Hace unos días, las declaraciones del canciller ruso Sergei Lavrov sobre “la sangre judía de Hitler” conmocionaron a la comunidad judía internacional y provocaron un repudio mundial que atravesó las divisiones políticas habituales. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel emitió una protesta inmediatamente calificada como “antihistórica” por el Ministerio ruso. Según el gobierno israelí, el presidente Vladimir Putin pidió perdón por los dichos de su ministro, aunque ignoramos en que términos. La prensa rusa no mencionó esas disculpas.
En las palabras del ministro y en el comunicado del ministerio que siguió a esas palabras, aparecen tres aspectos: el recurso de la tradicional argumentación biológico-racista, los judenrat y la colaboración y la guerra contra Ucrania.
1- La evocación biológica. El rumor sobre la sangre judía de Hitler nació en los años 1920, inventado contra Hitler en la pelea por el liderazgo, fue refrescado en las memorias del jerarca nazi Hans Frank (llamado “el verdugo de Polonia”, escritas antes de ser ahorcado en 1946 por decisión del Tribunal de Núremberg) y ahora resucitado por el ministro de asuntos exteriores ruso. Este finalizó su frase con un motivo común y jocoso entre judíos, pero totalmente sacado de contexto: “no hay peor antisemita que un judío”. Cuando los historiadores analizamos un texto, buscamos en primer lugar, la veracidad de lo que allí se enuncia. Esta tarea ya ha sido minuciosamente realizada y el consenso en la profesión es total y conocido: se trata de una afirmación falsa cuya invención y empleo es exclusivamente político, no existe ningún documento que la sustente.
En segundo lugar, nos preguntamos por algo muchas veces más importante aún que la veracidad: ¿cuál es la función o el efecto de dicho texto? Las respuestas son también conocidas: hubo nazis que invocaron la sangre judía de Hitler para explicar la derrota; otros se explayaron sobre la gran vergüenza de ser judío que habría llevado a Hitler a exterminar a todo el pueblo judío, etc., etc. Pero, cualquiera sea su expresión luego de 1945, el recurso a la sangre de Hitler busca producir el mismo efecto: los judíos se mataron entre ellos, los nazis no son culpables. En el caso actual, la frase suma una nueva expectativa: que se acepte que si por las venas de Zelenski corre la misma sangre judía que por las de Hitler, el presidente de Ucrania bien puede ser un nazi. La prueba, agrega el comunicado del ministerio, es que Zelenski “protege a los neonazis, los herederos de los verdugos de su pueblo”. Último detalle, pero no menos importante: la evocación de responsabilidad de la sangre, aquí la judía, corresponde a un argumento biológico viejo de varios siglos y cuyos catastróficos efectos en la realidad son también ampliamente sabidos.
2- Los Judenrat. En el comunicado del Ministerio leemos: “La Historia, lamentablemente, conoce ejemplos trágicos de colaboración de los judíos con el nazismo. En Polonia y otros lugares de Europa del Este, los alemanes nombraron a industriales judíos como jefes de guetos y consejos judíos (“Judenrat”), algunos de los cuales son recordados por hechos absolutamente monstruosos. En Varsovia, Jakub Leikin espiaba a los judíos e informaba de todo a la administración de ocupación alemana, condenando a sus compatriotas a una muerte segura y a veces dolorosa, mientras que Chaim Rumkowski ofrecía a los judíos de Lodz entregar a sus hijos a los nazis a cambio de la vida de los adultos del gueto, hay muchos relatos de sus palabras.” Una de las palabras es significativa: “compatriotas” implica que la patria de los judíos no es el país donde nacieron y del cual son ciudadanos, lo que los hace potencialmente traidores a ese mismo país. Más allá de este refrán al que los judíos están habituados, las líneas citadas mezclan verdades con silencios significativos e informaciones inexactas.
(a) Jakub Leikin no era miembro del Judenrat. Era oficial de la policía judía y agente de la Gestapo. Cuando se lo menciona, hay que agregar, en honor a la verdad y en memoria de los combatientes clandestinos del gueto, que fueron ellos quienes lo ejecutaron en 1942.
