Mensaje a la izquierda

Las elecciones en Colombia dejaron una lección que todo el sistema político del país debería aprender. Pero sobre todo aquellos que fundaron sus estructuras sobre el discurso de odio y la destrucción

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Simpatizantes del candidato presidencial colombiano de centro-derecha, Rodolfo Hernández, del Partido de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, se reúnen después de que éste quedara en segundo lugar en la primera ronda de las elecciones presidenciales, en Bogotá, Colombia (Reuters)
Simpatizantes del candidato presidencial colombiano de centro-derecha, Rodolfo Hernández, del Partido de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, se reúnen después de que éste quedara en segundo lugar en la primera ronda de las elecciones presidenciales, en Bogotá, Colombia (Reuters)

Los resultados electorales del domingo pasado en Colombia dejan muchas lecciones para todos los sectores políticos del continente tanto de derecha como de izquierda. Y el proceso político que se dio en los últimos 20 años en mi país es una radiografía de hasta donde la polarización y el discurso del odio llegan en una sociedad moderna políticamente como es la colombiana. Claro, aún faltan muchos capítulos por escribir en esta historia pero hasta ahora esto es lo que puedo analizar.

Lo primero que se puede decir es que de manera espontánea se creó el partido más poderoso de Colombia con más de 11 millones de votos, el partido anti Petro. No deja de ser irónico que este movimiento que aglutina a toda la izquierda radical de Colombia y que desde hace más de 15 años se dedicó con gran éxito a crear el monstruo del uribismo para así montarse políticamente en el antiuribismo, ahora sea víctima de su propio invento.

Petro y sus amigos, desde columnistas y periodistas famosos, jueces, intelectuales, políticos de izquierda radical, directores de ONG, ex guerrilleros y muchos otros montaron la narrativa antiuribista casi desde el principio del gobierno de Álvaro Uribe. Esta se fue consolidando y recibió un gran oxígeno con un aliado inesperado, el expresidente Juan Manuel Santos.

Esta narrativa que desconoce los grandes éxitos de esos 8 años de gobierno y que iluminó, exageró y distorsionó con gran cuidado falencias y errores logró crear ese bloque de 8.5 millones de votantes que hoy sin duda son una fuerza política poderosa. Lo que no visualizaron es que al construir con un lenguaje permanente de odio, de destrucción del otro, de cancelación del opositor, de narcisismo destructivo iban creando una fuerza contraria tan o más poderosa.

Lo cierto es que ese mensaje de odio y destrucción nace de los orígenes violentos de esa izquierda, orígenes armados, donde la eliminación del contrario es parte de la dialéctica. Si Petro fuera un Lagos de Chile habría ganado en primera vuelta porque acá no hay temor a la izquierda hay es temor a la destrucción social, económica e institucional que hoy plantea Petro para Colombia. Si además sumamos el espejo de Venezuela el escenario quedaba completo para lo que sucedió el domingo pasado.

El primer campanazo de alerta fue el voto del plebiscito por la paz. Algo que debía unir a un país, un proceso de paz, lo dividió. Quienes tenían miradas diferentes a la negociación fueron excluidos y tildados de enemigos de la paz. Eso incluyó millones de víctimas que no necesariamente eran uribistas como lo trataron de hacer ver. Eran ciudadanos que habían sufrido esa violencia, que habían salido adelante, pero el discurso y todo lo construido en ese proceso los dejaba por fuera. La narrativa tenía que ser blanco o negro pero había mucho gris que se expresó ese día de las votaciones. ¿Qué país vota NO en un plebiscito sobre la paz? El discurso de exclusión, de odio, de destrucción solo se hizo más fuerte desde ese momento con un ingrediente más, ahora esa mitad o más de la población éramos guerreristas asesinos.

Una segunda expresión se dio dos años después con la elección de Iván Duque. Los votos que lo eligieron en segunda vuelta eran votos anti Petro. Sí, una parte importante también de votos uribistas y conservadores pero sin ese votante anti Petro jamás habría ganado. Es más si Sergio Fajardo pasa a segunda vuelta también habría derrotado a Petro precisamente por la misma razón.

Los cuatro años de Duque consolidaron ambos bloques. Petro y sus amigos reforzaron su estrategia y el desgaste del gobierno y su impopularidad les hicieron ver por fin luz al final del túnel. La victoria estaba a su alcance. Pero nunca vieron que ese bloque anti Petro crecía. Ni los uribistas lo vieron y pensaron que esta campaña era igual a la del 2018. Pasar a segunda vuelta contra Petro era suficiente. Pero ya no. El gobierno por muchas razones había generado tal desgaste político que ahora lo que había era una gran sentimiento de cambio profundo pero con una raíz común: cambio pero sin Petro.

Cuando escuché a un tendero humilde decirme yo quiero cambio pero no quiero que me destruyan el negocio me di cuenta que ese bloque contra Petro era mucho más profundo y que su discurso de odio y de destrucción había calado en muchos sectores de la sociedad que deberían ser afines.

Y aparece el ingeniero Rodolfo Hernández. Que es un accidente. Fajardo por ser parte de todas esas peleas por decirlo así, de la última década, ya estaba desgastado. Al igual que el uribismo que hoy paga el costo de sus errores y de 20 años de batalla política. Pero el desgaste del discurso de Petro también mostró los dientes. Le puso techo. Del 2018 al 2022 logró aumentar su caudal de votos en 400 mil. Casi nada.

Y se dan los resultados electorales de la primera vuelta. Petro 8.5 millones. Hernández 6 millones y Federico Gutiérrez 5 millones. Petro toca techo, Hernández recoge un sentimiento inmenso de cambio y los sectores conservadores en su plata, como decimos en Colombia, 5 millones. La suma de todo lo que claramente está contra Petro son casi dos millones de votos de diferencia. Y se les acabó el discurso del antiuribismo porque su opositor en la segunda vuelta encarna ese sentimiento de cambio. Los votos conservadores llegan solos a donde Hernández así este candidato tenga posiciones que no les gusten. Pero no propone destruir el sistema. No tiene un discurso de odio. No tiene ese lastre que convirtió a Petro en figura nacional pero que ahora le pasa su cuenta de cobro.

Se viene una campaña terrible contra el ingeniero Rodolfo Hernández. Ya Petro y su secuaces comenzaron. Pero lo que esta izquierda radical no entiende es que el temor que utilizaron para acabar con el enemigo acabó por enterrarlos a ellos. Si la izquierda colombiana quiere abrirse paso a nivel nacional, porque lo tienen de gran manera a nivel local ya que los alcaldes de 3 de las 4 principales ciudades de Colombia son de izquierda, debe cambiar su discurso del odio y debe construir. Debe tender puentes y entender que al elector se le debe ilusionar, pero con realidades concretas que no destruyan al otro.

Para la izquierda colombiana hoy, y el mejor ejemplo es Petro, la lucha política es suma cero. Lo que yo gane usted lo pierde. No hay un gana gana y el votante colombiano, la segunda democracia más antigua del continente después de los Estados Unidos, no es bobo ni bruto como muchos en el petrismo hoy en redes sociales y columnas en diarios nacionales e internacionales gritan a todo pulmón.

Ya veremos qué pasa. Pero la lección esta dada. Y de paso esta también le sirve a una derecha que hoy debe volver a sus cuarteles de batalla para mirar qué pasó, dónde se equivocó y qué tiene que cambiar para enfrentar los retos del futuro, que son muchos.

* El autor fue vicepresidente de Colombia entre 2002 y 2010.

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