La respuesta de la Administración Biden a la actual crisis europea comenzó con un cierto desconcierto. En las semanas previas al 24 de febrero, el inicio de la invasión rusa, tuvo una reacción dubitativa, un discurso ambiguo y reflejos lentos. Soslayó el hecho que cuando un adversario militar concentra 200 mil tropas a lo largo de una frontera es sensato prepararse para lo peor; más aún cuando se trata de un país previamente invadido y con partes de este anexadas.
Washington era inacción. Su versión de “diplomacia” sonaba equivalente a “apaciguamiento”; las palabras nunca han sido efectivas en disuadir a Putin. El propio presidente Biden parecía considerar la invasión como un hecho consumado.
Las contradicciones y errores en el abordaje de la crisis permearon también la respuesta europea, lógicamente. No es casual que la OTAN inicialmente se limitara a citar el artículo 5, en referencia a no poder involucrarse porque Ucrania no es miembro del tratado, y que la primera “sanción” de la Unión Europea fuera expulsar a Rusia de Eurovisión.
Todo ello cambió con las imágenes de los crímenes de guerra, la destrucción de ciudades y los videos del presidente Zelensky exhibiendo su notable carisma. Con ello, las sociedades europeas salieron masivamente a la calle en apoyo de Ucrania. Europa despertó, el azul y amarillo se hizo la bandera de todos y los gobiernos comenzaron a escuchar a quienes, en definitiva, son sus votantes.
La belleza de la democracia aún en las circunstancias más trágicas; y, si no, que lo diga Macron quien tal vez le deba su reelección a Putin. Pues Europa no solo despertó, sino que comprendió el cambio histórico precipitado aquel 24 de febrero. Ello se ve con la mayor claridad en la decisión de Finlandia y Suecia en relación a la OTAN, interrumpiendo siglos de neutralidad, y en el debate sobre el mismo tema en Austria y Suiza. No hay más neutralidad europea, la Unión y la OTAN ya casi son lo mismo.
La Administración Biden leyó la nueva realidad acertadamente y se puso a la altura de las circunstancias. Encontró el sutil equilibrio para evitar el escalamiento del conflicto, pero sin caer en el apaciguamiento. Apoyó la expansión de la OTAN, al mismo tiempo que impuso sanciones a Rusia y presionó a los europeos a hacer otro tanto. Activó la ayuda militar a Ucrania, cooperando en la búsqueda de fuentes alternativas de energía para los países más dependientes de Rusia, Alemania y Polonia en particular. Ponderando riesgos, la Administración asumió aquella expresión de Joe Nye con convicción: “Bound to Lead,” destinado a liderar.
Todo lo anterior es contexto para la Cumbre. Lo del espejo es solo parcialmente una metáfora, pues contiene un mensaje concreto para la Administración: hagan lo mismo en las Américas y déjenlo claro en Los Ángeles. Europa está en guerra y, en consecuencia, el mundo está en guerra. Los causantes fundamentales de inestabilidad de este hemisferio están nítidamente alineados frente a dicho conflicto. Alcanza con recordar los nombres de las abstenciones a la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas y como Observador Permanente de la OEA.
Que esas dictaduras alineadas con Rusia no hayan sido invitados importa menos que la necesidad de responsabilizarlos adecuadamente por sus aparatos represivos coludidos con el crimen transnacional. La Cumbre de Los Ángeles debería exigirles rendir cuentas por ello, “hold them accountable”.
La Administración Biden tiene un papel fundamental, desde luego. La vasta mayoría de las democracias del mundo y de América han condenado los crímenes de Rusia, esa debe ser la vara con la que se mida una nueva configuración del sistema interamericano. Estados Unidos debe premiar a quienes contribuyan a la creación de este nuevo orden y castigar a quienes están alineados con Rusia y otros Estados extra-regionales a su vez asociados a dichas entidades criminales.
La guerra en Ucrania no es solo en Ucrania, tiene correlatos en América. La abstención de Brasil es inexplicable e irresponsable, debe corregir el rumbo. No solo se acerca a las autocracias criminales, sino que echa por la borda la tradición de aliado de Occidente desde la Segunda Guerra. La Cumbre debe ser el lugar para plantearlo.
Lo de México, a su vez, comienza a tener una explicación plausible: la indulgencia de su gobierno con el narco-tráfico, posición conveniente para el régimen castrista en Cuba. Sería bueno que se le diga a López Obrador que ya basta con lo de “lacayo” y lo de desmantelar la OEA. La CELAC no es para democracias.
Esta también podría ser una ocasión para corregir errores pasados. Resulta una suerte de incógnita la falta de una política exterior clara con el Caribe. Son 14 países que se sienten abandonados por Estados Unidos desde hace años, realidad que la diplomacia e inteligencia cubana (son sinónimos) han aprovechado con éxito. Un recordatorio a Washington y a la Florida: en muchos de esos Estados insulares la principal fuente de divisas y de creación de empleo es el turismo. No es tan complicado ni tan costoso construir puentes con ellos.
Y a propósito de errores y de Cuba, sigue teniendo consecuencias nefastas que Estados Unidos haya reestablecido relaciones diplomáticas con la Isla en 2014 a cambio de muy poco. Hoy la Administración Biden no invita a Cuba y a Venezuela a la Cumbre, mientras miles de militares cubanos continúan en Venezuela a cargo de la inteligencia, el control de aeropuertos, la seguridad de Maduro y la tortura en las prisiones; todo lo cual debió negociarse e interrumpirse en 2014. Por ello, es contradictorio hablar de levantar sanciones a esas dictaduras mientras se las excluye por ser precisamente dictaduras. Así se confunde a las democracias aliadas.
De nuevo, Washington debe hacer en el hemisferio occidental lo mismo que ha estado haciendo en Europa. El orden europeo está en proceso de reconfiguración, por supuesto que contando con la convicción y el liderazgo de Estados Unidos. Pues que la Administración Biden asuma ese liderazgo con igual convicción en este continente. Así como Europa debe ser protegida de Putin, las Américas deben ser protegidas de las dictaduras criminales, aliadas de Putin.
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