(b) La frase sobre los “!industriales judíos” es doblemente inexacta. Por un lado, en la URSS no había industriales: la propiedad privada sobre todos los medios de producción había sido abolida y estos pertenecían al Estado. La mayor cantidad de guetos se creó dentro de lo que eran las fronteras soviéticas en 1941. Ilya Altman, el mayor historiador del Holocausto en el territorio soviético, contabilizó 822, de los cuales 442 en Ucrania, 265 en Bielorrusia, 45 en Rusia, 25 en Moldavia, 25 en Lituania, 18 en Letonia, 2 en Estonia. Por el otro lado, la mayoría de los dirigentes de los Judenrat eran personalidades conocidas y que gozaban de autoridad en la comunidad judía, lo que explica el elevado porcentaje de médicos y otros profesionales entre ellos. Por ejemplo, conocemos la composición parcial de 17 judenrat o consejos en el territorio propiamente ruso, de los cuales sabemos que 3 fueron dirigidos por médicos, 2 por contadores, 1 por un maestro. La composición profesional conocida de los integrantes de esos Judenrat fue 11 médicos, 3 contadores, 1 docente, 1 farmacéutico, 1 escritor, 1 artista.
(c) Mordehái Haim Rumkowski fue el presidente del Judenrat del gueto de Lodz en Polonia, hasta su liquidación en julio de 1944. En la primavera europea de 1940, fueron allí confinados unos 164.000 judíos sin agua ni electricidad. Fue uno de los presidentes de Judenrat que más escrupulosamente obedeció las órdenes de sus superiores alemanes. Existen dos interpretaciones de su actividad. Para algunos historiadores, fue un colaborador y un traidor. Para otros un pragmático que cumpliendo las exigencias alemanas, por ejemplo la entrega de niñas y niños, intentaba salvar a un mayor número de judíos. Lo cierto es que la negativa no hubiese servido de nada, al contrario, habría acarreado la inmediata y letal represión masiva, pero por el otro, si bien esa entrega fue seguida por varios meses sin deportación hacia los campos de la muerte, esta interrupción fue sólo un paréntesis.
El cálculo de Rumkowski se basaba en que la producción del gueto era importante para el ejército alemán lo que permitía esperar la sobrevivencia de la mayoría de sus habitantes. Bajo su autoridad, la economía funcionó y aseguró trabajo y comida para la población. El gueto de Lodz fue el último en ser clausurado, cuando la llegada del Ejército Rojo ya aparecía ineluctable. Los 7000 judíos que quedaban fueron enviados a Auschwitz-Birkenau, Rumkowski y su familia incluidos. De la masa de prisioneros del gueto se salvaron algunos cientos, acogidos y escondidos por familias polacas. Los testimonios de los sobrevivientes presentan a Rumkowski como un dictador, con delirios de grandeza. Al mismo tiempo, según otras informaciones, tuvo la oportunidad de salvarse, pero sabiendo por supuesto que iba a la muerte, decidió ir a Auschwitz para no dejar solo a su hermano inválido.
(d) La colaboración. Más allá de su conducta personal, el caso Rumkowski pone en evidencia un aspecto muy perverso de la política criminal nazi. En algunas regiones los alemanes designaban el presidente y le ordenaban organizar el consejo judío, en otras la comunidad judía debía elegir el consejo y este a su presidente. Muy frecuentemente la elección se transformaba en escenas penosas, porque no había candidatos y los elegidos se negaban tajantemente a asumir el puesto. Por eso, en muchos lugares, el ocupante designó a los miembros, en general provenientes de sectores cultos porque comprendían el alemán.
El judenrat se ocupaba de la vida interna del gueto, desde la organización del trabajo hasta la salud, pasando por el registro de los habitantes, la colecta del impuesto exigido por los nazis, el establecimiento de las listas para el trabajo obligatorio y también la gestión de los contingentes enviados a los campos de la muerte. Los decretos alemanes preveían que los miembros del judenrat respondían personalmente por la ejecución de las órdenes: serían fusilados en caso de desobediencia de parte de los habitantes del gueto. Oficialmente eran los órganos de administración de la comunidad. En la práctica, como escribe Altman, sus miembros eran “rehenes oficiales de los ocupantes y las primeras víctimas potenciales”.
