Quizás no exista una palabra más seductora, valiosa y rentable que “educación”. La vemos en todas las facetas de la vida: en las familias, en los lugares de trabajo, en los medios de comunicación y por supuesto, en la política. Son inagotables los candidatos cuya propuesta principal es educación, algunos porque entienden que es una palabra que genera dividendos políticos y otros porque genuinamente piensan que es la base para la construcción de una sociedad justa, prospera y sin resentimiento. Donde hay educación, no existen rencores sociales, donde hay educación, existen empresarios y lideres sociales responsables, donde hay educación, los políticos rinden cuentas y donde hay educación, los avances tecnológicos se multiplican. En fin, con educación hay mayores posibilidades de encontrar ciudadanos íntegros y gobiernos sometidos al escrutinio popular.
Los países que han logrado dar un salto cuántico en los últimos años son los que han invertido sustancialmente en educación y no solo eso, sino que han logrado que haya una variación en la valoración social de esta palabra. Los casos de Singapur y Japón lo demuestran. Sus economías han crecido a niveles nunca antes visto y sus sistemas políticos y sociales se han robustecido. Sin embargo, en este tiempo hay países que, en lugar de estimular y potenciar la educación, la han llevado al foso o, peor aún, la han convertido en una herramienta para el control social. Venezuela es uno de ellos, en los últimos tiempos la educación ha sufrido una metamorfosis, convirtiéndose en un ingrediente más de un sistema de dominación política. En este sentido, no es que se ha deteriorado la educación en nuestro país, es que la educación está en terapia intensiva y casi con una sentencia de muerte.
De acuerdo con la Federación Venezolana de Maestros entre 2015 y 2020 más de 100.000 docentes abandonaron el sistema educativo. La mayoría de los maestros que tomaron esta decisión lo hicieron o para dedicarse a una actividad que generara mayores ingresos económicos o para emigrar. Y es que el salario de un docente en Venezuela está alrededor de los 30 dólares al mes (el equivalente a un dólar diario), lo que ubica a la persona bajo el umbral de pobreza extrema. Bajo unas condiciones salariales como estas, y un país con la inflación más alta del planeta, donde la canasta alimentaria supera los 400 dólares, es lógico una fuga de profesionales de la educación; y es más lógico todavía que haya resistencia a querer estudiar educación.
Sin embargo, hay otras razones de peso que llevaron a los maestros a abandonar sus puestos de trabajo. Una encuesta realizada para medir el grado de satisfacción reveló que los maestros también se sienten inconformes con la injerencia política dentro de los planteles educativos. Se trata de la penetración de grupos afectos a la dictadura de Nicolás Maduro que pretenden decidir desde la gestión del conocimiento hasta el funcionamiento administrativo de las escuelas, desbancando las figuras de los maestros y el personal directivo, con el único propósito de violentar la autonomía de los centros educativos para ponerlos de rodilla ante el proyecto político de turno. Es un candado para la educación lo que la dictadura impone, donde los colegios que no cumplen con los lineamientos políticos son castigados en materia presupuestaria.
Pero lo más preocupante de esta fuga desmedida de maestros es el desarrollo de nuestros niños. Un maestro es más que una persona que imparte conocimiento, es un guía espiritual, moral y de vida para cada niño. En pocas palabras, es un forjador de valores que influye directamente en la construcción de la personalidad de un individuo. Todos recordamos a nuestros maestros por sus consejos, regaños y congratulaciones. No en vano nuestro libertador dijo: “Un ser sin estudios es un ser incompleto”. Si los maestros abandonan los colegios, nuestros niños quedan huérfanos, algo sumamente grave en un país donde muchos niños han perdidos sus padres por la migración o por la violencia desenfrenada de los últimos años.
La educación es una faceta más la crisis que azota a nuestro país. El dictador Nicolás Maduro y su aparato de propaganda invierten ingentes recursos en tratar de hacerle creer a la opinión pública internacional que Venezuela se está recuperando y lo mejor está por venir. Nada más alejado de la realidad, nuestros niños y maestros son el reflejo de que la situación está muy lejos de mejorar y que la burbuja de Maduro es ficticia y solo arropa a quienes están conectados con la corrupción que ha desangrado a una tierra prospera y les ha robado la educación a nuestros hijos.
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