Chile, el día después

Todas las encuestas coinciden en el triunfo del rechazo, también mi voto. Pero el resultado no va a cambiar una realidad, donde el tema constitucional seguirá abierto para muchos

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Gabriel Boric (REUTERS/Luisa González)
Gabriel Boric (REUTERS/Luisa González)

Algún día este proceso será estudiado como ejemplo de cómo no deben hacerse las cosas, toda vez que una mayoría de 78% le dio el visto bueno a una nueva constitución en octubre del 2020 y antes de dos años ese apoyo se reduce a más o menos la mitad, a lo que se agrega que, desde el estallido del año anterior, los chilenos han tenido varias elecciones y en cada una, los electores han tenido resultados y mensajes diferentes, una especie de lotería electoral.

El plebiscito de entrada fue especial como votación, ya que la pandemia hizo que los electores de más edad no acudieran a las urnas en la cantidad esperable, y como aprendizaje para el futuro, para mejor legitimarse, todo lo relacionado con reformas constitucionales debiera tener quórums elevados de participación, ya que en esa oportunidad solo alrededor de la mitad acudió a votar.

Este proceso demostró que no existe la supuesta excepcionalidad chilena en relación con el resto de América Latina. A Chile le legó incertidumbre, la que se instaló desde el principio, y con colaboración del gobierno de Piñera, partidos y el Congreso, quienes abdicaron sus responsabilidades constitucionales, abriendo paso a esta experiencia.

El tema es que pasa el día después, ya que Chile amanecerá dividido y polarizado, tal como está ahora. La pregunta para responder es la clásica del ¿Qué Hacer? La respuesta es que por ningún motivo se pueden repetir los errores del proceso anterior, y que toda salida debe defender y fortalecer a la democracia y a la república, es decir, exactamente lo que estuvo en peligro.

La derrota de la propuesta sería indicación que no se quiere repetir ese fracaso, por lo que el único camino que da seguridad es el respeto al Estado de Derecho, y la ley dispone, que si gana el rechazo se mantiene la constitución vigente, es decir, que en el proceso que está terminando solo existió delegación del poder constituyente, el que ahora regresa al Congreso. Al respecto, no hay nada que discutir. El único gran problema es la muy mala opinión que la ciudadanía tiene de esta clase política, y en una forma transversal que alcanza a todos los partidos.

Los miembros de la Asamblea
Los miembros de la Asamblea Constituyente debaten formalmente las mociones para una nueva Constitución, en Santiago, Chile (REUTERS/Iván Alvarado/Archivo)

El nuevo Congreso fue electo junto con Boric, y le corresponde abordar los temas constitucionales que siguen pendientes, y el método serio es hacerlo por una vía exactamente opuesta a lo que ha fracasado, es decir, la colaboración en vez de la confrontación. Como el otro proceso se inició con la violencia, esta amenaza se presenta cual espada de Damocles, pero las instituciones democráticas deben responder con la fuerza de la ley, es decir, rechazar la violencia callejera, la que, en el nuevo contexto, es en todo caso, pasajera y limitada en sus alcances.

El gran tema pendiente es que hacer con la frustración y la rabia de amplios sectores, por situaciones de desigualdad, que pueden ser narrativa falsa toda vez que Chile ha sido exitoso en la reducción de la pobreza, pero que sin embargo está instalada en amplios sectores. Esa es la realidad y ahora, el Congreso debe abocarse a encontrar una solución para acceder al Estado de Bienestar al que se aspira, lo que no debe ser visto con temor, sino como evidencia del éxito modernizador capitalista post Pinochet, incluyendo al mercado.

A partir de los 90s, con un consenso sobre la democracia y el mercado, Chile tuvo algunos de los mejores años de su historia. Hoy, la alquimia es encontrar un acuerdo que permita generar los recursos y las políticas públicas para financiar lo que se desea, con seriedad y gradualidad, necesitándose para ello una economía en crecimiento, ahora con la exigencia adicional de mayor igualdad.

El camino, por lo tanto, puede tomar la forma de un Pacto por Chile, al cual concurran todas las fuerzas que lo deseen, y que deje afuera a quienes por lo demás no desean estar, es decir, fuerzas antidemocráticas. Una victoria del rechazo abre la posibilidad de una gran negociación, lo que puede complicar la gobernabilidad del ejecutivo, ya que la administración Boric se ha deteriorado con rapidez, además de haber unido su destino a la opción del apruebo. Por lo tanto, el escenario de negociación se va a dar en un contexto institucional donde al gobierno le quedan todavía tres y medio anos. ¿Será explorado ese escenario? ¿Le nace hacerlo como presidente a Boric?

