Guardianes de dictaduras

Argentina y México respaldan diplomáticamente a los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua

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 Alberto Fernández y Andrés
Alberto Fernández y Andrés Manuel Lopez Obrador (AFP)

Sorprende el errático – y degradante - rumbo de la política exterior de Argentina y México, cuyos gobiernos respaldan diplomáticamente a los regímenes dictatoriales de Cuba, Venezuela y Nicaragua, como en su momento apoyaron a Evo Morales luego del escandaloso fraude electoral que lo obligó a renunciar y exiliarse en sus países.

Manuel López Obrador (MLO), jefe de estado mexicano, en efecto, proyectó una candorosa visión sobre Cuba al decir que su homólogo Díaz-Canel es “un extraordinario presidente, trabajador, humano, muy buena persona. Un buen servidor público”, para luego anunciar la contratación de 500 médicos de esa nacionalidad y fármacos contra el COVID-19.

Este apasionado respaldo omitió señalar que el Partido Comunista se encuentra en el poder hace 63 años; que por hambre y represión han migrado de la isla un millón 650 mil seres humanos –según cifra de la ONU– y que sólo Dios sabe cuántos más estarán sumergidos al fondo del mar caribeño al hundirse las improvisadas lanchas que los transportaban a la libertad. Soslayó referirse, asimismo, que en Cuba está prohibida la prensa no oficialista y las agrupaciones de oposición, así como marchas no autorizadas.

Patético, además, que al mismo tiempo que AMLO lanzaba estruendosas loas a Díaz-Canel, su gobierno mantenía encarceladas a 1,302 personas que el 2021 protestaron pacíficamente por mejores condiciones de vida. De ese grupo, 381 han sido condenadas a penas entre cinco y treinta años de prisión, incluidos jóvenes de 16 y 18 años de edad. ¿Dónde quedó, entonces, ese México insurgente que defendía con vigor los derechos humanos y que durante décadas fue centro de asilo humanitario para millares de latinoamericanos?

Pero AMLO ha ido más allá en su sometimiento a Cuba, al no asistir a la Cumbre de las Américas protestando porque Washington no invitó a los mandatarios de ese país, de Venezuela y Nicaragua, olvidando que es potestad del anfitrión determinar a quienes cursa invitación.

Además, la decisión de Washington resulta coherente con la Declaración de la Cumbre de Quebec de mayo del 2002, que señala como “un obstáculo insuperable” la participación de un Gobierno que violenta el estado de derecho y las libertades; apelando a ese principio –recordemos– el Perú desconvoca al dictador venezolano Nicolás Maduro de la cita de Lima del 2018.

AMLO no fue a la Cumbre, pero su vocero y el mandatario argentino Alberto Fernández, protestaron por las sanciones a Cuba y Venezuela, pero encubrieron los actos violatorios a los derechos humanos en que están comprometidos esos gobiernos, así como el nicaragüense, los tres investigados por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.

Digámoslo claro: el bloque chavista continúa fortaleciéndose al incorporar nuevos aliados como Argentina y México y potencias extra continentales, como China, Rusia e Irán. Lo insólito es que ese bloque, que tiene como eje Caracas-La Habana, es el que exhibe los más altos índices de pobreza, inseguridad y corrupción de la región.

¿Por qué entonces se expanden? Las democracias del hemisferio deben analizar profundamente estos hechos para diseñar estrategias e impedir que ese modelo autoritario termine avasallando las precarias instituciones republicanas que sobreviven a los poderosos vientos bolivarianos. Por lo pronto, urge reformar la OEA, organismo ectoplasmático, en evidente declive, por inoperancia de los países miembros y/o por la posición ambivalente y sinuosa de su secretario general, embajador Almagro. De no hacerlo, la Celac terminará reemplazandolos: ese es el juego; solo hay que mirar con atención.

Pero hay otro hecho que no podemos pasar por alto: el respaldo del grupo chavista a la invasión rusa en Ucrania y que Nicaragua autorice a Moscú para que pueda desplegar sus Fuerzas Armadas en su territorio. Los gobiernos del hemisferio, sin embargo, no han dicho una palabra ante esta gravísima decisión. La OEA ni siquiera se ha dado por aludida, cuando debió convocar de urgencia a su Consejo Permanente para analizar la gravedad de esta situación, que horada los principios fundamentales de la Carta Interamericana.

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