Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) publicó un artículo en el diario Crónicas de Montevideo que debería ser el objeto de reflexión de las elites del continente en el supuesto caso de que les interese rescatar los senderos democráticos y aprovechar las oportunidades que abre el cambio internacional.
En efecto, la economía mundial y la reconstitución del mapa geopolítico le abren a América Latina —como ya ocurrió en 1945— una oportunidad de oro para fortalecer las todavía tembleques democracias e ingresar en los senderos del crecimiento. En 1945 la región prefirió continuar con sus esquemas de capitalismo mercantilista y sus sistemas políticos corporativistas con las consecuencias que hoy vivimos y que se resumen en economías paralíticas y democracias limitadas.
El artículo de Luis Almagro plantea la imperiosa necesidad de resolver el perverso dilema de la República Bolivariana de Venezuela porque es desde allí de donde salen, cual caja de Pandora, la mayoría de los males que impactan a la región adversamente. Venezuela usa los ingresos de actividades ilícitas para financiar campañas electorales de fuerzas que le son tributarias; ha creado un éxodo de población que ninguna nación de América Latina —ni siquiera México y Brasil— tiene capacidad de absorber plenamente; destruye las conquistas de salud al expulsar una población enferma y abatida por la ausencia de alimentos y medicinas; e inyecta de manera subrepticia efectivos del crimen organizado en la región para contar con operarios informales capaces de provocar inestabilidad política en los momentos que el régimen desee cobrar cuentas.
Luego de describir las consecuencias de la administración Bolivariana sobre Venezuela y la región, Almagro indica lo que ya muchos expertos han señalado: se trata de un dilema sofisticado cuya solución transita por senderos no trillados de la política. Y esos senderos son los de la cohabitación.
Porque en la medida que el régimen de Venezuela logre petrificarse en el poder, indica Almagro, es imposible extirparlo pese a su ausencia de legitimidad y el repudio universal a su conducta que exhiben tanto la comunidad internacional como el colectivo venezolano.
Y aún cuando Almagro no define en su propuesta los contenidos de la cohabitación que habría que propiciar en Venezuela, sí da algunas pistas sobre cómo iniciar el ensamblaje. La cohabitación, según Almagro, “implica un ejercicio de diálogo político real, de institucionalidad compartida, de poderes del Estado compartidos”. ”En un esquema de tensión permanente, tiene que estar tan detalladamente regulado que la mejor fórmula sigue siendo la fórmula suiza de sistema colegiado. El ejemplo regional es la Constitución Uruguaya del 52″, continúa. “Compartir es contrapesar. La cohabitación sin contrapesos puede transformarse en complicidad”, añade finalmente.
En pocas palabras, Almagro propone el establecimiento de cuotas de poder entre el colectivo chavista y el que se le opone. Esas cuotas estarían representadas por la asunción del control en diversos poderes por un mosaico de fuerzas políticas que, al tener delimitado su territorio, deberían ejecutar sus responsabilidades sin enfrentamientos ni zancadillas.
En síntesis, sin indicarlo de forma explícita, Almagro propone que a partir de los escombros del chavismo se construyan las bases de una democracia liberal. Y desde el punto de vista de la racionalidad política le asiste toda la razón.
Los problemas vienen con el diseño del plan operativo. O como dicen los anglosajones: “En los detalles se esconde el diablo”.
Porque no abunda en Venezuela el elenco para construir una cohabitación constructiva. El propio Almagro intuye esta dificultad al indicar que “el problema ha estado en aquellos que cobijaron a ese régimen en esas diversas fases de deterioro o de crisis o de colapso o de quebrantamiento del orden constitucional que hoy el país vive”. Porque ese elenco de la muerte está vigente y conformará la primera barrera de oposición a la propuesta. Para ellos es mejor un status quo que les garantice bienestar personal a una democratización donde se desconoce el tamaño de ese bienestar, o a estar sujetos a escrutinio democrático.
Y la única manera de trascender esa barrera es identificando un liderazgo genuino cuya única fuente de legitimidad es la sociedad civil. Sin el reconocimiento libre y sin alteraciones de la sociedad civil a los líderes de la oposición y del chavismo, el sistema no podría armarse porque se convertiría en lo que ha sido estos últimos 20 años: la venta del derecho de legitimidad por un plato de lentejas. Y así se perdió en 2015 el primer paso hacia el sistema de cohabitación que Almagro correctamente sugiere. De manera que para que la propuesta tenga la energía vital que la lleve al éxito hay que mirar al corazón de Venezuela y de los venezolanos atados a un destino infame, descrito por Almagro con la frase: “Es un pueblo que vive en un infierno con un sendero que no se bifurca nunca”. Porque no hay un parteaguas hacia la libertad.
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