Después de leer más de una vez cada artículo de la propuesta a ser plebiscitada este 4 de septiembre, y de estudiarla en relación con otros países y la propia historia constitucional de Chile, ya no tengo duda alguna. Más aún, no tenía tanta certeza desde el plebiscito de 1988, donde se le dijo no al general Pinochet.
Trasparento al inicio que mi decisión es el rechazo, ya que al igual que en 1988 lo que está en juego es el tipo de democracia, las instituciones republicanas, y sobre todo el Chile que se quiere. Estoy convencido que la opción Apruebo puede ganar como también que para reformar no da lo mismo una opción que otra, ya que solo habrá reforma si se rechaza, toda vez que si triunfa el apruebo, los ganadores no van a querer cambiar nada substancial, además que existe en las disposiciones transitorias, un calendario tan estrecho que, para hacer las abundantes reformas legales, simplemente no va a haber ni tiempo ni oportunidad en el Congreso.
Hubo estudio y esfuerzo tras esta decisión, no solo por su importancia para el futuro, sino también, que al igual que muchos otros sufrí en el pasado violaciones de derechos humanos, como persona y como familia, ya que el Golpe envió al exilio a mis padres. Además, intente la reforma de la actual Carta, incluyendo una candidatura presidencial con la idea de modificar la extrema centralización del país, junto a una estructura del estado que miraba más a la crisis de 1973 que al siglo XXI. Ocurrió que la consecuencia de la violencia del 2019, y la desmesura de la convención resultante fue demasiada, así como un mal producto final.
La pregunta es cómo se puede ganar y creo que, para lograrlo, no hay que partir de cero sino se necesita regresar a 1988, ya que el rechazo de aquel entonces también tuvo lugar en un país dividido e igualmente polarizado. En esa oportunidad también era improbable el triunfo, y así concluyeron algunos de los más prestigiosos politólogos y especialistas en encuestas de nivel mundial.
Lo primero es recapturar la unidad, la mística y al orgullo que generaba participar en esa movilización, como también las importantes cuotas de emoción detrás, ya que no basta con hechos y razones, sino que se combate contra una narrativa, un relato que ha logrado grandes éxitos electorales contra la razón en América Latina, uno detrás de otro, incluyendo al cambio cultural y generacional de Chile.
En segundo lugar, es crucial la claridad, y decir desde ahora y en todo lugar, como se va a actuar a partir del día siguiente si es que triunfa el rechazo, lo que hoy no existe. En ese sentido, creo que se debe decir desde ya que si gana el rechazo no hay nueva convención, ya que el mandato termina con el plebiscito, y que, por lo tanto, la reforma vuelve a quedar depositada en el Congreso, ya que se aplica la legalidad hoy vigente, plenamente republicana y democrática.
Para ello, se necesita que no sea secuestrada por esa desnaturalización de la democracia conocida como partidocracia (o partitocracia), que es cuando ese activo que son los partidos se vuelve en contra de sus mandantes, y son las directivas las que reemplazan la soberanía de los ciudadanos, temor me ha acompañado desde el inicio de este proceso (ver mi columna “Proceso constituyente y partidocracia en Chile “IID, febrero 25,2021)
Al respecto, creo que los partidos deben recuperar su rol insustituible en democracia, que es institucional, y en un congreso recién electo, que va a necesitar consensos amplios ya que está prácticamente empatado. Dos cosas son necesarias y su antecedente se encuentra en 1988, lo primero tiene que ver con la claridad absoluta en torno a las reformas que se quiere hacer, en el día de hoy, la demostración consistiría en dejar depositado en el senado o la cámara de diputados, las ideas centrales de esos cambios, para que el votante sepa bien a qué atenerse. Lo segundo, seria oponer la colaboración a la confrontación, postulando un Pacto por Chile, que, imitando a la antigua Concertación por la Democracia, en un Chile diferente, muestre lo que se quiere hacer. Dada la gobernabilidad requerida, hoy debiera tener una orientación de centro, con presencia de la centro- izquierda y de la centro- derecha.
Lo anterior se explica por sí solo, al agregar que hoy -al igual que en muchos otros países- existe una mala imagen de la política y de los políticos, además que en Chile, la clase política representada por el gobierno de Piñera y la mayoría de los partidos representados en el Congreso, fueron también responsables de la creación de este itinerario cuyo resultado se somete a plebiscito, tanta era la mala opinión, que una abrumadora mayoría decidió en un plebiscito anterior o de entrada, respaldar el camino de una nueva constitución y que en la convención no participaran diputados o senadores. Esto debe ser ponderado, ya que, en días de pandemia, la participación fue inferior a la mitad de los votantes habilitados, aunque usualmente se cuenten solo los votos de los que acudieron a las urnas.
