No clasificar a un Mundial es algo a lo que los peruanos ya nos habíamos acostumbrado. Si de procesos se habla, en eso ya éramos especialistas. Cada cuatro años, con cierta anticipación o alguna larga agonía, pasábamos del pronóstico triunfalista al pronto nos cobraremos la revancha, que si no fuera por el árbitro, al ahora o nunca, las posibilidades matemáticas, la esperanza es lo último que se pierde y finalmente al que se vayan todos cuando se consumaba la eliminación inexorable. Luego, el repaso de las obviedades: es necesario trabajar desde las divisiones menores, planificar el recambio generacional, que con el nivel del futbol local no podemos pretender ir a un Mundial, miremos el problema de fondo, lo que es todo el sistema, hagamos ya todos juntos y de una vez nuestra parte por la reestructuración del deporte peruano. Más o menos lo mismo que dicen los políticos cuando, inflamados, piden que una investigación llegue hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga, con todo el peso de la ley. Sabemos bien que todo seguirá igual.
Un alineamiento impensable de todos los astros rompió el ciclo habitual el 2017 y clasificamos a Rusia 2018. Se rompió una racha nefasta de 36 años. Fieles a nuestros procesos, en el fútbol peruano todo siguió igual rumbo a Qatar 2022. Las mismas miserias de décadas pasadas solo que con pandemia y casas de apuestas de por medio. La selección repuntó sobre el cierre de las eliminatorias sudamericanas, accedimos al repechaje contra Australia y por un buen momento creímos que otra vez clasificaríamos. Pero en este partido teníamos que demostrar que merecíamos ir al Mundial, aunque sea de repechaje, pero teníamos que demostrar que éramos mejores que los australianos para que en Qatar 2022 nuevamente se luciera la “mejor hinchada del mundo”.
La gente hizo su parte. Dicen que hubo más de 12 mil peruanos en las tribunas del estadio de Doha. Lamentablemente, ya vimos lo que sucedió. Perú jugó un partido muy malo y ni así Australia –chocando contra sus evidentes limitaciones– pudo pasar del empate a cero. Seguro que desde el inicio se sintió la ausencia de Yotún, que el mediocampo no funcionó, que algunos jugadores claves estuvieron muy por debajo de su nivel, que desde el banco Gareca no supo replantear ni encontrar alternativas. Si Peña y Canchita Gonzales no cumplieron bien su doble función de marcar y sumar al juego ofensivo, ¿por qué no intentar primero recuperar esa zona con Aquino en lugar de uno de ellos para que el otro se suelte más y acompañe a los de arriba? No lo sabremos. Ciertamente, Carrillo, Cueva y Lapadula tampoco aparecieron. 120 minutos de sufrimiento con un solo disparo directo al arco australiano (un tiro desde fuera del área del Orejas Flores en el primer tiempo suplementario que el arquero Ryan embolsó sin apuros). En los minutos finales, el cabezazo de Orejas al palo, otro disparo de Advíncula que se fue encima del travesaño por poco y nada más. En el balance del juego, solo se salva el bloque defensivo con el arquero Gallese y los zagueros Callens y Zambrano, sobrecalificados para capear las intentonas ofensivas del rival. Si un jurado hubiera tenido que declarar quién merecía clasificar al Mundial, hasta allí bien podrían haber declarado el premio desierto.
La eliminación por penales no da para señalar culpables ni exigir que rueden cabezas. Este grupo encabezado por Gareca falló en la hora decisiva contra Australia, está claro, pero le debemos grandes alegrías en los últimos siete años, al punto que a muy poco estuvieron de repetir el milagro de una clasificación mundialista. En las eliminatorias para el Mundial del 2026, que deben arrancar el próximo año, seguramente estarán muchos de los seleccionados actuales y ojalá que Gareca también, aunque parezca difícil. Con 48 selecciones participantes, habrá más plazas mundialistas para Sudamérica y quizá arañemos otra clasificación.
¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Que todo siga igual? A seguir sufriendo como buenos hinchas peruanos.
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