Quizás dos de las más importantes elecciones de Chile han sido plebiscitos, y en ambos ha estado en juego tanto el modelo de sociedad como la democracia. En 1988 los chilenos le dijeron “no” a la continuidad del General Pinochet y el 4 de septiembre deberán aprobar o rechazar la propuesta de nueva constitución.
Mi voto es a favor del rechazo ese día, y mucho me gustaría que hubiese salido una mejor propuesta, pero no tengo dudas acerca de mi decisión, toda vez que estoy convencido de que sería muy negativo el proyecto refundacional. Pienso que para el triunfo del rechazo no se debe reinventar la rueda, sino aprender de cómo se logró derrotar el proyecto autoritario de aquel entonces.
En una columna anterior nos preguntamos si el proceso constituyente sería o no una oportunidad desaprovechada, lo que efectivamente lo fue por el predominio de una visión extrema y si el culto a los “independientes” había habitualmente terminado en América Latina en episodios de populismo, autoritarismo, frustración. También alertamos sobre el peligro de esa desviación de la democracia conocida como partidocracia, donde el soberano es sustituido por cúpulas partidistas, además de que en Chile contaban con muy baja aprobación.
Ante las múltiples deficiencias de la propuesta a plebiscitar, han surgido dos movimientos que ofrecen algo diferente: uno aprobar para reformar y el otro rechazar para reformar. Sin embargo, no da lo mismo: si gana el Apruebo se hace casi imposible una reforma ya que casi no existe posibilidad real debido a que hay un itinerario establecido en las disposiciones transitorias, de las muchas reformas necesarias para materializar la transformación, incluyendo plazos muy estrictos en el Congreso, además del rechazo de los ganadores. Y existe algo que no va a pasar una vez aprobada: que los pueblos originarios den el consentimiento, por ejemplo, para transformar la plurinacionalidad en multiculturalidad o renunciar a la autorización previa al ingreso de Fuerzas Armadas chilenas a los territorios donde tienen autonomía.
La posibilidad real de tener una mejor constitución, apropiada para el siglo XXI y el futuro del país pasa por el rechazo, lo que hoy es para mí dudoso, toda vez que el apruebo puede ganar, fundamentalmente por el atractivo de los derechos supuestamente gratuitos.
Creo que la mejor posibilidad para crear una trayectoria virtuosa radica en el pasado, en esa experiencia que la recuerdo como una jornada brillante en la historia: la derrota del General Pinochet en 1988. Era un país también polarizado y dividido, donde la mejor opción de triunfo era la del régimen, y como no hay dictaduras buenas, siempre la democracia tendrá superioridad.
El ‘qué hacer’ pasa por aprender de lo hecho hace tanto tiempo. Es decir, sin que el orden sea indicativo de nada, en primer lugar, ofrecer a la cooperación en vez de la confrontación, y, en segundo lugar, no crear confusión, sino decir con toda honestidad lo que se va a hacer, a partir del día después.
En tercer lugar, no es un tema de ‘dato mata relato’ o solo la crítica a un trabajo mal hecho, sino aquello de lo que se carece hoy en el rechazo, es decir, mística, emoción como también un mando unificado; dirección y unidad que hoy no se tiene y que fue abundante en aquella época.
En cuarto lugar, claridad en torno a lo que se quiere, es decir, un Pacto por Chile, con ideas y compromisos para un horizonte común para el país y una reivindicación de la Democracia de los Acuerdos, haciéndose cargo de aquellos temas que requieren más de un gobierno y que no tienen una solución rápida ni fácil, como también de un Estado solidario a la vez que estratégico, y una economía que genere los recursos necesarios para una sociedad de bienestar como desea la mayoría, al mismo tiempo que existen políticas a las que le ha llegado su tiempo, como por ejemplo, la descentralización real.
Estas ideas no deben quedar solo en promesas, sino depositadas a la brevedad en el Congreso para demostrar la seriedad del Pacto. Es también uno entre demócratas, por lo que los grupos extremistas y no-democráticos, de izquierda, centro o derecha, al igual que en el ‘No’ del siglo pasado, deben quedar afuera, y sin complejos. Allí debe estar también expresado, sin demagogia, el camino para conseguir los recursos necesarios para financiar las demandas sociales, los que por definición se obtienen sólo a través de trabajo, seriedad y gradualidad al no existir los atajos mágicos.