Este acuerdo nacional requiere alianzas amplias para una reforma constitucional para todos y no solo un grupo, y, por lo tanto, un rol importante para el hoy irrelevante centro político. Si es que Boric gira hacia la moderación social demócrata y una nueva coalición de izquierda, puede salvar su gobierno, aunque ello probablemente traiga consigo el quiebre de su Frente Amplio y el casi seguro retiro del Partido Comunista.

Hay temas que deben figurar si o si ya que su momento histórico les ha llegado. Es -por ejemplo- el caso de la descentralización y regionalización del país, pero como mecanismo de integración y no de separación, a diferencia de lo aprobado en la Convención. También, algo pendiente y necesario como la multiculturalidad del país, ese reconocimiento constitucional a sus pueblos originarios, tal como existe en algunas de las mejores democracias del mundo, al interior de la nación chilena, y no el separatismo de la plurinacionalidad que se sometió a plebiscito.

Como filosofía, este Pacto debe mirar con visión estratégica al siglo XXl, y no a los temas de 1973 y la dictadura posterior, integrando a la constitución las realidades creadas por un conjunto de transformaciones que han ocurrido en Chile y el mundo. Es un tributo al éxito económico y social del país, en un predominio de la narrativa de la verdad y no del relato falso que dice que (casi) nada positivo ha ocurrido en el país en las últimas décadas.

Sebastián Piñera, ex presidente de
Sebastián Piñera, ex presidente de Chile (EFE/ Marcelo Segura/ Presidencia de Chile)

Se requiere un Estado que aspire no a una transición sino a una Democracia de Calidad, donde las instituciones no solo funcionen, sino que lo hagan en buena forma; un sistema que debe acoger y aceptar los cambios, incluyendo los que tienen lugar en el mercado como el mejor asignador de recursos. Lo que hay que entender es que se habla de una economía, pero no de una sociedad de mercado, toda vez que en una democracia lo financiero no debe ser lo único a considerar, al existir áreas de la vida social donde son otros factores los que predominan, partiendo por la ética.

En Chile existe hoy violencia, anomia, pero también ha habido expansión del consumo y movilidad social, y quienes más claro lo tienen son los muchos latinoamericanos que llegan como migrantes. Hay también exceso de individualismo y distintos tipos de inseguridades y temores, incluyendo los que sufren las víctimas de la insurrección que se vive en la Araucanía.

El plebiscito no despeja el tema constitucional, pero si deja claro que no corresponde repetir el proceso anterior, lo que debe ser dicho las veces que sea necesario, ya que está equivocado Boric al pedir una nueva Convención, lo que no corresponde, ni legal ni políticamente. Y al no haber consenso, lo recomendable es el único camino 100% coincidente con el Estado de Derecho, la democracia y la institucionalidad republicana, y este se radica hoy en el Congreso.

Quedan pendientes interrogantes ya instaladas, para lo cual el camino es la constitución como casa de todos, y no la repetición de una convención que imponga el programa político de un sector a todo el país. El Congreso decidirá si se nombra a una Comisión de Expertos, que aporte lo que no hubo en la convención, es decir, conocimiento de lo que es y lo que no es una constitución, y la disposición a buscar acuerdos con lo que es propio de la democracia, como la única forma de gobierno que asegura la resolución pacífica del conflicto.

El plazo no debiera superar los nueve meses, y un plebiscito final debe permitir que el electorado se manifieste como soberano, sin meterle mano a la urna vía paridad o escaños reservados, solamente mediante la igualdad esencial de ser todos ciudadanos, y que todos los votos valgan lo mismo.

Recordemos que la violencia de octubre 2019 se presentó en el mismo mes donde más de un millón de personas salieron a las calles a pedir pacíficamente una mejor democracia, y poco antes que se tuvieran que suspender dos grandes reuniones globales de las que Chile iba a ser sede. El rumbo fue modificado para una década, en parte perdida, donde se esperaba que el país se acercara en los próximos años al ingreso per cápita de Portugal. El camino extraviado fue por decisión de los chilenos y es también decisión de ellos volver a las políticas públicas que generan éxito y no aquellas que siempre fracasan. Mirando lo que ha ocurrido se le debe encontrar toda la razón a Ayn Rand cuando escribió que “Puedes ignorar la realidad, pero no puedes ignorar las consecuencias de haber ignorado la realidad “.

Para esta nueva etapa del país, de acuerdos amplios para tener una Constitución que mire al siglo XXI y cuyas reglas sean factor de unidad, queda pendiente saber lo que se ignora, es decir, que condujo a la Convención y porque Pinera ofreció algo que no estaba siendo solicitado. El aprendizaje ha sido duro, pero mirar al futuro se puede hacer con “optimismo y fe” tal como dice la canción, y el camino del Pacto por Chile, es en lo personal, aquello en lo que siempre he creído y postulado. Ya está todo dicho. Solo queda que hable el pueblo soberano.

Y que se le escuche.

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