En la mayoría de los casos fueron asesinados por los alemanes, casi siempre por negarse a cumplir la orden de establecer las listas para deportar a los campos o por no poder cumplir órdenes. Según el historiador Dan Michman, sobrevivió sólo el 12% de los miembros de los judenrat. Altman distingue 5 tipos de dirigentes y miembros de los judenrat. Los que se negaron de entrada a colaborar con los ocupantes: se suicidaron o fueron inmediatamente asesinados. Los líderes de la comunidad, pero también participantes de la resistencia. Los que cumplían las órdenes principales, pero las transgredían voluntariamente, participaban en el sabotaje económico, ayudaban a mejorar las condiciones de vida de habitantes; estos constituían la gran mayoría de los dirigentes de los judenrat. Los que colaboraron en todos los aspectos salvo en la composición de las listas de deportados a los campos y en la búsqueda de los que se escondían. Una de las formas de protesta era el suicidio colectivo de los miembros del judenrat incluyendo a veces sus propias familias. Finalmente, aquellos que cumplieron incondicionalmente todas las órdenes; en este grupo se encontraban muchos de los últimos dirigentes, que sucedían a los fusilados. Algunos de ellos intentaban así salvar aunque sea a una parte de los habitantes, otros querían salvarse ellos mismos y a sus familias
Los judenrat consiguieron en muchas oportunidades demorar la destrucción de los guetos, intentaron salvar las vidas de sus habitantes y lo lograron transitoriamente organizando comedores gratuitos, residencias para ancianos, actividades de beneficencia para los más necesitados. Lo que no pudieron y no podían hacer, fue impedir la exterminación final. Luego de la liberación, las autoridades soviéticas consideraron a casi todos los sobrevivientes de los judenrat colaboradores y los ejecutaron. Los usos políticos de la situación imposible en la que se encontraron los miembros de los judenrat o las acusaciones sin matices, independientemente de la intención de sus autores, constituyen una victoria póstuma del nazismo.
3- Volodymir Zelenski. Por un lado, leemos en el comunicado del ministerio ruso que “la cuestión de si hay neonazis en Ucrania sigue siendo debatida, por alguna razón, en la prensa occidental (y por algunos de nuestros liberales).” Quizá se me haya escapado alguna excepción, pero a pesar de leer cotidianamente la prensa en varios idiomas, nunca vi que se negase la existencia de neonazis en Ucrania. Al contrario, se afirma, con razón, que existen neonazis allí como los hay en EEUU, Francia, Inglaterra, Rusia, Alemania y otros países. La pregunta útil no es ¿hay neonazis en Ucrania? sino ¿es cierto que, como lo dice el gobierno ruso, tienen un peso decisivo en Ucrania y en su política?
Por el otro lado, en el mismo comunicado leemos que para los que niegan la existencia de neonazis en Ucrania, uno de los argumentos más importantes (”en hormigón armado”) es el origen judío del presidente ucraniano. Es evidente que los orígenes étnicos solos no son suficientes para explicar tal o tal conducta política. También es cierto que combinados con tragedias familiares y colectivas estos orígenes tienen pesan en las decisiones individuales. Pero los historiadores -no todos- hemos superado ya a principios del siglo XX la prioridad atribuida anteriormente al actor individual en detrimento de la atención que se debe prestar a los movimientos colectivos. Entonces hay que reformular el problema para poder responder a la pregunta útil ya evocada.
En 2019, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Volodymyr Zelensky, obtuvo 13.541.528 votos, es decir el 73.2%. Su adversario, el pro occidental Petro Porochenko 4.522.320 votos (24.5%). Ruslan Koshulynskyi, el candidato de la extrema derecha - los neonazis - había obtenido en la primera vuelta 307.244 votos, 1,6%. Todos unidos, en las elecciones parlamentarias, los neo-nazis obtuvieron el 2,15% de los votos y no pudieron conseguir ningún escaño. Entonces, el argumento en “hormigón armado”, no reside en la sangre de Zelensky sino en que más de 7 votantes sobre 10 eligieron a un judío como presidente. Esa es la realidad sociológica, política e ideológica de la sociedad ucraniana hoy.
El problema consiste en que los razonamientos estrictamente políticos no siempre integran la realidad. Las tragedias en la historia nacen en general cuando, para sostener deseos de futuro se niega la realidad. Por ejemplo, la agencia oficial rusa Novosti publicó el 5 de abril de este año un artículo bajo el título “Lo que debe hacer Rusia con Ucrania”, en el que se afirma que, si bien los electores ucranianos votaron a Zelensky, esto “no debe inducir a error” ya que “una gran parte del pueblo - probablemente la mayoría - ha sido dominada y arrastrada a su política por el régimen nazi”.
En Ucrania, continúa el autor, la idea de que “el pueblo es bueno”, pero “el gobierno es malo, no funciona”. El diagnóstico es sin matices: “una gran parte de las masas populares es culpable de ser nazi pasiva”, “Ucrania, se ha definido como una sociedad nazi”. Este razonamiento choca con dos dificultades. La primera es, una vez más, de orden histórico: no hay nazismo sin antisemitismo, este es constitutivo de aquel. La segunda es que en 2010, Victor Yanukovich, el candidato del partido pro-ruso, ganó las elecciones con el 52% de los votos. Según la lógica del artículo que acabo de citar, los nazis pasivos o neo nazis, votaron entonces por el candidato de Moscú.
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