse en una contienda bélica de incierto desenlace que ponga en riesgo la construcción de los últimos 50 años. China no es Rusia y su planificación y calidad analítica de sus cuadros burocráticos es bien valorada. Pero tiene demasiados frentes potenciales como para tirar la moneda al aire y esperar que caiga a su favor. La paz, la concordia y la armonía constituyen las ideas que siempre se mencionan en los discursos oficiales y que forman parte de la historia y cultura milenaria china. En palabras de Xi “en su sangre no están los genes de invadir a otros ni enseñorearse”. No obstante ello, el nuevo rol de China exije estar preparado para hacer frente a Occidente en todas las áreas. Por eso, ha llevado adelante la más importante ampliación y modernización de sus Fuerzas Armadas y de seguridad. Ha reafirmado el control del partido sobre el Ejército Popular de Liberación (EPL) y la Policía Armada Popular centralizando los sistemas de ciberseguridad y vigilancia externa y ciudadana de las personas. La importancia que China otorga al ámbito marítimo es prioritaria. El programa de reequipamiento naval que está llevando a cabo constituye una de las expansiones navales más asombrosas de la historia militar.
La China de Xi avanzará intensamente en ser la constructora de una nueva arquitectura internacional en busca de desplazar a los Estados Unidos en el liderazgo económico, tecnológico, geopolítico y militar mundial y poseer más peso específico en los espacios internacionales, atento la situación general estratégica de la revitalización de la nación china en las últimas décadas. Bajo el concepto de la construcción de una comunidad de destino compartido de la humanidad que busca la paz mundial, el desarrollo global y la defensa del orden internacional, China impulsará decididamente la articulación de un nuevo tipo de relaciones internacionales y espacios alternativos a los establecidos luego 1945 desafiando el orden instituido y en el convencimiento de que Occidente está en decadencia junto al descrédito del sistema democrático liberal. China seguirá accionando, ahora con mayor vigor, desde dentro del sistema, intentando liderarlo y dominarlo, pero no destruirlo. Continuará rivalizando y eventualmente reemplazando a los organismos dominados por Occidente creando y fortaleciendo espacios como el BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghai, el Nuevo Banco de Desarrollo, o acuerdos comerciales como el RCEPP que constituyen la base de esta proyección y de su afianzamiento externo.
La principal nube en el horizonte es la economía. China atraviesa un momento complejo, en medio de importantes reformas regulatorias, mayor injerencia del estado y el partido en las empresas, las consecuencias de la irresuelta guerra en Ucrania y el duro impacto de más de dos años de estricta política de “COVID-0″. Los efectos de la pandemia en la economía han sido devastadores y despertaron el descontento de algunos sectores de la población que fueron rápidamente acallados.
Algunos especialistas sostienen que esta “entrada a boxes” ha sido la excusa perfecta del gobierno para asegurar el proceso previo a la continuidad de Xi sin dejar ninguna cuestión librada a los vaivenes del mercado y con un absoluto control sobre la población. Por otro lado, sostienen, fue la oportunidad para hacer los ajustes de medio tiempo necesarios al rumbo económico de un modelo que, si bien exitoso en cifras, se había vuelto más vulnerable, desigual y corrupto.
China enfrenta la necesidad de reconfigurar un sistema que ya no puede sostener tasas anuales de dos dígitos de crecimiento como lo hizo en las últimas dos décadas, con una población envejeciéndose, mayor carga previsional, aumento de costos y menor competitividad. Un nuevo paradigma de crecimiento que atienda los desajustes distributivos y el marcado deterioro ambiental. Las crisis derivadas de la apertura (crisis financiera mundial de 2008, burbuja bursátil local de 2015 y el reciente colapso inmobiliario de Evergrande de 2021) mostraron la vulnerabilidad de algunos aspectos de la economía y produjeron un ajuste en el modelo que no es ni capitalista ni occidental, aunque se le parezca. La férrea intervención del estado y del partido en las empresas privadas y el impulso a las empresas estatales promovidas por Xi tuvieron como objetivo encarar la “fase superior del socialismo” y rectificar el “desarrollo desequilibrado e inadecuado” producido por políticas basadas en el mercado impulsadas por Deng en la “etapa primaria del socialismo”. El reconocimiento de esa situación es la base de la llamada política de Circulación Dual la cual persigue que los mercados interno y externo se refuercen mutuamente, al mismo tiempo que el mercado interno se constituya en el pilar de la economía, priorizando los servicios, promoviendo el desarrollo de alta calidad e impulsando la independencia y autosuperación en cuanto a ciencia y tecnología para, paulatinamente, ir desacoplando su dependencia del sector externo y ajustarse a un crecimiento moderado de su economía pero sostenible. La efectividad de esta política aún está por verse y los desafíos de los problemas economía exceden por lejos sus capacidades.
China encara el segundo objetivo centenario del PCCh de “culminar la construcción integral de un poderoso país socialista moderno”. Su objetivo es convertirse en la potencia asiática y global preeminente para 2049, año del centenario de la fundación de la República Popular. El mundo debe estar atento a estos movimientos, conocerlos y prepararse. Xi Jinping reafirmó el control y la influencia que ejerce el PCCh sobre todos los dominios de la política pública y la vida privada. Ha avivado el nacionalismo y persigue una política exterior cada vez más asertiva (wolf warrior diplomacy), impulsada en la creencia de que la historia está irreversiblemente del lado de China y que un mundo anclado en el poder chino produciría un orden internacional más justo. La tercera China de Xi será más protagonista y decididamente más influyente. Un proverbio chino sostiene que “sin viento no hay olas y sin impulso no hay movimiento”. El viento vuelve a soplar en China.
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