“Todas hieren, la última mata” es la traducción de esa locución latina, y creo que es aplicable al actual momento de la democracia en América Latina. No estamos seguros si se trata de un cambio de época o una época de cambios o es tan solo y al igual que otras veces, fruto de cambiantes humores de un cambiante electorado, entre aquellos que se molestan en participar. Y como ejemplo estaría Chile que en los últimos años ha producido resultados distintos en cada una de las elecciones que se han llevado a cabo.
No es la vieja y cada vez menos relevantes distinción y cambio de ciclo entre izquierdas y derechas tradicionales, sino una combinación de retos y desafíos, donde la región no logra repuntar en los rankings de democracias sólidas, y, por el contrario, sigue -salvo pocas excepciones- hundiéndose en el listado.
Hay un evidente retroceso democrático, sobre todo en comparación a la década optimista de los 90s y nada lo refleja mejor que dos Cumbres de las Américas que tuvieron lugar en Estados Unidos, la primera, exitosa en Miami 1994, y la última, totalmente fracasada este 2022 en Los Ángeles. Hoy, existe una búsqueda, con mucho de experimentación, donde lo peor es quizás la perdida de fe en la democracia, como ideal y aspiración.
Quizás como nunca, el camino que tome Chile puede servir de orientación. Por un lado, el resultado del plebiscito del día 4 de septiembre, donde nada menos que un 62% de una muy alta votación, rechazó una propuesta de nueva constitución, que contenía una transformación radical y refundacional del país, y por el otro, las reacciones posteriores de políticos de izquierda, centro y derecha, de no hacer caso a la voz del pueblo, y persistir, en el camino de la convención constituyente que ha sido tan rotundamente rechazado.
Da la impresión de que buscan un camino distinto al del Reino Unido, donde la voz de la mayoría fue escuchada, no importando si era pequeña la diferencia en el Brexit, sobre todo en comparación al plebiscito colombiano sobre las FARC, donde simplemente no se le prestó atención, con la complicidad de la clase política.
La importancia del camino que se tome tiene que ver con lo más profundo del lazo entre representantes y representados, y, por lo tanto, con el sentido tanto de la democracia como de las instituciones republicanas.
Hay temas que tienen que ver con toda una historia y otros que son de creación más reciente, donde el problema mayor no es el asalto al poder desde afuera, sino el copamiento del estado desde adentro, muchas veces, con origen en una (y pasajera) victoria electoral.
Entre los primeros figura el viejo tema del poder, donde desde la aparición de la Carta Democrática Interamericana que cumplió su aniversario 21, los gobiernos dictatoriales, no solo no han disminuido, sino que han aumentado en la región desde el 2001, además, con una marcada y creciente influencia del crimen organizado transnacional, en especial, del narcotráfico, con una represión cada vez más impune contra los disidentes.
La región sigue siendo también tributaria de un tipo de liderazgo presente desde la independencia, y muy bien narrado por autores como José Miguel Asturias y Augusto Roa Bastos, la del caudillo autoritario, muchas veces de origen militar, sumado a clases empresariales mercantilistas, que más que generar emprendimientos siguen viviendo de las rentas.
En la región se mantiene vigente la utopía, no como ideal, sino como distorsión de la realidad, con presencia en nuestra cultura desde la conquista. Esta idea ha sido recogida por The Economist al decir que este anhelo utópico es el error más frecuente de los políticos latinoamericanos. Es cierto lo anterior, pero solo la mitad del problema, ya que la publicación británica debió agregar que esa distorsión es también responsabilidad del primer mundo, Europa y Estados Unidos, donde muchos políticos, comunicadores o intelectuales apoyan y aplauden decisiones políticas, violaciones de derechos humanos y sistemas económicos que jamás aceptarían en sus propios países, como si nuestros habitantes no tuvieran los mismos derechos.