Lo que se vota el 4 de septiembre es aprobar o rechazar, no existiendo una tercera alternativa. Y aunque el mandato fue abierto, la propuesta busca la refundación total de lo que se conoce históricamente como Chile, que es lo que me motiva al rechazo, toda vez que no es reformable.
En tercer lugar, este plebiscito es una elección, y lo primero es ganarla, y al igual que en toda contienda de estas características, se necesita buscar los votos donde están, y la verdad es que ellos hoy se encuentran masivamente en los apoyos recibidos por los 4 expresidentes de la Concertación (Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet), y para lograrlo, se necesita que la derecha haga el mismo sacrificio que la izquierda el 88, es decir, no aparecer en la primera línea, ya que entonces habían sectores moderados que dudaban del compromiso 100% democrático de algunos, como también hoy existen sectores que desconfían de la voluntad para reformar, no de toda derecha, pero sí de la chilena. Los abanderados debieran ser de los pueblos originarios, que en su mayoría tienen orgullo de su chilenidad.
Desde el momento que el verdadero rol de los políticos profesionales comienza después del triunfo del rechazo, son necesarios los compromisos señalados como también la aceptación, que más allá de lo que diga la ley en cuanto a que las reglas de juego pasan por la mantención de lo que hoy existe, la realidad política del país muestra la imposibilidad de mantener la constitución actual, por mucho que lleve la firma del Presidente Lagos, al existir un tema básico para la estabilidad democrática, toda vez, que nunca pudo lograr la legitimidad necesaria debido a su origen, por muchas reformas que se le hicieran.
En cuarto lugar, se necesita una unidad institucional de todas las fuerzas democráticas, partiendo por la experiencia electoral de los partidos, principalmente la movilización para el día de votación, algo clave en 1988, al tener presencia en toda mesa de votación, ya que la fortaleza del sistema chileno, y que ha permitido desde los 50s del siglo pasado conocer los resultados exactos de todo el país, a horas del cierre de las mesas, es que nunca se haya cuestionado el resultado, ya que más que depender de una contabilidad central, el sistema es totalmente manual, y se cuentan los votos de inmediato, públicamente y en cada mesa. Por lo mismo, también requiere que las figuras partidarias no creen desconfianza en forma irresponsable, con relación a un sistema que ha legitimado todo resultado desde entonces, salvo la única vez que se votó sin registros electorales, que fue en dictadura en 1980.
En otras palabras, además de postular el consenso y los acuerdos como tan básicos para la democracia como el respeto a la ley y a los resultados electorales, se debe hacerlo proclamando el reencuentro con el Chile histórico y el fracaso de la propuesta de la convención, sobre todo en su extremismo y descalificación de todo el que piensa distinto.
Se trata de postular con orgullo al Chile histórico, a la nación chilena y no al separatismo, proponer una verdadera constitución y no el programa político-ideológico de un sector del país, de signo contrario, pero con la misma lógica del pinochetismo, de pensar que una situación transitoria se puede imponer como definitiva. El Chile para rescatar, no pasa por crear varias naciones con autonomía territorial a su interior, con diversos sistemas de justicia, con el fin de los equilibrios políticos, y con la desaparición del poder judicial que se conoce, para dar paso a un sistema de justicia intervenido políticamente al más alto nivel.
Esa es para mí la lucha y no otra, al igual que contra Pinochet, la de tener una democracia sin apellidos o colgajos experimentales, sea de clase o de etnia; la de la república, la del Chile que surgió como consecuencia de una evolución de dos siglos y no de la construcción identitaria de una elite soberbia. No es, por lo tanto, algo solucionable con otras reformas. Es una decisión trascendente, donde el triunfo debe ser limpio, y con trasparencia se debe explicitar lo que significa, para no agregar más incertidumbre que la que ya existe. con una propuesta que no ha explicado el costo que significa, y que, sin añadir expropiaciones surtidas y el costo de una nueva institucionalidad, debiera superar conservadoramente el 10% del PIB actual. Una cuenta cara que no figura adecuadamente en el debate.
Chile, equivocadamente, ha proclamado algo que le ha hecho daño, su supuesta “excepcionalidad “, y lo que ha pasado a partir de la violencia de octubre 2019 como también de las masivas manifestaciones por mayor igualdad, lo regresan a la América Latina a la que pertenecemos, incluyendo la fatal arrogancia de que va a funcionar algo fracasado en toda otra parte, simplemente porque ahora, seriamos nosotros, los chilenos, quienes lo intentamos.
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