La plurinacionalidad no significa lo mismo en sociedades mestizas como lo son muchos países de América Latina, incluyendo Chile. En cierto modo, fue también consecuencia de lo bueno y lo malo de las conquistas españolas y portuguesa, tan distintas en temas variados a la inglesa, incluyendo etnia y raza.
El borrador de nueva constitución define a Chile como estado plurinacional, en un sentido aún más profundo que los únicos otros dos países que lo incluyen del mismo modo, como lo son en el mundo Bolivia y Ecuador, que sobre todo en el caso de la primera, tiene mucha mayor población de origen indígena.
Se divide el país en al menos 11 identidades, cada una con su propia autonomía, sistema de pluralismo judicial, y con capacidad de vetar decisiones colectivas, situación que no inmediatamente, pero que podría poner al país en el camino del separatismo, y aunque se niegue, respaldado en la práctica y acción de la ONU.
Incluye pueblos que son también culturas, pero que no cumplen todos los requisitos fijados por la ciencia política y el derecho internacional, para ser considerados naciones, sino pueblos y culturas, integrantes de esa construcción histórica llamada Chile, y que, por cierto, han sido ofendidas y maltratadas, además que algunas como la mapuche nunca se constituyeron como un Estado.
El 3 de agosto se publicó una encuesta reciente que refleja exactamente la realidad del tema, encuesta hecha por una conocida institución, el Centro de Estudios Públicos (CEP), tanto entre quienes eran no mapuches como entre quienes se identificaban como parte de la etnia. Aparecieron resultados interesantes, siendo llamativa la información de los mapuches, ya que una muestra de 1374 personas se define así y 1541 como solo chilenos, en un país donde ha habido contrariamente a lo que se supone, un aumento de la doble identificación, la que alcanza a un 45%.
Solo 12% cree en un estado plurinacional mientras que el 30% preferiría uno que es solo multicultural, es decir, diversas culturas coexistiendo dentro de la misma nación, que demuestra una vez más, el tremendo error histórico de que Chile no hubiera hecho -tal como lo solicitábamos muchos- este reconocimiento constitucional hace tiempo, con lo que solo se alimentó el radicalismo actual.
Coincide también con lo que se sabe, mostrando al mismo tiempo que la narrativa sobre la cual se construyó la plurinacionalidad no corresponde a la verdad, demostrado también por el comportamiento electoral donde no ha existido un voto étnico, y la realidad de las estadísticas de integración al servicio militar y a instituciones como Carabineros. En el comportamiento electoral, la novena región o Araucanía es consistentemente la más favorable a la derecha y la única donde Pinochet venció en el plebiscito de 1988 para su continuación en el poder. No es contradictorio, sino solo la realidad sin sesgos de Chile.
En la encuesta CEP, el 61% de la población mapuche señala que la convivencia en la macrozona sur es pacifica, exactamente los territorios donde grupos armados han desarrollado una insurrección de baja intensidad, con atentados frecuentes.
Un 70% de mapuches se manifiesta en desacuerdo con la idea de crear un estado mapuche independiente y una mayoría dijo que el uso de la fuerza para reclamar tierras jamás se justifica. Por último, la opinión de un 48% fue que Chile debe ser un estado sin distinción de naciones.
El rechazo a la plurinacionalidad y la bienvenida a la multiculturalidad muestra un camino diferente, donde la conclusión es que la plurinacionalidad, más que beneficiar a la etnia, lo que hace es construir una nueva estructura en beneficio de elites refundacionales blancas y en el pueblo mapuche, solo va en beneficio de la minoría activista, donde el tema es el poder más que la justicia, y donde esta propuesta se acerca más a la realidad de Bolivia y no tiene nada que ver con lo que se hace con los pueblos originarios en países como Canadá o Australia. En Chile es además un arma ideológica de la llamada colonialidad, es decir, que todavía se viviría una prolongación de la colonia.
Las autonomías tal como se proponen, podrían ser gobernadas por caudillos populistas, que en nombre de una reivindicación ancestral podrían saltarse las instituciones chilenas y acudir a organismos internacionales, donde van a encontrar simpatía para intentos separatistas, aunque no se desee, pero tal sería la dinámica que se podría ir más allá de lo que se señala en disposiciones sujetas a interpretación, precisamente por su ambigüedad.
