Siempre esperamos que el crecimiento del país sea consecuencia de un movimiento virtuoso de la expansión de la balanza comercial, las inversiones, el gasto del Gobierno y el consumo. Esta última variable refleja el bienestar de las familias, aquello a lo que le destinamos nuestros escasos recursos, aquello que necesitamos y que nos hace sentir mejor. En las dos últimas décadas el Perú ha presenciado este alineamiento planetario donde todas las variables crecieron y provocaron el descenso de la pobreza en el Perú.
El contexto mencionado ha requerido un fuerte trabajo para que florezca en el tiempo. Sin embargo, siendo todas las variables importantes, las inversiones resultan ser la piedra angular, ya que ellas lograrán que el aparato productivo se expanda y crezca el empleo a mediano y largo plazo. Son las inversiones las que han logrado, por ejemplo, que las exportaciones, de espárragos, paltas, arándanos, entre otros productos, hoy día tengan mayor cabida en nuestra balanza comercial, generándose nuevos empleos en el campo, como consecuencia de la ampliación de la frontera agrícola hacia nuevos productos que el mercado internacional requiere y cuyos precios son atractivos para el agricultor y el exportador.
También es verdad que estas inversiones no existirían si previamente no se hubiera ordenado las finanzas públicas, así como el marco legal promotor de las inversiones, que permitió posteriormente los acuerdos comerciales con las principales economías del mundo. Entonces, cuando las inversiones avanzan, hay más exportaciones, más impuestos, más obras públicas, y más consumo.
Sin embargo, ¿qué observamos hoy? Que nuestras inversiones no crecen y que no se generan nuevos proyectos que aumenten la capacidad de producción del país. Se dice que aquellos países que lograron que sus PBI crezcan alrededor de 7% por lo menos durante 20 años, son aquellos que salen de la pobreza. Y para tener esta tasa de crecimiento se requiere que las inversiones sean alrededor del 25% del PBI cada año. Ahora estamos lejos de estos indicadores. Perú registraría este 2022 una tasa de crecimiento cercana al 2%, con menores inversiones, situación agudizada también por los conflictos mineros, siendo Las Bambas un claro ejemplo. Desde que comenzó a operar se podría decir que ha tenido paralizaciones cercanas a los 400 días. ¿Qué perdemos? Menor producción, exportaciones no realizadas, impuestos no cobrados, regalías no recibidas, colegios y hospitales no implementados, etc.
Si queremos observar evidencias podemos ver países como Corea del Sur, que en 1962 tenía un PBI per cápita de US$ 1342, y hoy supera los US$ 30 000. Igualmente, podemos hacer referencia a Singapur que en 1960 tenía un PBI per cápita de US$ 428, y ahora sobrepasa los US$ 60 000.
Entonces, es lamentable darnos cuenta de que durante los últimos años hemos registrado tasas mediocres de crecimiento y la realidad nos va indicando que dejar la pobreza nos tomará mucho más tiempo. La reducción de las inversiones terminará impactando en el crecimiento, y las personas lo sentiremos prontamente en nuestro nivel de consumo.
Esto último no solo se da por los problemas de la economía global, sino porque no estamos siendo capaces de retener y menos atraer nuevas inversiones. Por lo tanto, ya podemos esperar que en los meses siguientes el consumo nacional continúe disminuyendo. Sabemos que hoy los precios han subido sustancialmente, principalmente los de los alimentos, pero a esta situación se uniría la pérdida de empleos y la precarización de estos. Entonces hay un doble efecto: subida de precios y caída de los ingresos. Como siempre, esperemos que la clase política del país comprenda que la economía es una ciencia y que jugar con ella no es una opción.
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