A cuatro meses de las elecciones regionales y municipales 2022, la primera foto retratada por los sondeos del IEP e IPSOS para la alcaldía de Lima muestran algunos datos interesantes que vale la pena comentar. El primero de ellos tiene que ver, por ejemplo, con la recordación de las marcas políticas. Urresti, que va por su tercera campaña electoral, vuelve a arrancar favorito ni bien inician las encuestas, aunque después bien podría terminar desinflándose. Le pasó el 2018 y el 2021. Sin embargo, a pesar de las derrotas el ex militar ya ha sabido conseguir más de un millón de votos en la capital, por lo que habrá que observar su desempeño durante los próximos meses.
El señor López Aliaga por su parte, aunque con una intención de voto más discreta todavía, va confirmando que en Lima sus chances son mayores que en el resto del país. Si recordamos que el año pasado, durante la campaña presidencial, consiguió 816 mil votos solo en la capital, podríamos suponer que estaremos ante uno de los protagonistas de la carrera por el sillón municipal, siempre y cuando su campaña y su performance pública no le vuelvan a jugar en contra.
Otro hecho interesante es la aparición de algunos rostros nuevos. Guillermo Flores, del Partido Morado, y el alcalde actual del distrito de Miraflores, Luis Molina de Avanza Perú, aunque todavía muestran escasa intención de voto, ya forman parte de la foto. Y eso en campaña es medular. En este segundo pelotón podríamos sumar también al ex alcalde de La Victoria y excandidato presidencial George Forsyth que el año pasado convenció a 353 mil limeños y limeñas que votaran por él.
Tenemos así, en esta primera imagen del partidor electoral, a cinco candidatos, todos ellos varones, ninguna mujer. Cuatro con experiencia en campañas electorales y gestión pública, dos menores de 39 años (millennials) y tres mayores de 60. El resto de los aspirantes al sillón municipal aún se mantiene en el genérico Otros.
¿Qué tipo de campaña podríamos esperar entonces en los siguientes meses? En principio podría ser una que dirija sus esfuerzos a la conquista del voto joven, el grupo etario más grande del padrón electoral. Los menores de 29 años representan el 27,4% del total de electores hábiles, lo que solo en Lima Metropolitana equivale a un poco más de 2 millones de votantes. Si consideramos al resto del espectro millennial esa cantidad subiría a 3,6 millones de electores.
Si tenemos en cuenta que para ganar una alcaldía como la de Lima se necesita alrededor de 2 millones votos, según el registro histórico de las últimas elecciones y el incremento porcentual del padrón electoral, podríamos esperar una contienda que focalice su estrategia en estos importantes grupos de ciudadanos, concentrados mayoritariamente en los distritos del Norte, Sur y Este de la capital, las zonas de esa Lima pujante alejadas de los distritos tradicionales.
Esperaríamos también una segmentación final del electorado para adaptar mensajes altamente persuasivos que busquen conectar con las diversas inquietudes y preocupaciones de las comunidades físicas y virtuales. Y sin perder de vista que aún nada está dicho, porque al momento de escribir esta columna existe un 54% de indecisos, lo cual técnicamente- pone a todos en la misma posición de partida a la espera de un conjunto de acciones intencionadas, estratégicas y cuyos resultados deben conseguirse en el más corto plazo.
Adicionalmente deberíamos ver una campaña electoral que sea capaz de recoger el malestar vecinal para devolverle al ciudadano la esperanza en una gestión pública cocreada y participativa, y no para exacerbar sentimientos de odio hacia los rivales y el sistema. Porque el objetivo serio es ganar no destruir al adversario. Al mismo tiempo, convendría escuchar un discurso político renovado, empezando por la forma misma en la que éste se presenta ante la ciudadanía. Se necesita un relato y una imagen pública que construya cercanía, coherencia y humildad entre los candidatos y sus electores. El diálogo debe ser incondicionalmente constructivo en estos tiempos de incertidumbre política.
También puede resultar útil mostrar respeto y conciencia al significado que una campaña electoral tiene para la salud del sistema democrático. Eso implica prepararse profesionalmente para afrontar los desafíos, buenos y malos, que toda campaña electoral plantea: desde la responsabilidad de construir programas de gobierno basados en soluciones técnicas y realistas hasta la pericia para neutralizar la propaganda negra, las operaciones psicosociales y las emboscadas mediáticas. Porque si los políticos no quieren que los sentimientos de desafección y anarquía sigan ganando espacio en la opinión pública, tendrán que huir de la improvisación, comprometerse con gestiones de campaña profesionales y, sobre todo, devolverles a los electores la confianza en la política decente.
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