Lo que necesita mayor análisis es la responsabilidad de los propios electores, en una situación en que predomina en su comportamiento electoral, la narrativa o relato por sobre los hechos y la emoción sobre la razón. Hay, idealizaciones que quizás nunca existieron, unidas a un terraplanismo creciente, contrario a toda evidencia, como también la situación inédita de las redes sociales, y la abundancia de quienes no están conscientes de lo que ignoran, sino que actúan presos de la ilusión del conocimiento, es decir, que creen dominar un tema, simplemente porque leyeron algunas pocas líneas en el celular. Todo ello, en el respeto al doble principio de oro de las elecciones: se respeta el resultado de todo proceso democrático, pero igualmente los electores deben responsabilizarse de su decisión.
También necesita mayor debate lo que se conoce como Arrogancia Fatal, es decir, la idea insólita que políticas que han fracasado en todo el mundo, ahora podrían tener éxito, simplemente porque estarían siendo ensayadas, ya sea por chilenos, argentinos, colombianos u otros.
El desafío a la democracia viene hoy no solo del castrochavismo, ya que se ha agregado como novedad una versión tercermundista del llamado progresismo, no solo del wokismo, sino también de políticas identitarias, feministas o medioambientales, trasladando categorías de países desarrollados, por ejemplo, en temas como la raza al indigenismo, donde simplemente no se da igual.
Nada refleja mejor los problemas actuales de nuestra democracia que vernos o ser vistos como laboratorio de ideas experimentales, como lo quiso reflejar la constitución chilena derrotada en las urnas. Nada lo refleja como esa idea del realismo mágico constitucional que bastaría que un derecho gratuito quede registrado por escrito para que adquiera una supuesta existencia real, independientemente de los recursos.
El resultado es un círculo vicioso de oportunidades desaprovechadas y de fracaso tras fracaso, que a veces llega precisamente cuando algunas sociedades parecían tener la oportunidad de escapar al subdesarrollo, alejándose por propia decisión de su gente, siendo Argentina y Venezuela ejemplo de ello.
Esa es precisamente la importancia de lo que ocurra en Chile, si ese país será capaz de aprovechar esta nueva oportunidad, o volverá a tropezar con la misma piedra, si es que su clase política no escucha la voz de las urnas y toma el camino de lo que acaba de rechazar el pueblo.
¿Qué más se puede hacer? Por espacio, solo una resumida enunciación:
a) Creo que, en primer lugar, América Latina necesita de mucha educación cívica y un sistema educacional cuyo objetivo primordial junto al desarrollo del pensamiento crítico, sea la superación del actual adoctrinamiento.
b) Por su parte, creo que las fuerzas democráticas deben abandonar sus complejos en la defensa del sistema que mejor garantiza la resolución pacífica de los conflictos y el respeto a los derechos humanos, donde para ganar elecciones no solo se necesita unidad sino también un cambio de narrativa, que además de hechos y razón, integre mística y emoción, en una batalla que es por, sobre todo, cultural, en defensa del legado de la ilustración.
c) Es necesario sobreponerse a lo que está teniendo lugar, donde la política se transforma en una visión que no le corresponde, cuasi religiosa en términos de buenos versus malos e ir hacia una (s)elección de alternativas, en términos de políticas públicas y no de verdades reveladas, donde se puedan adoptar las mejores y rechazar las peores, aceptando que solo pensar en términos de buenas gestiones, no permite conquistar ni mentes ni corazones.
d) No se debe concebir a la democracia en términos ideales, sino de permanente mejoramiento, para postular lo que rara vez se ha logrado, es decir una Democracia de Calidad, donde no basta que las instituciones funcionen, sino que además deben hacerlo bien y prestigiar lo que se hace.
e) Se hace necesario recuperar la ética de la responsabilidad que postulaba Max Weber, en el sentido de políticos que llegan a servir, y no a enriquecerse, incluso a nivel familiar, en la actual corrupción que tanto daño hace, la cual muchas veces tiene su origen en países desarrollados.
f) Por, sobre todo, se requiere una reforma del Estado, institución anquilosada para los desafíos actuales, en una región donde ningún país lo ha intentado en el siglo XXI, lo que es clave para enfrentar amenazas tan claras a la democracia como lo son el Populismo, el debilitamiento institucional y la mezcla explosiva de pobreza y desigualdad.
En resumen, que los políticos chilenos escuchen o no a su pueblo da una idea de las posibilidades futuras para la democracia en la región, pero siempre será solo el punto de partida para una batalla, que hoy se hace muy cuesta arriba.