Recordemos que al menos hay 11 nacionalidades dentro del futuro Chile, algunas con grandes números como la mapuche, además de potentes historias como la rapanui y la aimara, pero otras, casi desaparecidas como las patagónicas por los tristes motivos de su exterminio, como también los chongos nortinos. Esa artificialidad, para efectos de su utilización en escaños reservados en listas especiales de inscritos con votos útiles para definir elecciones, podría incluso aumentar ya que, para establecer legislación, en el futuro se requeriría solo la mayoría ocasional de aquellos presentes en la única cámara con poder político,
En otro tema, el borrador para plebiscitar se define por una preferencia por América Latina y el Caribe, lo que pone en cuestión, al igual que lo ha hecho Boric, una estructura de tratados internacionales que incluye Europa, USA, China, Japón y muchos otros países, de la cual depende la salud económica del país. Además, aparece en momentos donde hay un acercamiento del gobierno al Mercosur, precisamente cuando este muestra su gran obsolescencia.
Mas allá de lo poco conveniente que un texto constitucional establezca “preferencias” en temas siempre cambiantes como los internacionales, el verdadero impacto de definirse como país que incorpora la plurinacionalidad a nivel constitucional, se va a sentir inevitablemente en los países vecinos.
El primero es Argentina, ya que la versión separatista habla del Wallmapu, un concepto -al igual que la bandera- de creación también reciente en universidades del primer mundo, donde la reivindicación territorial abarca “desde el Atlántico al océano Pacifico”, dividiendo y cercenando territorio hoy argentino y chileno.
El problema básico es que Argentina no solo ha tenido retrasos similares en la dignidad debida a sus pueblos originarios, sino que tiene el mismo negacionismo que Chile exhibió tanto tiempo, que consideraba que no había un desafío armado al Estado, sino tan solo “violencia rural”. Convencerse que no existiría una insurrección de baja intensidad es coincidente con la mirada complaciente de quienes no viven en esos territorios, tales como elites influyentes y gobernantes en Santiago o Buenos Aires, visión que además cuenta con múltiples apoyos en medios políticos, de comunicación y los poderes judiciales de ambos.
En el norte se podría desarrollar un proceso diferente, que también podría afectar tratados con Perú y Bolivia, con protagonismo de quienes como Evo Morales y García Linera usan la plurinacionalidad como factor estratégico para la creación de un nuevo estado étnico que abarcaría territorio hoy de Bolivia, Perú, Chile y quizás Argentina, estrategia cuyo anuncio oficial en Cuzco, solo fue postergado por la decidida acción de ex diplomáticos del Perú, que lo impidió por ahora.
En el caso de Perú, podría implicar dejar sin efecto el Tratado de 1929 con Chile, que señala que todo cambio entre los tres países en territorios que fueron parte del resultado de la Guerra del Pacífico del siglo XlX, necesita el visto bueno de Lima, tal como fue visible en el fracaso de las conversaciones chileno-bolivianas entre Banzer y Pinochet a fines de los 70s.
En otras palabras, se puso un candado cuya llave es peruana, lo que incluye a Chile y Bolivia, pero que ahora podría pasar a otras manos. No ocurriría inmediatamente, pero es indudable que se abre un proceso que crea nuevos problemas, incluyendo lugares donde no los había y temas que se creían superados, con la potencialidad de crear otros conflictos.
Normalmente las constituciones solo tienen un impacto nacional, pero hay excepciones como la de Evo Morales en Bolivia, que condujo a un intento fracasado en la Corte Internacional de Justicia en La Haya, donde un Chile reticente fue demandado. La propuesta actual tiene derivaciones hacia sus tres vecinos, y en Argentina no hay suficiente conciencia al respecto, sobre todo, que esas mismas reivindicaciones vienen solo algunos años detrás de Chile.
En resumen, la propuesta constitucional no es solo la refundación de Chile, no solo surge un Estado más fragmentado y débil que no acepta el mestizaje actual como tampoco la diversidad que existe al interior de los propios pueblos originarios, sino que también crea situaciones de incomodidad en sus vecinos.
Chile tiene hoy dos características para las que hay pocas excepciones en la región, primero, una vía institucional para la revolución, diferente a la de Allende, ya que no obedece a un desarrollo sino solo a un momento electoral especial, y segundo, el realismo mágico que bastaría anotar algún derecho gratuito en el texto para que exista, siendo el resultado que donde había una nación, en el futuro podría darse un proceso donde surgieran otras, que podrían al final incorporar territorios que fusionen parte del actual Chile y de sus vecinos.