Esta campaña no es para darse gustos sino para convencer a los indecisos. Esto pasa por dejar afuera a los rostros de la derecha chilena, que simplemente no son confiables para este propósito, dada su trayectoria al respecto, ya que no generan credibilidad en amplias capas del electorado, además de que el gobierno que facilitó la que hoy existe, el de Piñera, está demasiado cercano. Solo sería una vuelta de mano, toda vez que en 1988 lo mismo hizo la izquierda para que triunfara, respaldando a alguien clave en la recuperación democrática como fue Patricio Aylwin, pero cuyo apoyo al golpe militar de 1973 estaba entonces todavía fresco, lo que no es contradictorio, sino solo la historia de Chile sin sesgos.
Y de las figuras políticas, un rol central debiera jugar el ex presidente Lagos, hoy, la única con la credibilidad y capacidad para mover masas de votantes, para un rol parecido a Aylwin, pero no como presidente, toda vez que ese sigue siendo hasta renuncia o término de su mandato Gabriel Boric, y la característica de una buena democracia es respetar procedimientos e instituciones, es decir, una visión republicana.
En el fondo, se trata de rescatar una gesta y no cometer los mismos errores de la Convención, pero de signo contrario, es decir, voluntarismo, proponer reformas para un país que no existe, en este caso, “ya” no existe; jugar con promesas y expectativas, dividir al país entre buenos y malos, esconderse detrás de una nueva elite.
En el fondo recobrar la seriedad perdida y ello pasa por descartar la existencia de dos procesos paralelos. No. Ello no existe, el proceso es uno y el voto solo es apruebo y rechazo, sin apellidos o colgajos. La defensa del Chile que podría desaparecer requiere seriedad como también no ensuciar el proceso, con la mala costumbre latinoamericana de cambiar las reglas del juego en el camino.
Es la vía para superar la intolerancia. También ayuda a legitimar la buena política y reparar el error de Lagos en la reforma de 2005, que fue no haberla plebiscitado, ya que toda gran modificación constitucional requiere legitimación, y, por lo tanto, el cumplimiento de ritos democráticos, por lo que no bastaba con que su firma reemplazara la de Pinochet, tal como quedó demostrado.
Hoy, eso pasa por no torcer la trayectoria a través de la partidocracia y el secuestro de la nueva etapa por elites, además, muchas de ellas con bajísima aprobación y responsables de haber cedido sus atribuciones desde el Congreso. Fue esa clase política la coautora de parte importante de lo que salió mal. Y, por cierto, está presente el hecho de que, aunque existiera la convención, mantuvieron siempre (no fue Asamblea Constituyente) sus atribuciones constitucionales.
Hay un gran -y no solo en Chile- desprestigio del oficio político, por ello simplemente sería una invitación a la derrota que ahora aparecieran intentando cooptar el proceso, toda vez que no hay que olvidar que un porcentaje similar al 80% que pidió una nueva constitución también respaldó que se hiciera en una convención, sin participación de senadores y diputados en ejercicio.
Mucha agua ha corrido en poco tiempo, y las desmesuras de muchos constituyentes han cambiado la actitud de los electores, pero no se debe olvidar que el punto de partida es la necesidad de concordar una nueva constitución, y la enseñanza que deja la mala imagen de la convención es que ahora se debe hacer a través de la búsqueda de acuerdos y consensos, pensando en el futuro más que en el pasado.
A partir del 5 de septiembre, si es que gana el rechazo, se debe ofrecer una nueva alternativa, la del reencuentro de Chile, único camino razonable, toda vez que la realidad actual muestra que gane el rechazo o el apruebo, el debate constitucional seguirá y que después de esta aventura constitucional el camino debe mostrar búsqueda de consensos, respeto a los adversarios y a opiniones diferentes, exactamente lo que ha faltado: tolerancia y serenidad.
Chile necesita certidumbre si es que se desea que gane el rechazo, y hoy no existe ninguna claridad. Se necesita no solo mirar y aprender de la experiencia del plebiscito que venció al General Pinochet, igualmente en condiciones de polarización, por lo que también se debe incorporar un horizonte y un itinerario de compromisos a ser cumplidos por las fuerzas democráticas de centro, izquierda y derecha.
En democracia ambas alternativas son válidas, y para que gane el rechazo no solo se deben ofrecer consensos, sino también una hoja de ruta, y para ello, ojalá los portaestandartes sean también personas representativas de los pueblos indígenas, cuya inmensa mayoría, tal como lo han expresado dirigentes mapuches como Hugo Alcaman y los lonkos de Chiloé, se sienten parte orgullosa de Chile y no de la refundación del país.
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